por Gilda Alvarez Zunino*
Finalmente lo conseguiste: sos invisible.
Por supuesto no es algo muy tangible, no es algo que sucede de a poco, ni de golpe, ni siquiera hay un camino trazado a seguir, o pasos, o comprobaciones, pero en un momento ciertos indicios te dan, llamalo certeza, el atisbo de que desapareciste.
Si hay algo así como un mundo desde que nacemos, aunque al principio el mundo sea la mamá, la teta, la temperatura, el sonido, la luz y el ingrato intestino, en tu caso el ingreso a ese planeta fue algo intempestivo, así son la cesáreas de último momento, hacés una fuerza demoledora y de repente te dormís y estás, de un tirón, arrancada, en el aire. En tu caso la experiencia fue tan contundente que la violencia de arribar al mundo quedó anestesiada, algo fue eludido. A partir de ahí fuiste “la beba tan tranquilita”.
Se te podía dejar solita, te entretenías solita, jugabas solita, si rompías algo era debido a tu curiosidad silenciosa que investigaba de manera imperceptible, anónima. ¡Qué nena tan tranquila en comparación a la otra!
Eras casi bebé y el mundo se dividía, comenzabas a nadar en lo invisible, un oleaje que te acompañaba y se hacía confortable.
Tenés cuatro años. Tu mamá duerme la siesta, esa mujer imparable a veces descansa. Te sentás al lado de la cama, en el piso. La mirás quieta. Mirás sus ojos cerrados. Su piel, sin gestos, parece otra. La olés, tiene otro olor cuando descansa, piel en reposo. La mirás respirar. Todo es lento. Le contás un cuento como ella lo hace todas las noches. El cuento comienza en tu cabeza con Había una vez , es parecido a tu cuento favorito, pero el pájaro azul inmediatamente vuela al cielo y hace que el tiempo se detenga , que nadie más se muera en el planeta, que no se mueran tus papás, NUNCA. No importa que NUNCA vayas a crecer, es tu ofrenda con la eternidad , seguir siendo siempre una niña con miedo. La amás, la amás, la amás. Amás su pelo, sus peinados, sus poleras negras, sus pantalones, toda su ropa negra, tan parecida y para distintas ocasiones, sus piernas gorditas, sus manos cuando te acomoda el pelo. El mundo es imposible sin ella. Es difícil, un amor demasiado grande. Tu mamá se despierta, ya no es tan suave, ni lento “no puedo dormir si me mirás”. La nena que la cuida para que no deje de respirar mientras duerme, tiene que salir del cuarto. Ella descansa y vos sufrís hasta que retoma su actividad en la casa y la llena de acción, aromas y sonidos. Vos, tan buenita explotás de miedo en tu cabeza. Temblás pero nadie lo ve. Temblás tanto que te acostumbras a ese estremecimiento. Un día el temblor produce luz, rayos que te extienden los dedos. Te gusta.
Tenés ocho años, están viviendo unos meses interminables en la casa de tu abuela. Tu papá construye una casa nueva para la familia, te gustaba mucho tu casa, no entendés por que había que reemplazarla por una más grande. Los amigos nuevos no entienden tu juego. Logras meterlos en un pasillo estrecho, les explicas el juego: afuera hay una guerra interminable, tipo fin del mundo, pero ustedes tienen todo lo que necesitan ahí, tienen una máquina, que con solo tocar un botón, les proporciona lo que necesitan. Primero los entretenés con tu relato, están todos juntos sentados en el piso con las espaldas apoyadas en las paredes del pasillo. Paras de hablar, tu imaginación es más veloz, más amplia que tus palabras, estás repleta y muda, pensás que todos ya tienen suficiente con lo que contaste y que están en el mismo juego. Vos sos feliz, quieta y protegida adentro mientas el afuera es un caos. Los otros se impacientan, sus cuerpos quieren acción, se van yendo, no entendés, los escuchas correr estúpidamente, jugar a la mancha, saltar a la soga, Te resbalás por la pared, todo tu cuerpo adherido al piso mientas la guerra arrasa el mundo.
Tu casa nueva es muy grande y el espacio parece separar a la familia. Tenés rincones ocultos, el descanso de la escalera, el cuarto azul, el escritorio, la cueva abajo del gomero, el placard del baño de tus papás que descubrís en una escondida. Te escondés ahí y no te encuentran. Siguen jugando aunque el juego no haya terminado porque no te encuentran. Sos invisible.
Cuando las nenas empiezan a crecer, a los diez, once, empiezan a contar sus cosas íntimas, no querés contar tus cosas. Te hacés muy amiga de los varones. Te llevan en el manubrio de la bicicleta a verlos jugar al fútbol. Sos varonera y ellas te odian.
En la adolescencia tenés una verdadera amiga. Es importante tener un testigo que corrobora cuando uno desaparece, se repliega. Ambas son especialistas en hacerse invisibles y conocen la dicha del lugar al que llegan. Con ella termina tu acuerdo con la eternidad. ¿Alguna vez imaginaste qué terrible sería vivir para siempre, saber que nunca nunca nunca morís? Los hombres ensayamos desaparecer y luego morimos. ¡Qué alivio!
En los bailes de división, desapareces en los sillones oscuros, dormís ahí sola dos o tres horas, salís despeinada y roja, pero no por haber estado besándote hasta el hartazgo. Nadie te pregunta nada. No hablás de novios. No compartís secretos, sos invisible para tus compañeras. Tenés muchos novios con los que te aburrís y un gran amigo con el que no paras de hablar y callar.
Pasás por una época arriesgada en la que de repente amás el trabajo en grupo, si bien te destacás, y mucho, el grupo está ante cualquier individualidad. El grupo es Dios, lo que es una manera de desaparecer. Tu mejor amigo, compañero, estimulante, admirado, te pone nuevamente en tu senda. Es indudable que sos un pilar de este grupo, que trabajás como nadie, pero tu exigencia no contagia, paraliza. Tenía razón. Vos que entregabas todo por el grupo te convertís en un fantasma muy muy dolorido y te vas, te vas.
Te vas a un lugar con otro idioma, no sos nadie, no tenés historia en común, no significás nada para nadie, se puede proyectar cualquier cosa en una mujer muda. Primero ni entendés, ni hablás, nadás en ese juego anestésico después de la partida dolorosa. Después entendés todo y no hablás , te convertís como dice tu amigo entrañable en la oreja de Freud. Todo el mundo te cuenta cosas que nunca en la vida le contó a nadie, sos el personaje que necesitan, muy parecida a una hermana muerta, a una ex novia, a una amante bailarina rusa etc, etc. Ser muchas es desaparecer. Cuando volvés a tu país nada es como lo que extrañaste, tenés otro acento y usás modismos anticuados. Probás con un idioma más complicado y abandonás dos lenguas. No se aprende tan rápido holandés. Nadie te confiesa nada y además hace mucho frío. Los cuadros de Van Gogh que te conmovieron profundamente no alcanzan. Todo es correcto, amable y distante, amable y distante. Querés usar el vocabulario de tu familia, querés hablar con tu mamá.
Te vas a vivir al campo. Sos madre, maaaaadreeee, ma-dre, desaparecer del mundo es natural. Y hay plantas, muchas plantas, muchos colores, muchas luces. Caminás como cuatro meses de la mano de tu hijo que te muestra un mundo microscópico que hacía rato no veías. Te quedás dormida contándole cuentos hasta que un día te dice “contame un cuento pero sentate ahí “ y señala un lugar fuera de su cama. Crece, creeeeeece, cre-ce. Se va. Ahora sí estás preparada para ser invisible. Cada tanto lo ves y te cocina, es la persona que mejor entiende a su mamá fantasma. Con él no te escondés. Tienen unas frases hermosas que repiten para comprender cosas, frases conocidas, privadas, que hacen que el lenguaje les pertenezca, un lugar calmo y risueño. Te vas pronto de su casa, aunque ahí descansás, descansás!!!!. Tenés perros y gatos. Tenés plantas y árboles, casas que se desintegran en la intemperie. Todo un escenario para ser un fantasma obnubilado con las luces y los colores. Hacés algunas apariciones en lugares multitudinarios, algunos eventos donde van casi todos los conocidos, nadie te percibe o por lo menos no te saludan a lo lejos, te convertiste en un fantasma. Volvés a tu casa, los animales te saltan de alegría y te miran a los ojos, pero sabés que ellos ven tu alma. Podrías no tener cuerpo ya. Volvés y te entregás a la felicidad.
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