Fiesta de caca
El cuarto está oscuro, oigo la respiración de mis hijos. Juntos componen una canción. No los veo, pero puedo olerlos. Un olor ácido y dulce, a leche cortada, a galletita. Prendo una luz tenue para espiarlos, están enroscados, uno arriba del otro como dos cachorros. Que duerman me devuelve a un territorio propio que solo conozco cuando descansan. La demanda se apaga y con ella mi desdoblamiento. Mis ojos atentos a cada uno de sus pasos. Duermen y respiro, escupo algo atorado.
Hoy me levanté decidida a hacerle el ruedo a un pantalón amarillo con etiqueta Made in Paris que me regaló Nina. Me sumé al caos de cada mañana y me instalé en una mesa destartalada que hay afuera con el pantalón, las tijeras y el costurero de mi abuela Domi. En pocos minutos zurcí el bajo y le pegué el botón.
A mi alrededor mis hijos en culo corrían por el jardín. Paco, de un año, se cagó encima y fue dejando una serpiente de mierda blanda por distintos lugares de la casa. Lo aupé y lo metí bajo la canilla abierta mientras pataleaba buscando liberarse.
Habíamos vuelto al juego cuando Ama me pidió que la acompañara a cagar. Desde que le tiene miedo a un caracol que tiré al water, cree que la 9 está esperando para morderle el culo. Se apoya la menor cantidad de tiempo posible y se pone necia diciéndome que terminó, cuando sé que aún tiene más para largar. Entonces invento que tengo que apagar el agua que hierve o que su hermano me llama, para ganar tiempo. Esta vez tomó la iniciativa de limpiarse sola, con bastante dignidad para una niña de cuatro años.
De pronto sentí que estaba en una fiesta de caca; mis manos olían a caca, mi casa olía a caca. El aire estaba impregnado de olor a mierda. Sé que todos cagamos.
Sé también que podría hacerlo mejor y no dejar a mi hijo en culo o levantarme más temprano que ellos y jugar a la costurera mientras no los tengo revoloteando a mi alrededor. Pero esto es lo más eficiente que puedo ser. También puedo serlo mucho menos.
Hoy comimos en el auto. Todos los miércoles comemos en el auto. Siempre tuve ese vicio, lo admito, y ahora con hijos parece el plan perfecto para ritualizar al menos un día a la semana. Los miércoles hacen las croquetas más ricas del mundo en la panadería del barrio y encima salen cuarenta pesos. Más temprano, cuando fui a pagarlas, no tenía la billetera. Me las dejaron fiadas. Después me subí al auto y no tenía las llaves para arrancar. Entré a buscarlas y la panadera dijo: Hoy no es tu día. En realidad viene bastante bien, retruqué. Si supiera.
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Camila G.Jettar (Montevideo, 1984) es escritora, música y fotógrafa. tuvo como escuela a la escena under rioplatense, base de su mundo interior y de su manera de crear. como música, es cantante de la banda Guachas. Actualmente se forma como terapeuta. Vive en El pinar con su hija e hijo.