Magia/Poesía

María Ramos

 

Nunca anhelé la fertilidad y sin embargo fui madre antes de tiempo. Demasiado pronto, animal obsceno. Niña con una niña dentro. Presiono suavemente la piel de mi vientre, la piel de mi pecho. Cuánto ha sucedido aquí. Cuánto ha sido entregado. Crear una vida. Apagar una vida. Ambos son gestos de amor hacia el hijo, con la diferencia de que, en uno de ellos, la mujer se detiene y piensa en sí misma. No así. No ahora. Egoísta o temeraria. Estúpida. Estúpida. En cualquiera de los casos el sentimiento de culpa se elevará con sus ecos. Reconozco que arrojé el test de embarazo contra la pared. Reconozco el desgarro. Reconozco que mi voz cambió para siempre. Hasta qué punto mi cuerpo existe como realidad y no como un objeto dirigido por otros. Hasta qué punto mi cuerpo es un espacio propio. Nunca anhelé la fertilidad y sin embargo permití que creciese un panal entre mis huesos. Desde entonces mis manos conocen la suciedad del mundo, mis manos conocen el asco. Permitiremos que el hombre no se identifique con el hijo. Permitiremos que la mujer ingrese en las sombras. Permitiremos que la vida la arrastre hacia sus límites. Desde entonces he aprendido a existir en dos cuerpos. He cerrado mis heridas. Se han irisado mis bordes. Me detengo en el dolor sólo si voy a transformarlo. Joven, aún eres joven, me dicen. Aún podrás trenzarte en una familia. Aún podrás eternizar el círculo. Pero no deseo más hijos. Mi familia está completa, mi familia ya es real y respira entre mis brazos. Asumo nuestra belleza y asumo las pérdidas. Con frecuencia me pregunto qué siente una madre cuando un padre la acompaña, como extensión del cariño, como existencia simultánea. Con frecuencia me pregunto qué siente una madre cuando su sociedad la acompaña.

 

Prometo canciones
desde mi voz de verano
desde mi voz de niña.

Prometo mi tiempo.

Prometo recordar tu lugar entre mis huesos

en la torsión de la piel
en el perfil de mi sexo.

Prometo ser tu madre.

Prometo ser tu padre.

Prometo respirar tras tu lenguaje de gritos

cada noche
cada año.

Prometo perdonarme.

Prometo reconocer mi insuficiencia.

Prometo permitir la cicatrización.

Prometo que me verás desnuda.

 

Abro la puerta
y estás dentro de mí

puro
intacto.

Renunciarás a la descendencia
por estar a mi lado.

¿Es esto crueldad?

¿Existirá un amor más grande?

Pronuncias la palabra precoz
la palabra error
la palabra padre.

El hombre anhelando aquello
que sólo puede imaginar

lo que nunca será penetrado
lo que ocultarán el tiempo
y el vacío.

Camina conmigo
y te convertiré en un cuerpo estéril.

Taturaré mis encías
para diferenciarme de ti.

Me cubriré de tierra
para que seas mi hermano.

 

Yo no soy un pájaro muerto
aunque a veces sea
tan fría
y parezca
que todo se ha consumido
bajo la pequeña
piel
de mi pecho.

Soy más soy más soy más
que un nacimiento
extendido
sobre mí
como una tela mojada
más
que una carencia cualquiera
y que el avance ciego
de los insectos.

Desnuda soy
una manada de ciervos.

Púrpura,
no un pájaro muerto.

Yo soy quien lo contempla
mientras dice ¿qué has hecho?
¡bicho estúpido! ¿por qué lo has hecho?

Buscando amor
como la sangre.

No soy un pájaro muerto
sino el pájaro
que levanta las alas
y se agita
en primavera.

El que mueve el cuello
y busca a las hembras
con gusanos en la boca.

 

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María Ramos nació en Almería en 1983. En la actualidad reside entre las ciudades de Sevilla y Ginebra (Suiza). Ha traducido Tres mujeres, de Sylvia Plath (Nórdica Libros, 2013), Hola mediodía, de Dorothea Lasky (El gaviero, 2016) y Canciones de amor de Sara Teasdale (Harpo Libros, 2017). Ha escrito Siamesa (El gaviero, 2015), cuyos textos han sido traducidos al inglés, francés, portugués y gallego. En la actualidad escribe Barro, su segundo poemario, previsto para 2018.