por Veronica Halperin*
Mis deseos no nacen como lechugas repolladas. Tampoco bailan como hojas desde el cielo. Llegan así de catastróficos, como las aguas de tormenta a los ríos de Córdoba.
Que algo deje de venir como un aviso de que otra cosa empieza, me parece una metáfora perfecta. Quiero que mi deseo se estire como un globo, se llene de aire, sea parte de un festejo y no reviente. Soy una arqueóloga en busca de mi embrión. Distingo cada mareo, separo el dolor, mido este nuevo cansancio. Con la luz apagada Luis me pregunta si será mucho, si podremos. Nos damos la mano, esperando que caigan bombas o que llegue el sueño. Escribir sobre mi cuerpo es fotografiar un terremoto. Todo se mueve. No sé si es pánico o felicidad, pero la vida empieza así: con una náusea cada vez.
Me dijeron que soy tan flaca que de panza tengo un nudo. Nudo como el que forman las raíces de los árboles. Las que se meten adentro y levantan la tierra. Tus movimientos son pisadas debajo del agua, chancletas intentando cruzar un río. Me pregunto si acaso todo esto no se trata de aprender a mantenerme blanda.
Mis pezones son hocicos de perro. Se tiñen de negro, como las flores para atraer a los pájaros. La vergüenza ya no tiene cuerpo, quiero mostrarle al mundo cómo cambio de color. Soy una lágrima que cae, un pelo que se suelta, una piel que se levanta. Voy atrapando el momento, cazando la mariposa que me revolotea entre las manos. Hago tic, tac, tic, tac, tic, tac como un reloj o como una bomba. No sé desactivarme. No son lágrimas, son vidrios rotos los que me salen por los ojos, reflejan en colores la fragilidad. No estoy triste, es que desde que estás adentro estoy cosida a este mundo.
No estoy practicando el pujo. Me da risa, es como practicar una revolución, un orgasmo, una toma de poder. Hoy me enteré que es la gallina la que cacarea para avisarle al pollito que tiene que salir. Busco señales en el otoño. En los árboles hay hojas que siguen verdes, otras ya están amarillas. El viento las hamaca, pero todavía no las suelta. Ya tengo la manta de lana cosida de la abuela. Siempre se trata de lo mismo: las abuelas tejen, a mí me cosen la piel.
Siempre podemos elegir a qué darle lugar, dice alguien que no está por parir.
¿Por qué hay olor a quemado?, pregunto. Te sacan, estiro mis brazos y me quedo rasguñando el aire. Me estiran hasta quedar transparente. Me atan a mí misma, bien tirante. Sale líquido por las tetas, la vagina y por los ojos en iguales proporciones. Lluevo cuerpo. Esto es un montón, un montón de bebé y un montón de cuerpo roto. Soy trozos que duelen adentro. Camino, inclinada para no descoserme. Estar entera es más ficción que nunca. No importa, la lluvia también es un conjunto de gotas que caen. La leche se solidifica. Mi cuerpo espera agazapado, duro. Me retuerzo para intentar sentarme. Chupás y se me desprenden partes del útero. A vos no te importa, sos puro futuro. Estás entretenido masticando un pezón. Me gusta verte peleando contra mis durezas y volviéndome líquida, liquidándome, venciéndome siempre.
Somos hongos, hijito, crecemos con la humedad de la leche y de la sangre. Me gusta tu pis rebelde, que me atraviesa caliente, buscando el universo. Me concentro en vos, en tu dulzura. Mi herida se calla: es la boca de un muerto. En la clínica, Luis quita el crucifijo y lo pone en la caja fuerte. Queremos que seas lo único sagrado. ¿De qué parte de mí saliste? ¿Por dónde se filtra la luz? Miro mi cicatriz. Al menos, me podrían haber dado a elegir el color de los hilos. Hacerme un dibujo. Un tejido. No es la piel, soy yo la que me abulto ahí. Estamos hechos de pedazos tan pequeños que, a veces, hasta nos mezclamos con la inmensidad. Como dice la canción, hoy para mí la vida es eso: desarmarme y sangrar.
Estoy crecida y seca. El placer se me zambulle. Lo pesco y se suelta. Lo espero al sol, con la paciencia de una lagartija. Tengo un recuerdo cosido, que paseo por los ambientes de mi casa. El tiempo es una trenza, que cuelga de mi pelo despeinado. No estoy segura: ¿me perdí o lo único que hago con vos a upa, por el pasillo ida y vuelta, ida y vuelta, es no dejar de encontrarme?
Hoy lo que se parece a mí está afuera. Lo real agoniza. La revolución filosófica no es más que el preludio. Y esta que soy está por estallar. De nuevo. Pierdo lo que perdí. Y lo tengo más acá que nunca. Derramado en la sábana. Chorrea de un pezón. Flácido y caído. Exacerbado en líquidos, en colores. Quiero que vayas por la vida así, como yo, encontrándote siempre con lo que ya no sos. La armonía dejémosela a los pianos. Vos naciste de mi sangre revuelta. De la oscuridad, de lo pegajoso, de la más alta contradicción.
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Veronica Halperin/ Nació en Bs. As en 1984. Es sociologa (UBA). Se especializa en problemáticas sociales infanto juveniles. Escribe cuentos y relatos.