Relatos/Partos

Segundo tiempo

por Julieta Moreno*

 

Las viejas, depositarias del pensar colectivo, siempre dicen que el segundo hijo no solo usa ropa usada, también le sacan menos fotos y no le dan tanta bola. A riesgo de darles la razón vengo postergando hacer mi relato de parto que siento que se lo debo porque el de Elías lo hice y lo publiqué en esta revista. Estoy a un pelo de ser una de las influencers de la magia del parto que pululan en Instagram. Lo que pasó es que la estrella de este parto no fue el bebé, sino el papá. O sea que se cumple la profecía de que el segundo es segundón.
Como soy una madre añosa según los libros y estadísticas de obstetricia el médico recomendó, insistió y suplicó que fuéramos a una cesárea programada. Daniel, cauto como siempre sudaba frío pensando en un eventual giro místico mío hacia un parto natural. La verdad es que a mí me hubiese gustado un parto natural ya que me considero una persona sana y fuerte. Pero bueno tuve que aceptar la cesárea programada porque el médico fue lapidario: el parto no es una decisión que podés tomar sola, las consecuencias son muy gravosas para que recaigan en una sola persona. Tomá! Esa injusticia sin solución: lo que pase con mi cuerpo se decide entre dos porque hay un tercero más importante que mi propio cuerpo.

Cuestión que llegó el 23 de noviembre a las 6 de la tarde y fuimos caminando a la clínica Suizo Argentina. A la mañana habíamos dejado a Elías en lo de la abuela como todos los miércoles para que no sintiera que algo iba a pasar. En realidad no nos importaba mucho él, lo que queríamos era pasar un día tranquilo antes de la hecatombe. Desayunamos juntos, escuchamos la radio y no almorzamos porque me pidieron hacer un par de horas de ayuno. A eso de las 4 me fui a bañar y a las 5 salimos caminando por Pueyrredón. Llegamos 5 y media, media hora antes de la cita. Daniel ya se estaba poniendo nervioso. Yo pensaba en escaparme y parir naturalmente en un descampado. A Daniel nunca le faltan motivos para estresarse así que cuando le pidieron que le mandaran una pelotudez por mail, no le andaba el 4g, no tenía acceso a wi fi, no escribió bien el mail, todo eso le pasó mientras yo trataba de respirar y pensar en otra cosa porque a pesar de ser un trámite ambulatorio era el nacimiento de mi hijo y quería ponerle un poco de fantasía. No pudo ser, ante el “Julieta me das una mano que no puedo con esto” tuve que sacar el celular y reenviar el documento pedorro que me había pasado por
whatsapp.
Terminado ese trámite nos dan ingreso a la clínica y nos dejan ir a la habitación. Ahí yo me empiezo a preparar. Me piden que me bañe de nuevo, que me pase antiséptico por todo el cuerpo y que me ponga la bata, la cofia y los botines. También me dieron un barbijo que pedí por favor que se lo metieran en el orto porque no lo iba a usar.
A Daniel también le dieron el kit de voy a ser papá, pero no en la habitación, sino abajo en el piso del quirófano.
No pasó mucho tiempo y me vino a buscar el camillero. No recuerdo si en silla de ruedas o en camilla. Qué loco, pasaron solo cuatro meses y ya hay cosas que no recuerdo. No creo que sea porque la llegada del bebé es tan hermosa que te hace olvidar estos detalles, yo creo que es porque hace cuatro meses que duermo como el culo y tengo agujeros en la memoria. Ah sí ya me acordé, me vinieron a buscar en camilla porque cuando bajamos chocamos contra otra camilla de una que acababa de tener a su retoño. Yo estaba lúcida, ella obviamente no, así que respondió a mi chiste y felicitaciones con una sonrisa dolorida.

En eso viene la partera que empieza a hacer preguntas de rigor: si tuve chagas, cuantos hijos tengo, cuantos abortos me hice o tuve, cual es mi grupo sanguíneo y cómo me había dado el test ese del hisopado anal. Yo muda, pensando que todavía tenía chances de escapar y parir en una comunidad hippie a los pies de un arroyo cordobés. Se lo digo clarito: Tengo miedo, Alicia. Me dice que el segundo hijo da mucho más miedo, que nadie piensa en eso pero que es verdad.
Con el segundo están todos más asustados. Si hubiera sido una película esa frase tendría que haber dado la pauta de lo que venía después.
Llega la instrumentadora quirúrgica, llena la mesa de fierros y trapos verdes gastados. Me dice “todo esto es para vos”. Me parece un asco y deprimente. Pienso en el estado lamentable de la salud en argentina, aún estando en una clínica privada de primer nivel.
Llega el obstetra, saluda a todas las instrumentadoras, médicos y personal que pulula. Le digo que no quiero una cesárea, que tengo miedo. Se ríe, me dice que tengo una personalidad que no confía en nadie. Le digo que tiene razón y me pongo a llorar.
Entra el anestesista, el que me va a aplicar la peridural. Es un pibe joven, re simpático y me trata muy bien. Me saca temas de conversación y me explica todo lo que va a pasar. Lo invita a Daniel a irse porque la anestesia se aplica sin acompañante. Me sientan, me pinchan y me recuestan de nuevo. Entra Daniel que ya tiene puesto el ambo azul que dice “voy a ser papá”.
Ya es papá, pero va a ser papá de nuevo. Su cara dice que no quiere ser papá ni en pedo y que si pudiera estaría también conmigo en la terminal de retiro pero tomándose el micro para el otro lado, a Ushuaia preferentemente.
Lo ponen detrás de mí y lo involucran en las conversaciones. El anestesista me pasa un algodón con alcohol por dos partes del cuerpo. Me pregunta dónde siento frío y le digo que en el brazo, que en el otro lugar no. Me dice que eso es que hizo efecto porque los nervios y la temperatura van por el mismo camino.
Me dan nauseas y vomito. Vomito algo viscoso y verde. Daniel salta y dice ¨vomitó, vomitó ¡está vomitando!¨.
El obstetra lo mira con una mirada asesina al anestesista que responde rápidamente que es algo mecánico, que estoy bien y que no me cayó mal la anestesia. Me limpian muy mal y me ponen trapos encima del vómito.
En algún momento empieza la operación porque todos hacen silencio. Es un silencio corto, muy corto, al toque empiezan a hablar de sus cosas. Hay uno que tuvo un quilombo con un juicio de abuso sexual impulsado por un estudio jurídico carancho, otro que está organizando un asado con todos, pero tal nunca viene y el anestesista que se queda del otro lado de la cortina junto a mí, o debería decir junto a mi cabeza, habla de un problema que tuvo con su papá.
Del otro lado está Daniel. Y ahí esta, supuestamente acompañando.
A los diez minutos noto que los movimientos y empujones paran y bajan el telón y me dicen acá está. Tres kilos siete cincuenta, siete y veinte de la tarde. Me muestran al bebé y me emociono.
Pido por favor que me levanten la cabeza que lo quiero ver mejor. Le pido a Daniel que me sostenga la cabeza pero no me da bola.
Pellegrino está todavía con medio cuerpo adentro mío. Es un momento mágico.
Mágico y fugaz porque mientras yo lo miraba maravillada todo el personal gira la cabeza hacia
mi lado y gritan
-Se nos va el papá.

Efectivamente, Daniel pasó del pálido al verde y se desvaneció. La instrumentadora y el anestesista lo agarraron como pudieron y lo llevaron al fondo del quirófano. Lo sentaron en la una silla al lado del perchero y ahí lo estacionaron porque con el bebé a medio salir no había mucho tiempo para reanimar humanos ya paridos.
-Fuerte la paternidad, ¿no? -le dice el obstetra riéndose. No hay que subestimar al segundo, sorprende siempre.
-No, estem, eh, lo que pasa es que, eh, todavía ahí, la herida, impresión eh -trató de decir Daniel como pudo, desde el corner a donde lo habían mandado.

Me suturaron, limpiaron y salimos con el bebé hacia la habitación. Ahora yo estaba drogada en el pasillo y me chocaban las parturientas sin anestesia. Esa semana nacieron 50 bebés así que los pasillos estaban colapsados. A Daniel lo ayudaron a levantarse, le dieron agua y nos siguió hasta la habitación. Iluso él que pensó que ya había terminado todo y solo iba a tener que cuidarlo hasta que yo me reincorpore. A las dos horas la enfermera se lo llevó a observación porque no respiraba bien. Le dijeron que lo podía ir a ver cuándo quisiera, pero fue una sola vez porque yo le insistí. Días mas tarde me dijo que le había dado muchísima pena verlo todo conectado en una incubadora. A la mañana me lo trajeron y siguió todo normal, hasta me dijeron que había tomado el pecho solo porque habían restos de leche en la boca.
Independiente como segundo hijo. Bienvenido Pellegrino, te toca hacerte tu camino.

 

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Ella//Julieta Moreno. Nací en Buenos Aires. Soy abogada y traductora pública. Antes de la pandemia dividía mi vida entre Buenos Aires y Mendoza donde tengo un pequeño olivar que administro. Ahora hago todo por whatsapp (poda, fertilización, esperemos que pueda ir a la cosecha) y desde mi casa trabajo como abogada. En la otra parte de mi casa Daniel trabaja como contador. Juntos tenemos a Elías y a Pellegrino. Escribo hace algunos años, siempre textos cortos porque me cuesta sentarme a escribir.