Cositas para flashear

El destete entre madres e hijas

Por Luciano Lutereau*

El destete es una experiencia que tiene como base la relación nutricia entre la madre y el niño, pero no se reduce a la alimentación. Un niño puede haber dejado la teta, si es que alguna vez la tomó, pero ese hecho no implica por sí sólo el destete. Para explicar esta cuestión recurriré a una secuencia clínica habitual en la consulta.

Una mujer relata que su hija, que ahora cuenta con cuatro años, es algo tirana en la relación con ella. Por ejemplo, cuando están en la casa (la hija) suele enrostrarle que se aburre y espera que ella (la madre) haga algo; o bien, manifiesta ciertas dificultades para dormir, a través del pedido insistente de cuentos, caricias, etc. La madre debe “tocarla” para que la niña descanse y, si ya dormida, se levanta y se va, la pequeña enseguida nota la ausencia y se despierta.

Algo semejante ocurre durante las mañanas. Cuando la madre se dirige a la cocina, a los pocos minutos la hija ya está en pie junto a ella. “Es como si tuviera un radar”, dice esta mujer que, por momentos, se siente agotada por esta demanda. Por supuesto que no necesariamente se trata de que la niña tenga un despertador asociado al cuerpo de la madre… pero es como si lo tuviera. ¿No es éste un aspecto propio de la temprana infancia, cuando en el período de lactancia muchas mujeres anticipan que su hijo, en pocos minutos, habrá de llamarlas para comer? Esta especie de telepatía o comunicación espontánea entre madre e hijo es el terreno propio sobre el cual acontece el destete.

Ahora bien, ocurre que esta mujer sólo puede desprenderse de la demanda de la hija cuando tiene que ponerse a trabajar. De este correlato se desprende una conclusión: si el sentido de la obligación es lo que permite que ella pueda introducir un paréntesis en la relación con su hija, es porque de otro modo sentiría culpa. En efecto, la cuesta mucho hacer cosas para sí misma cuando está con ella. En cierta medida, es como si sintiera que le está sacando algo.

Esta misma coordenada se advierte cuando tiene que retarla. Le cuesta enojarse con su hija. El problema es que, al no hacerlo a tiempo, termina explotando después… y el resultado es previsible: se siente más culpable aún. La otra cara de esta coyuntura es que, si no se siente culpable después, siente culpa de forma anticipada y así, para el caso, puede amenazar con que se va a enojar, sin enojarse de veras; y es conocido el refrán que dice: “Dime de qué te jactas y te diré de qué careces”, es decir, quien dice que se va a enojar no hace más que reconocer su impotencia para enojarse, más dice que va a hacerlo y más expone que no es lo que quiere, que está dispuesta a retroceder o si no a negociar. Este tipo de situaciones terminan de una forma también conocida: el niño le toma el tiempo a los padres y se vuelve adicto a los berrinches.

Volvamos al caso. Esta madre siente culpa de frustrar a su hija. Sin embargo, esta frustración sería importante, porque sería la base de la autonomía de la niña. Por cierto, ella cuenta que una vez que se enojó y, esa noche, la pequeña durmió de manera discurrida. La explicación es clara: enojarse es introducir un elemento de hostilidad en el vínculo, sin que ésta lo ponga en cuestión. Las relaciones necesitan el conflicto, la discordia, como una forma de ponerse a prueba y desarrollarse; mientras que si esta hostilidad aparece cuando explota y se manifiesta como agresión, eso implicaría que el vínculo se resintiera. Son dos cuestiones muy distintas; pero, ¿por qué esta madre no puede integrar la hostilidad en la relación con su hija, al punto de que, por ese motivo, no haya podido terminar de destetarla?

La respuesta se encontró, en la continuidad del tratamiento, en aspectos relativos a la relación con su propia madre. En resumidas cuentas, podría decir que para esta mujer (en tanto hija) era muy difícil decirle que “no” a su mamá; a lo sumo podía alejarse, pero tomar distancia no resuelve los conflictos. A veces produce un alivio incipiente, pero luego incluso incrementa la culpa. Diría que, para esta mujer, el residuo de su destete se expresa en “escuchar todo lo que dijera” su madre (como si con el oído no se pudiera más que recibir órdenes). Dicho de otra manera, el efecto de la palabra de su madre fue lo que esta mujer tuvo que trabajar para, luego, poder introducir una modificación en la relación con su hija.

A partir de lo anterior, se entiende una distinción fundamental: el destete no es semejante con hijos niños o niñas. En términos generales, el único destete exitoso es el que se realiza con el hijo varón, mientras que con la niña permanecen intensas fijaciones que se transmiten de mujer a mujer. Una mujer puede reparar con su hijo varón la relación con su madre, no con su hija. Por eso el vínculo entre madre e hija, de generación en generación, suele ser el más íntimo, pero también el más problemático, el que se constituye a través de un reproche inevitable.

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Luciano Lutereau es psicoanalista, egresado de las carreras de Psicología y Filosofía en la UBA, donde obtuvo también los títulos de Magister en Psicoanálisis y Doctor en Filosofía. Es docente e investigador en la misma Universidad. Co- dirige la editorial Pánico el pánico. Ha publicado diversos libros (poesía, ensayo, novela) entre los que se destacan sus trabajos sobre psicoanálisis con niños.