Relatos/Partos

Nacimiento de Amatista

Por Luciana Nudelman*

 

No sé bien dónde empezar este relato. Creo que podría hasta retroceder años en mi vida y encontrar relaciones con el nacimiento de Amatista pero me limito a empezar con las primeras contracciones.
Empezaron en la noche de la semana 39.2, Enzo había dado covid + y no nos sentíamos exactamente fuertes para encarar un parto. Fue la primera vez que había sentido contracciones en todo el embarazo, fueron sin dolor y cada 20 minutos aprox. así que cuando le conté a Pao mi partera, me dijo que eran de preparto que me quedara tranquila. Así estuvimos una semana, todas las noches contracciones que de repente flasheamos que podían ponerse regulares y a la mañana salir para el sanatorio.
Semana 40.5, ahí nos dieron el ultimatum de tiempo; era miércoles cuando fui a monitoreo, si el martes no había empezado, había que inducir.
Y ahí la crisis.
 Amatista se había dado vuelta, todo estaba listo para ser el parto en agua, fisiológico que había soñado; pero de repente quizá había que inducir y entonces? ¿Y lo que llaman cadena de intervenciones? ¿Y que si las contracciones con oxitocina sintética son mucho más dolorosas (como dicen) y ya pasó peor? ¿Y si necesito epidural? ¿Y si no es todo lo natural que lo había imaginado?

El viernes cumplía 41 semanas y Pao venía a casa a hacerme un tacto. Dolió, pero tolerable. Estaba con 1.5 de dilatación, pero el cuello estaba tenso todavía “¿hay algo que te esté poniendo tensa? Tratá de soltar miedos. Tenés que relajarte para que tu cérvix se relaje y se abra.”
Cuando se fue Pao quedé medio dolorida, tirada en el mat. Charlamos con Enzo y de vuelta, me vi frente a la gran paradoja (que se me presenta una y otra vez) de: soltar el control.
ACEPTAR que si me inducen, ok. Si no es el parto en agua que soñé después de tanto leer e investigar, ok. Si se complica y de repente es un cesárea, ok.
Aceptando y confiando en mi decisión con el equipo y el tipo de parto que elegí. Otra vez en mi vida me vi frente a tener que soltar el HACER, para entregarme a la vida. Entregarme a lo que tenga que ser. En el fondo, no controlamos nada. Otra vez en el camino de aprender a no-hacer. Todo lo que podía hacer, lo estaba haciendo y el trabajo de parto, empieza cuando una suelta la mente y se deja ir, se deja llevar, se deja morir.
Y ese día empezamos a invocar el trabajo de parto: masajes, manteo, malcrianzas, tés de chocolate, aceite de jazmín, caminatas, baños. Me aboqué de lleno a entregarme, a generar oxitocina y a decirle a Amatista que estábamos listos para que llegara. Cantamos canciones, escuchamos su playlist por horas.
El sábado salimos a caminar, comimos rico, perdí el tapón mucoso durante el día y a la noche empecé con contracciones, ahora sí más dolorosas, cada 5 minutos mientras me daba un baño.
Comimos entre contracción y contracción y 11.30 ya estábamos camino al Otamendi. Nervios, emoción, risas. Me sentía ya en otro estado, por ahora divertido y excitante.
Llegamos y la hermosa de Pao nos esperaba con la pileta lista. Me revisó y solo tenía 3.5/4 de dilatación, por ende, faltaba bastante. Por suerte pudimos entrar al agua enseguida y el trabajo de parto fue todo ahí.
Luces bajas, nuestra música, aromaterapia de Pao (el olor era de mi mamá, ese olor a flores que me hacen sentir que está ahí, y claramente estaba).
Las primeras dos horas fueron interminables. No paraba de mirar el reloj y me acordaba de las historias de “llegué al sanatorio y en dos horas ya había nacido” y yo veía pasar los minutos más lentos de mi vida, entre contracción y contracción de dolor.
Y no entendía como el tiempo podía ser tan subjetivo.
Cuando Pao me hizo el segundo tacto, creo que a las 2 hs de estar en la pileta, estaba con 6 de dilatación y yo no podía más. O creía no poder más. Quería que saliera ya. Y faltaba taaanto. Estaban por ser las 2 am y salí de la pileta. Caminamos, bailamos abrazados y Enzito otra vez era ese sostén (y esta vez bien literal) que me atajaba en cada ola. Estuve un rato en la pelota, pasé por el mat y volví al agua.
El agua es un gran recurso. El calor, la liviandad, la suavidad del agua, son magia en ese momento de intensidad y dolor. Esta vez me acomodé de espaldas al reloj y cambié el mindset: me entrego.
Otra vez, SUELTO, me dejo morir. Cada contracción era un dolor inimaginado; y sabía que lo único que podía hacer era dejarme ir. “Que el parto sea a través mío”, pensaba.
Había contracciones más suaves, otras que duraban una eternidad; había algunas que nunca cortaban hasta que llegaba la siguiente y había otras, para mi las peores, que te abandonan completamente al terminar. Me dejaban en un estado de ensueño, entre el sueño y la vigilia, entre la realidad y el mundo parto; era una relajación tan grande y placentera… pero yo ya sabía que después de ese regalo, la próxima iba a ser más fuerte. Fuerte.
Y así estábamos, Enzo, Pao, Amatista y yo, en un vaivén de dolor, intensidad, emoción, locura. Había veces que no sabía realmente cómo soportar tanto. Mi cuerpo me empezó a pedir pujar, no porque estuviera por salir Amatista, pero según nos dijo Pao, esa fuerza iba a ayudar a dilatar. Pasó el tiempo, el siguiente tacto: 7cm. “Por favorrrrr, necesito que te abras”, le decía a mi cuello.
Me ardía la garganta de la acidez (algo que no sabía que pasaba y nadie me había contado), que aunque ahora parece menor, sumaba al dolor y el desafío.
En cada contracción hacíamos la “O” los 3 juntos (gracias a Dios estaban ellos vocalizando conmigo) y yo visualizaba mi cuello abrirse como un aro. Le hablaba a mamá, “por favor, hacé que esto pase.”
Una GRAN enseñanza sobre dejarse ir. Correr el ego, porque el dolor físico es del ego y yo estaba haciendo algo que va más allá de mí, muchísimo más allá de mí.
Por eso invocaba a mis ancestras, a su sabiduría y fuerza, que me ayudaran a ser instrumento para la llegada de esta niña, para la llegada de la vida.
Pensando que no había nada más que hacer que atravesar esto, atravesar cada contracción, habitar el cuerpo y dejar que sea. No había forma de salir de esto, no había otra salida que seguir para adelante, no había forma de que pasara más rápido, o de que durara menos. Había que estar ahí, había que poner el cuerpo, el alma, la vida.

En todo este mar, me acuerdo de mirar a Enzo y decirle “hacé magia, por favor, hacé magia”. Y la hacía. Él y Pao, sosteniéndome en cada “O”, en cada grito, en cada movimiento. “Ya pasa, tranquila, respira” y yo pensando, “no me importa, pasa y viene otra, y otra y otra; solo quiero que termine”.
Llegue a los 9 de dilatación después de casi 5 hs. Para mí, una eternidad. Había algo que no terminaba de abrirse para dejar pasar la cabeza de Amatista. De vuelta Pao con su magia, ayudó a dejarla pasar.
Y finalmente solo quedaban los pujos. Fuerza. Mucha mucha fuerza. Fuerza que no sabía de donde sacar. Fuerza que le pedía a mis ancestras que me envíen.   

“Mirá, tocá y vas a ver qué sentís la cabecita, ya está acá. Ahora solo queda hacer fuerza, ya sale”, me decía Pao. Y es hasta el día de hoy que le tocó la cabeza a Amatista y me acuerdo de ese momento. De la locura que era sentir un hueso adentro de mi vagina.
Y se empezaron a asomar los pelitos cada vez que pujaba. Y con cada contracción ahora tenía que darlo todo. Temblaba de la fuerza, me quedaba sin aire, por momentos sentía que me desmayaba, no sabía en serio de dónde más sacar la fuerza. “Vos podes” me decía Pao y mi mente me decía “ Cómo!? Dónde puedo?! No puedo más.”
Un rato más y llegó Hernán, nuestro obstetra. Me miró y me dijo “mirá Lu, en esta tiene que salir”.
“Por favor espero que tengas razón, ya no sé qué más hacer” decía mi cabeza.
Enzo me sostenía de las axilas, Hernán abrió un poco más el canal de parto y finalmente AMATISTA SALÍA DE MIS ENTRAÑAS.
Grité. De fuerza, de dolor, de emoción, de impresión, había UNA PERSONA, entera, saliendo de mi yoni. Los gritos que nunca imaginé pegar.
Salió de una. Cabeza y cuerpo. La agarró Hernán y la puso en mi pecho. La miré y vi mi nariz en el centro de su carita mínima. El tiempo se congeló. Enzo lloraba atrás mío. Yo no entendía lo que acababa de hacer. Lo que acababa de pasar. No era yo, no sé quién era. O si, era yo en un estado tan particular. Jamás conocido.
No me acuerdo bien que le dije en ese momento, creo que le decía “hola mi amor, llegaste. Ya estás acá”.  Sentía el cordón latir contra mi mano y lo sentía salir de mi cuerpo, todavía estábamos unidas. La miraba. No entendía. ¿Esto es un bebe? ¿Esto salió de adentro mío? ¿Esto LO HIZO MI CUERPO? ¿Esta es la bebé a la que le vengo hablando y cantando y mimando hace 9 lunas? ¿Es ella? ¿Finalmente nos estamos encontrando? ¿Y … se terminó el dolor?! Ya está?! Ya pasó?!  Y sí.
No lo podía creer. No entendía. Salí de la pileta  temblando como una hoja. No me acuerdo de haber temblado tanto alguna vez. 

Y así nació Amatista, en el parto en agua tan esperado, anhelado, deseado. Intenso, salvaje, doloroso como no podría haberlo imaginado, mágico, emocionante, amoroso. Así nació la semilla que empezó a crecer en Dominicana, el ser que nos eligió como vehículos para llegar a esta vida.
Amatista descansa ahora contra mi pecho en el fular. Recordando, soñando sus días de agua calentita y segura. Nacer es más difícil de lo que pensamos. 


>>>

Ella/ Lula (@lulalmendra)