Magia/Poesía

Jazmín Hollmann

Auto rojo
Salís corriendo, sin medias
el piso está frío, pero no te importa.
Volvé, te digo, estamos en medio
de la cena. Decís
que vas a buscar un regalo
que me trajiste del jardín. En la mano
traés una hoja llena de garabatos.
Mirá ma, son números y letras.
A mí se me llena el pecho
de mariposas y de cosquillas
y de esa emoción indefinible
que no sabía que existía
hasta que fui mamá.
Te felicito y vos me mostrás
y decís que esa es una manzana
y ese es un número, aunque no sabés cuál
y esa de allá arriba es tu letra.
Te miro, te doy un beso
y pienso que cuando elegí
la maternidad tampoco sabía
que una hoja con dibujos
en medio de los platos sucios
me iba a dar esta felicidad.
Tus hermanos te felicitan
y dicen mirá todo lo que dibujó Fran,
ahí está el símbolo del infinito
y esa es una cara sin ojos ni boca
pero con un cuello y allá está
la letra Q. Qué genio que es Fran ¿no, má?
Me conmueve esa alianza fraterna
que se va tejiendo más allá de mí.
Vos das vuelta la hoja y me decís
que también hiciste un auto rojo
con un montón de ruedas, ¿lo ves ma?

 

Ellos no, ellos también
Tu hermano grita desde el jardín.
Salgo apurada con pasos largos, echa una tromba.
Dice que le mordiste. Compruebo la marca
y te miro. Me decís que miente,
que fue él quien te pegó primero.
Él se queja y dice que lo estabas molestando.
Los miro. Me enojo.
Les pido que se traten con amabilidad,
que no se peguen, que se hablen bien.
Ok, dice tu hermano y se va;
vos te ponés a llorar:
lo que pasa es que a mí nadie me quiere.
Te abrazo y te pongo encima mío
como cuando eras bebé. Trato de pensar qué es
lo que hacemos mal para que te sientas así.
Mientras te acaricio el pelo y te doy un beso en la frente,
te cuento sobre el día que nos enteramos
que ibas a ser mujer y lo contentos que estábamos
con tu papá. Te reís. Siempre te gusta
que te cuente esa historia.
Me preguntás cómo eras cuando naciste.
Te digo que linda y achinada.
Te hamaco, como lo hacía entonces, deseando
que eso sirva para aliviar lo que duele
pero no sé. Me acuerdo de esa noche
que no parabas de llorar y nada de lo que hacía
podía calmarte. Te digo al oído
lo mucho que te queremos
tu papá, yo, tus hermanos.
Ellos no, me decís vos; ellos también, te digo yo,
lo que pasa es que a veces
no saben cómo demostrarlo.
No, no la quiero, dice tu hermano desde la hamaca
y yo lo miro, lo atravieso
con una mirada de fuego,
que lo quemaría si pudiera tocarlo.
Me gustaría decirle: así no ayudás, pero me callo.
A veces no sabemos bien cómo querer,
a mí también me pasa.

 

Revelación
Cuando salgo de la ducha,
el pelo atado en un rodete desprolijo,
me miro en el espejo empañado,
desnuda. Lo limpio con la mano
como si quisiera corregir algo.
Veo sensualidad, pero una distinta
a la que vi otras veces. Quizás,
sea cierto erotismo nuevo
que viene con la edad, no sé.
Mis tetas son chiquitas y están caídas.
No son las de los veinte,
pero reconozco en ellas algo poderoso;
amamanté tres hijos.
Bajo la mirada hasta la panza
y un poco más allá, donde tengo
la cicatriz de las cesáreas;
esa marca indeleble,
en la que a veces ni me fijo
y, otras, es lo primero que miro.
Es algo parecido a lo que me pasa
cuando me pregunto quién soy:
madre, mujer. Tengo
algunas estrías, la carne más blanda,
un poco de celulitis y aún así,
encuentro en este cuerpo, belleza.
Abro la puerta
y sostengo la revelación
como si fuese algo frágil
o que se puede romper.

 

Mamá mala
Fran me aprieta la nariz,
hurga en mis orejas
y recorre el borde de mis ojos
con sus dedos torpes y chiquitos.
Después me toca las pestañas
y les da un tirón suave

pero que duele.
A veces, las madres hacemos eso:
dejamos que nuestros hijos
se apropien de un cuerpo
que no es suyo. Ese
podría ser el origen de todo el problema.
No es fácil separarnos
de lo que salió de adentro nuestro.
¿Quién puede culparnos?
Cuando nacieron,
yo no corté el cordón
de ninguno de mis hijos
pero soy la que les dice que no
a muchas cosas.
Ellos me miran con rabia
y me dicen mamá mala.
Mala no, malísima, les digo yo y me río.
No sé si hago bien.
¿Más o menos a qué edad
una deja de tener esa duda
incrustada en las costillas?

 

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Jazmín Hollmann, tengo 43 años y soy mamá de Felipe, Julieta y Francisco. Viví en el campo hasta que vine a estudiar a Buenos Aires y acá me quedé, aunque siempre extraño un poco. Soy Lic. en Ciencias de la educación y docente en la Universidad Nacional de la Matanza. Como autora participé en la antología poética Apología 2, publicada por la editorial Letras del Sur y El mar de al lado, y en la antología de diarios íntimos de mujeres de Latinoamérica y España, publicada por Índigo Editoras. Actualmente trabajo en mi primer libro de poemas Los días comunes.

Ilustración: «Petite Maman» de Louise Bourgeois.