Relatos/Partos

Dylan

Por Brenda Howlin*

I. En mi primer parto no pude elegir. A tu Hermana la apuraron, me cortaron y la sacaron. La primera vez que la vi ya tenía puesto un saquito rosa. Que no le puse yo. El amor me salvó. Nos salvó. Pero necesitaba sanar. Quería parir (me). Y te parí, me parí, me partí. Con tu Hermana no tenía información. Y confié. Con el segundo no. No confié en los cinco obstetras que me mandaban a cesárea. De las cinco consultas salí llorando. No se querían arriesgar, decían.

II. Y en medio de la oscuridad encontré al obstetra que toda mujer sueña tener, uno que comprende la dimensión desconocida en que nos sumergimos las mujeres cuando engendramos otro ser; uno que mira a los ojos, que acompaña y respeta: Gonzalo Guzmán. De la primera consulta salí llorando, pero esta vez de alegría.

III. Un sábado a la noche con un mostachol en la boca tuve la primera contracción. Enseguida supe que esa era distinta a todas. Abracé mi panza y le pedí a tu papá que empiece a controlar la frecuencia. Le avisé a la partera, esperando que me dijera que saliera volando para la clínica. Pero no: esperemos a ver cómo siguen, dijo. OK, no pasa nada, me dije, que no panda el cúnico. Tragué los últimos mostacholes e intentamos llevar a Lila a lo de mis mapadres, pero ella intuyó la que se le (nos) venía, y no quiso. OK, haremos el trabajo de parto con ella. Y se larga a llorar. Mis contracciones avanzan al ritmo de sus lágrimas. Ella llora por mí. Se queda dormida en el piso después de llorar una hora seguida. Papá la acuesta en nuestra cama mientras yo me abrazo a las contracciones y al misterio. Frases de otras mujeres que parieron se me vienen a la cabeza, como una catarata de aliento.

IV. Reviso el bolso. Dios mío. Miro la cama, no hay lugar para acostarme. Lila la ocupa toda. Me acurruco en el sofá. Soy un cuerpo en ebullición, necesito abrazarme. Tu papá toma el tiempo de las contracciones, con un ojo abierto y el otro desmayado. Yo respiro. La partera me sugiere bañadera. Lo hacemos. Mi panza sobresale del agua como un submarino y tu papá me tira agüita tibia con un vaso. Me sacudís como el mar. Floto entre las olas de la incertidumbre. Lo miro a tu papá y te miro a través de mi ombligo.

V. Empieza a amanecer. De a poco me voy alejando de la civilización. Las contracciones ya no dan tregua. Dios mío. ¿Cómo se elige la ropa con la que vas a descuartizarte? Me pongo lo que me entra, porque soy un globo. Entre contracción y contracción me tomo un té y una galleta, cargo nafta. A tu Hermana la sacamos dormida de la cama y la llevamos a lo de sus abueles. Que nos vamos a hacer un control dijimos, para no alarmar. Aunque para esa altura casi no puedo respirar. Las lomas de burro me dan directo en el sacro. Es domingo a la mañana. Qué belleza ir a parir al amanecer con la ciudad vacía y dormida. Me gusta el secreto y el silencio. A pesar del dolor, disfruto el viaje en auto con tu papá y vos adentro. El nivel de amor y dolor que siento, no lo olvidaré jamás.

VI. Llegamos a la clínica en cinco minutos. Golazo. Empiezo a sentir zonas desconocidas de mi cuerpo. La panza nivel piedra, el sacro a punto de partirse, la ingle tirante, mis órganos comprimidos pidiendo aire y la credencial sobre el mostrador. Abrazo a la partera llorando. Dios mío. Me revisa y me dice que falta, que puedo volver a casa. “No puedo dar un paso más”, balbuceo. Y nos internamos. Qué belleza ese momento en el que supe que de ahí salíamos tres.

VII. La música que papá había preparado, las poses, lo imaginado, al tacho. Cuando viene la contracción solo puedo gritar “¡sacro!”, para que tu papá haga lo que pueda con esa zona que duele como jamás dolió. “Suave pero firme”, le digo, es una frase que recuerdo de una obra de teatro de Los Macocos, y que en este momento es mi piedra filosofal. “¡Suave pero firme!”. Filiberto se llamaba el personaje que la decía. Y me pongo en cuatro, en dos, abrazada a tu papá, abrazada a la partera, a mí, al aire. Todo duele, me estoy partiendo. No entiendo cómo vas a salir. Tírenme agua. Me deshidrato. Y encuentro la clave: mi bufanda fuxia. Me la ato en la panza para que me dé calor. Sin ella no puedo. Y la partera me avisa que el anestesista no va a llegar. Joya. Voy a parir como una yegua, sin anestesia, como dijo Emilia Attias. Veo la tapa de la revista, su cuerpo en bikini, potra. Quiero salirme de mí y tomarme toda el agua de esas piletas de la Isla de Caras. Ya falta poco me dice la partera, mientras me hace masajes en donde puede, me alienta y me hace escuchar los latidos del bebé una y otra vez. A esa altura tenemos la confianza que tienen las hermanas. “Gonza está viniendo”. Joya. Ayúdenme porque voy a morir. Eso siento. Y la frase de Los Macocos, es mi mantra, “¡suave pero firme!”. Y entra el camillero y dice algo tremendo: “la bufanda no la podés llevar”. “Whaaaat? Sin bufanda no puedo. ¡Quiero-necesito mi bufanda fuxia! ¡Negociemos! Me la saco en el quirófano.” Bueno, me dijo, asustado. Y me sube a la camilla, con la bufanda enrollada.

VIII. Ya no puedo hablar, solo gritar como una reverenda yegua ancestral. Las luces del techo de La Trinidad encandilan, nunca las había visto. Pasillos, ascensor, grito o muero. Quirófano. Marcos al lado mío. Lo enrosco con las contracciones, acá morimos juntos, me parece. Estamos sin aire. Mis gritos se escuchan desde la huella que dejé en mi sofá. Y llega Gonza, el obstetra con el que quiero parir un mundo entero. Se merece un Oscar, un Nobel, el balón de oro, el Gordo de navidad, el Quini 6 con revancha. Todo se merece. Le grité con una voz de trance: “sacamelo, me voy a morir”. Yo imaginaba sus manos sacando el bebé. Pero no, él me mira, cual testigo de mi tragedia/comedia, con un amor descomunal, pero no saca. Y aúllo, ladro, trago todo el agua que puedo, con mi bufanda en la cintura. Hoy pienso en la cantidad de Coronavirus que podría haber trasladado ahí. Marcos semi asfixiado y arrodillado a mi lado. Lo estrujo con cada contracción y grito todo lo que mis cuerdas vocales me permiten. Grito desde el fondo de la tierra, ancestral, es el grito de un millón de mujeres juntas. Hoy es es día del Encuentro Nacional de Mujeres, me acuerdo. Ellas me dan fuerza. La tierra se mueve. Siento que estoy por escupir todos mis órganos, hasta el corazón voy a largar. “Lo estás haciendo muy bien, falta poco”, dice Gonza. La partera me acaricia, hidrata, alienta. Me estoy prendiendo fuego. Siento que mi vulva se quema. Literal. No voy a parir, voy a quemarme viva. Y grito, se me deforma la cara, me convierto en bebé naciendo, sin forma, soy un bebé que no sabe qué es el mundo, qué es esto, quién soy. Me estoy reseteando, estamos naciendo al unísono. De esto no hay vuelta atrás. Soy un animal, “suave pero firme”, con más fuerza que un equipo entero de rugbiers. Voy a (re) nacerme. Estás naciendo, bebé. Está naciendo, dice Gonza, “un pujo más”, dice la partera. Dios mío. Te veo salir. Y tu papá me sostiene, llora, moquea, se ríe, me mira, te miro-miramos nacer. Saliste enorme, con pelo, varón, entero, potro. Te ponen en mi pecho chorreando restos de mí y no puedo hablar, ni llorar ni reír. Sólo me sale decirte “chu-chu, chu-chu”. Tenés nombre, pero es muy sofisticado para este momento. Y Gonza y la partera, contemplan el milagro, a un costado. Ellos fueron mis aliados en ese viaje al fondo de mí, en este viaje cósmico que acabamos de atravesar en banda.

IX. Lo logramos todos. Y te prendiste a mi pecho como si lo hubieras hecho siempre. No se puede creer. Y sale leche. A mis genitales para ese entonces, los siento a cinco metros de distancia. Perdí las dimensiones de mi cuerpo. Sólo puedo escuchar tu corazón latir, tu boca en mi pecho y los brazos de tu papá que nos acunan. Ya fue todo. Esto es lo que importa. Naciste dos días antes de mi cumpleaños. Sos libriano, qué suerte. Y me siento entera, no entiendo cómo. Es magia. Somos magia las mujeres, que se sepa. Sale gente viva de adentro nuestro. Y después de la Guerra de Troya nos vamos caminando a nuestras casas. Insólito.

X. Me baño y me miro al espejo. Sólo una mujer después de parir sabe lo que es ese encuentro con ese cuerpo desaparecido lleno de dolor y amor. Y me zambullo en vos, bebé. Yo también soy un bebé. Pero te voy a cuidar. Acá está mi vida. Es tuya y de tu Hermana. Yo estoy nueva. Renací con ustedes. Y con todas las mujeres que luchan para que se respeten nuestros cuerpos y nuestros partos. Gracias a ellas pude parir. Y a Gonza, y a Marcos, a mi partera y a mi bufanda fuxia. Y también a mí, que deseé desde las entrañas parir. Nos merecemos parir como queramos. Nadie más que nosotras sabemos cómo parir. Cada una lo hace como puede: parada, acostada, sentada, en casa o en una clínica. Gritando, en silencio, cantando o llorando. No nos pueden apurar o maltratar. Sale vida de adentro nuestro. Tardé 7 meses en poner esto en palabras. Pero no me lo quiero olvidar. Tendría que estar lleno de Gonzalos y su equipo de parteras, que respetan y acompañan. Sé que soy fuego si lo necesito. Gracias Dylan por mostrarme quién soy. Y quién seré a partir de ahora.

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Ella/ Brenda Howlin es guionista, dramaturga, actriz, productora de teatro y mamá de dos: Lila y Dylan. Co-escribió la serie de TV docu-ficción, “No sé cómo volver”, protagonizando uno de los capítulos, disponible en la plataforma Flow Cablevisión; co-escribió el documental “Años cortos días eternos” en etapa de distribución y co-escribió y protagonizó el cortometraje “AMA”, proyectos que indagan y visibilizan la etapa que atraviesan las mujeres cuando se convierten en madres: el puerperio. Todos dirigidos por Silvina Estévez. Como autora y productora en teatro realizó “Shamrock” en el Beckett Teatro; “Wake up Susan” y “Jessi, Jeenny & John” (2010, 2011), en el Teatro Gargantúa y Teatro La Comedia. Actualmente co-escribe el largometraje de ficción junto a Silvina Estévez, “La venganza será” y otro junto a la guionista y directora Julieta Ledesma, «La hija de Tarzán». También escribe poemas y relatos sobre sus experiencias como madre.