Relatos/Partos

registro coral

autoras varias*

Leí que durante el embarazo era normal soñar que paría un animal, algo deforme, peludo, un reptil extraño. El último sueño que tuve sobre el parto fue con Manu ya al lado mío, en nuestra primera noche en casa. Soñé que me secuestraban, me ataban a una mesa y me clavaban cuchillos en la panza. Y, aunque todo salió bien, mi parto se pareció más a esa pesadilla que al estereotipo de la mujer con las piernas abiertas, gritando, sudando y al fin llorando de felicidad cuando abraza a su bebito.

Los días en el hospital fueron una cápsula en el tiempo. Era invierno, creo que llovía y parecía siempre estar anocheciendo. Desde mi cama veía un patio interno con un árbol, por donde cada tanto cruzaba una persona con ambo o delantal. Me sentaba en el sillón a dar la teta y me adormecía, pero no por sueño, era como un subidón de pasti, una relajación física y el cerebro en compota. Gabo me miraba y no sabía si reírse o llamar a alguien. Después supimos que era las hormonas haciendo lo suyo con las primeras bajadas de leche.

Les mandaba audios a mis amigas contándoles que me sentía en una eterna resaca de drogas.

Cansada, feliz, abrumada, fuera del mundo.

Les contaba mis pequeños logros: me dejaron tomar agua, hice pis sola, caminé por los pasillos… (me retó una enfermera porque no podía hacerlo con Manu en brazos, reglas del hospital). También les decía que no hacía falta que me mientan si no les parecía lindo, yo sabía que lo mío no era objetivo, pero también entendía que casi nunca los recién nacidos eran realmente bellos. Por supuesto, me decían que era hermoso.

Prendimos la tele y había un programa de televisión desde Qatar. Ni me acordaba que era el año del mundial. Las agujitas del monitor de panza empezaron a saltar. Dolor. Dolor. Dolor. Vi las estrellas. Allí estaban, ellas eran, las famosas contracciones de parto.

La expresión parto hermoso me fue absolutamente ajena. Nada que doliera así podía ser llamado hermoso. Existen muchos otros adjetivos en español más apropiados que ese. Así pasaron casi 4 horas. Muchas contracciones y poca dilatación. Vino la obstetra y me ofreció seguir esperando, aunque sin muchas expectativas de que la escena se encaminara sola. Cuando me advirtió eso sentí un gran alivio. Por favor terminemos con esto, pensé. Denme anestesia, de la que tengan. Sáquenmelo de adentro. Tenía la fehaciente responsabilidad de terminar lo que empezamos. Estaba determinada. Además, eso de esperar para ver si la cosa arrancaba no era adecuado para las personas ansiosas como yo. La partera (la que amedrentaba administrativos del hospital) me dijo eso que todavía no había empezado.

 

Adelante, procedan. Le afirmé a Lucas que íbamos a cesárea, o Lucas me lo dijo a mí. Adrenalina. Ese futuro abstracto era ahora. La maternidad es eso, en definitiva, vivir futuros difíciles de imaginar que siempre son ahora. Y recalcular en ese terreno.

 

 

Ya no sé qué decir sobre el parto.
Fue, y es, un trauma
pero estás vos
que sos todo lo maravilloso
y pesado de mi vida
y el trauma queda inscrito
en mi piel
– ¿quizás en la tuya? –
como una cicatriz profunda
y triunfante.

 

Agarrada de la mano de Martin, conversé algunas pavadas, bajito y pausado, para sentir que hacíamos algo. Todo ese rato, tuve más frío que miedo.

De golpe la escuché, afónica, y la vi, sangrienta. No lloré de emoción. No sentí nada. No grité pujando ni transpiré. No fue todo soñado, pero tampoco tan imperfecto. Hay una parte de mí que la sintió ajena, distante. La acercaron a mi mejilla, la besé sin llorar. Me sentí observada e incómoda. Ya no quería ser protagonista. Cuando terminó el trámite solo pensaba en salir de ahí.

 

No sé cómo escribir la luz, sino desde lo teórico, desde una reconstrucción narrativa que valide y me valide estar sola en el medio de una casa en la playa pariendo sin saber parir.

No veo momentos mágicos de velitas y tetas. Y estaban las velitas y las tetas. Y los aceites y las luces y los carteles y el agüita caliente y la lavanda y la música. Todo estaba, pero no lo siento. Es el parto de otra que miro por la tele.

Es un entramado que armé y decidí con mucha ternura, muchas listas, muchas decisiones propias y eso es muchísimo.

Pienso la luz en fotos, mini momentos congelados de amor.

La luz es Leiko hablándome bajito mientras la cabeza de Santi se asoma en el agua caliente y yo la toco, pero no sale. Es Leiko diciéndome que llame a Santi, que llame a mi mamá que ahí estaba entre nosotras.

La luz son esos momentos voladores en que empiezo a ver nublado, escuchar con eco, sentir a destiempo. Y el cuerpo se pone rarísimo y es un trance… y ahí está llegando solo.

 

Bajo de la camilla y por mis piernas corre sangre, muy roja.

Le digo a la médica que estoy sangrando hasta los pies, me pregunta por qué fui sola esta vez. No está conmigo mi marido. Le explico que tuvo que quedarse en la oficina. No dice nada de la sangre y me pide que entre al consultorio de al lado y que la espere. Hay otras embarazadas con urgencias.  Me pone un algodón para el sangrado.

Me van a operar ahora, dice. Pienso ¿de qué me van a operar?

No entiendo. Y de golpe, la decepción de ir a cesárea.

Cuando llegamos a la clínica, me sientan rápido en una silla de ruedas y ahora todo es una carrera. Es como entrar a jugar al mundial, la clínica es como un estadio, no hay tiempo, hay que ganar sí o sí.

En un costado está mi marido, del otro el anestesista, que me consoló cuando entré llorando. Los dos me dan la mano, son como dos maridos.

Tardan mucho. Siento las vísceras de mi cuerpo, son removidas, cosidas, me duele todo.

A pesar de lo que me contaron, siento. Por fin, lo sacan, estaba encajado en el canal de parto. Me lo dan, lo apoyo en mi pecho, lo huelo, lo beso, lo abrazo y lloro, Está cubierto de vérnix, es grasoso.

No se queja ni nada, siento alivio y dolor, tristeza, alegría y confusión.

Ahora estamos los tres juntos en la habitación, lo pongo en la teta inconsciente de que esto va a durar años, los años más felices de mi vida. No me puedo mover, pero quiero tenerlo conmigo. Nos quedamos ahí quietos, respirando. Es enero y hace mucho calor.

 

El aire me raspa, lo siento en el pecho. No logro coordinar la respiración con los pujos. Pienso en el curso de preparto y nada de eso me sirve para este momento.

(cuatro pujos, dos descansos, cuatro pujos, dos descansos)

Presión, ardor, rozamiento. Mi cuerpo se abre más de lo que creí posible. Mis pensamientos se confunden. Ya no puedo.

(Dos pujos)

 

Siento tus huesos pasar entre los míos. Confirmo que esto es lo más animal que viví.

«Yo quería parir, yo iba a parir. Tanto curso, tanto escuchar, leer sobre cómo hacerlo, cómo prepararse, qué era lo mejor para mí y para mi bebé. Sentía que estaba lista para atravesar ese gran portal que daría inicio a ese camino que dicen “es la experiencia más linda de la vida”, ese camino llamado maternidad.

Nada salió como lo había imaginado. Para eso nadie me preparó, para esa frustración, ni se me advirtió siquiera, y eso fue lo más difícil: la aceptación y la sanación.

 

La izquierda había cortado todos los accesos a CABA y llovía finito. Mientras hacía un meneo bizarro -que provocaría muchas risas más tarde-, exigía que Juan abriera y cerrara las ventanas -sin ton ni son- y continuaba vomitando -prolijamente- en un tachito que trajo mí padre, logramos llegar. ¡6cm de dilatación! anuncian con pitos y flautas en el primer tacto, me sentí orgullosa, me volví a jactar de mí alto umbral de dolor para solicitar, con mucha dignidad, la epidural.

Luego de llegar a la dilatación completa, de mucho acompañamiento amoroso y de 12hs de trabajo para el nacimiento, como decía mí partera, el gordo pochi nació con 3.350kg… por cesárea. Nada había salido como esperaba. Pero, en paralelo, tampoco había esperado esa inconmensurable sensación de felicidad que sentí. Que voy a buscar, irremediablemente, en los mil recovecos de la vida y no la voy a encontrar…

 

 

Domingo, era tarde y un poco las esperanzas de parto vaginal se estaban evaporando. Era un deseo, sabía que era la última oportunidad. La cesárea de Nina me había costado mucho y estaba un poco asustada ¿Cómo haría con el dolor, una bebita y la intensidad de Nina?

Pero el trabajo de parto no se asomaba ni de lejos. El 18 se cumplían 40 semanas.

Hasta ahí me aguantaba mi obstetra y estaba bien, pasé la mitad del embarazo con temitas de presión. Ya estaba medicada y me controlaba todos los días. Tampoco podíamos joder con ese tema.

Eran las 8 de la noche del domingo y me llamó la partera. Íbamos a cesárea programada al otro día a las 10 de la mañana en el Anchorena. Las cartas estaban echadas, iba a cesárea nuevamente, ya sabía cómo era el tema y eso me asustaba un poco más que la primera vez. La información tiene sus pros y sus contras distintas.

También me inquietaba dejar a Nina tantos días ¿cómo sería? No quería que Javi se vaya del hospital. Quería replicar el tiempo, sin tiempo que vivimos cuando llegó Nina. Los 3 en la habitación, casi sin visitas, juntos, conociéndonos, adaptándonos.

Con Lucía quería lo mismo. Cuidarla, conocerla, estar los 3 juntos y solos.

 

Y en ese conocerte, reconocerte.
Ojos; nariz; boca; dedos (10 dedos, 20 dedos).
Mirarte; olerte; besarte; tocarte. Abrazarte con cuidado de no romperte.
Te dejan conmigo sobre mí pecho -solos- en un pasillo amarillo.
Te dejan conmigo como si supiera qué hacer contigo.

Empiezo a apropiarme.

 

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autoras/

Julia
Lucía
Victoria
Tully
Pali
Laura
Carmel
Camila
Verónica
Agustina
Mariana
Coordinadas por Lula Bauer
con su taller ¨La maternidad es movimiento¨.