Nostalgia del futuro

RÍO DE LAVA

Por Ansilta Grizas*

Soñé con lava corriendo por las calles como un río.
Soñé que me refugiaba en una terraza y veía correr ese río color sangre, negro rojo profundo.
Después alguien me ponía un candado en el pecho con un número para así poder reconocernos después de la catástrofe.
Yo estaba esperando que algo sucediera y estaba sin mis hijos y estaba desesperada porque ellos estaban con sus abuelos, a unas cuadras de mi casa, pero yo no podía ir a buscarlos. Tenía la sensación de sollozar y querer llorar pero no podía porque el candado en el pecho me lo impedía.
De algún modo llegaba a buscar a mis hijos y su abuela me hablaba de algo sin sentido y hasta que no me decía que estaban bien yo no podía respirar y ahí, finalmente, los abrazaba.
Me despierto y no lloro, solo transpiro y el bebé al lado mío ya se está quejando.
Una angustia se me alojó en el pecho, pero tengo una piedra, una bola, un candado que no me deja llorar. Intento y no puedo. En cambio ando iracunda, grito. Como ese caudal de lava que circulaba por las calles de mi sueño, pero adentro mío, y cuando empieza a salir no puedo parar y me enredo en mis propios enojos. Y en la noche el bebé llora y toma la teta pero sigue llorando y yo camino en círculos, sosteniéndolo como un paquete, dibujo círculos en la oscuridad del living y siento que la lava me persigue. Esa ansiedad que no me deja dormir y me golpeo la cabeza y me arranco pelos de la nuca y me digo que no que no que no, que cómo llegué hasta acá, que cómo me convertí en esto que nunca quise ser.

*
Hago más cosas en sueños que en la vida real. Soy más activa y más osada. Siento que hace tanto tiempo que estoy en mi casa, encerrada y más lo pienso y más me aplasta la sensación de ahogo, y me asusto.
Hoy me preguntaron qué tiempo tiene el bebé y ahí me di cuenta de lo poco que es y lo mucho que parece.

*
Mi marido, el niño de tres, la cuna del bebé nuevo y yo durmiendo juntos en un espacio que no es más que la extensión de un departamento de 50 metros cuadrados. A veces miro el techo y me harto del perímetro. Del encierro, la falta de aire abierto, de vistas, la ciudad.
Pero acá estamos los cuatro en un espacio que nos pertenece. Nos miro y pienso que nos tengo que recordar así, nosotros jóvenes y ellos nuevos, cansados, exhaustos, el niño con su oso en una mano y un trapito de gasa viejo en la otra. El bebé rojo con la fiebre de su primer diente asomando y la excitación por lo aprendido a diario.
Nosotros dos, maridos, amantes, tocándonos en ese espacio que queda entre la demanda de uno u otro. Amaneciendo antes que el sol entre mamaderas y apósitos mamarios. Con proyectos en perspectiva y el acomodo constante a este espacio que da lugar a estos, los primeros años de mi familia.
Leí algo sobre esa imagen del cielo y el infierno y pensé que esa dualidad que me parecía tan sin sentido no es más que una metáfora para los momentos de la vida y esto hoy, así de cansados y todo, es en realidad nuestro cielo en la vida.

*
Salgo en el subte a las 8 de la mañana, es febrero y ya a esta hora el calor no deja respirar, sin embargo siento este viaje como una bocanada de aire fresco, como libertad. Me encuentro con miles de personas que se mueven y salen de sus casas y van de un lado a otro.
Disfruté el café con medialunas antes de entrar al médico y pude tomar el desayuno con las dos manos y tomar el café antes de que se enfríe.
Cuando caminaba hacia a mi casa, con dos bolsones de pañales colgando de ambas manos, vi una pareja besarse y coquetear mientras tiraban una bolsa de basura. Recién bañados, limpios y perfumados, ella con la ropa perfecta, luminosos, frescos. Las caras del amor, del sexo recién cumplido.
A la tarde unos gritos me hacen asomar por la ventana y veo en la esquina un auto mal estacionado, una mujer con un niño en sus caderas, otro de la mano, discute en la vereda con su marido. Tironean algo del baúl que parece lleno de cosas de vacaciones, una conservadora, valijas. Ella le grita, ahí en la esquina con los niños de la mano, que no quiere nada de él, que sòlo quiere que la busque su padre. Él arranca el auto y se va a toda velocidad.
Qué desesperante.
En este día vi las dos puntas del amor.
A la noche soy yo la que discute con mi marido en la cama, pero con la voz baja porque los niños duermen y no quiero despertarlos. Que no doy más, le digo. Que no damos más, me dice.
Pienso si será que ahora estoy viendo mi matrimonio derrumbarse.
No puedo llorar y no es por ningún candado. Se me mojan los ojos, pero no me sale ninguna lágrima, como si definitivamente estuviera seca por dentro.

*
Estoy gris le digo a mi marido y él es que estás cansada. Ahí es cuando pienso que seguro él está menos cansado porque durmió toda la noche y le digo que no, no es eso, es que realmente estoy gris, no puedo ver las cosas claras y quizás necesito ayuda.
Nunca digo la palabra.
No tengo más ganas de vivir, es eso, sin embargo lo hago y me levanto y atiendo a mis hijos y me preparo el café y me visto y me baño y hasta a veces salgo a la calle aunque me cueste horrores.
Me siento como una planta que está seca pero nunca muere, le digo a la terapeuta. Yo tengo una así, le digo, un ficus al que le crecen sus hojas y las pierde, una sola, a veces dos, que no duran más que una semana y se caen y no está muerta la planta, pero debería. Le cuento que una vez pensé en tirarme del balcón pero hubiera sido complicado porque la red de seguridad para los niños era realmente fuerte y no hubiera podido romperla y me río y ella no.
Me obligo a hacer cosas, cocino, leo, saco fotos, salgo a caminar cuando hay sol, hasta que una mínima cosa me devuelve a mi agujero. Voy al supermercado y cuando abro la caja de huevos una colonia de gusanos blancos con olor nauseabundo me aplasta la cara y se me caen al piso y ahí la oscuridad ya empieza a crecer desde adentro, como la seda de un bicho canasto me empieza a envolver y la tristeza se me transforma en rabia y la rabia en gritos a los niñ niños y falta de paciencia, y ya se me termina el día y pienso en descansar pero nunca sucede, eso de la noche completa de descanso, y en ese caudal de rabia y angustia es que pienso en la caída libre desde el balcón.
Le digo a la terapeuta que nunca le dije esto a nadie y que sospecho que alguien sospeche. Que realmente no me quiero aplastar la cabeza contra el asfalto de la calle de mi casa, solo quiero ser feliz. Ser feliz con lo que tengo, como puede ser si todo el mundo me lo dice, qué cosa pregunta ella, eso de que tengo todo, ¿cómo no voy a serlo?.
En el diario del domingo salió una viñeta en la que una madre habla por celular y tiene de la mano a sus dos hijos, y en el globo dice “ahora que tengo todo, podría retroceder un poco”.

 

FRAGMENTO “RÍO DE LAVA” NOVELA. Ed. Cumulusnimbus, 2022.

 

Ansilta Grizas nació en San Juan en 1987. Es licenciada en Artes Visuales  y magíster en Escritura Creativa.
En el año 2012 participó de una Residencia para artistas en Antártida, en donde editó el libro de fotografías “Diario de navegación”. En 2021 publicó la novela “Un temporal” por editorial Entropía, también publicada en Chile por Ediciones Bastante. A fines del 2022 se publicó su segundo novela, Río de Lava, por Editorial Cúmulus nimbus. Es madre de dos varones.