por Lala Mártin*
6 de julio:
No pensé que iba a estar internada al terminar este día. Llevé a control un estudio que decía “normal” por todas partes y acá estamos, atomizados: yo estoy en esta habitación de la clínica maternal, Tom está en casa, Feli sigue en mi panza y Almendra se fue unos días a lo de mis suegros, hasta que todo esto se arregle.
Feli debería tener el peso y el tamaño correspondiente a una beba de 31 semanas, pero en los estudios parece ser de 28 semanas y la diferencia es muy grande. La quinta enfermera que viene esta noche a pincharme me pregunta si ya me dieron una inyección en la cola y cuando le digo que sí y le pregunto para qué es esa inyección, me dice que es para madurar los pulmones de Feli. Escucho el llanto de nuevos bebés en el pasillo, de vez en cuando, entre pensamiento y pensamiento. Creo que van llegando al mundo.
Comparto habitación con Verónica, que espera a Antonia. Su beba es más grande de lo que debería ser y me gusta pensar que nuestras hijas se complementan. La tele está clavada en canal 13 y no tenemos el control remoto. Como me había imaginado, terminamos viendo el partido de la selección en mi celular. Bostezo, pero no sé si es porque este partido me aburre o porque no le encuentro sentido a ver fútbol sin Tomás al lado mío, para ir comentándolo. Todos me escriben, me hablan, en esta soledad hay mucha compañía y lo agradezco.
Arranca el segundo tiempo y quiero ir a casa. Quiero ir a casa y vuelvo a la foto que tengo de fondo de pantalla en el celular: Tom y Almendra me miran, mientras yo les saco la foto desde la esquina de enfrente. Quiero volver a caminar al sol con ellos mientras Feli se mueve en mi panza. Felicitas, Fideítos, Fugacitas, Cerecitas.
No tengo ganas de escribir, pero registro esto: toda información es poca. Nada es suficiente.
La tele dice que hace 29 grados en Formosa, en Julio, de noche. Qué día tan extraño.
7 de julio:
Se apilan los dopplers y se cae la hipótesis de que hay algún problema con mis arterias placentarias – todo parece indicar que Feli es una beba de talla pequeña pero esa sola explicación no convence. Feli se está quedando en el crecimiento y estoy empezando a darme cuenta de que tal vez no vuelva a casa embrazada. Le hablo, a la noche, mientras mi compañera duerme. Le pido que espere, que reconsidere, que no arranque la vida con tal manifestación de rebeldía. Me cuesta dormir, no sé qué esperar. Vine con un estudio que decía “normal” por todas partes, pero creo que, dentro de poco, ya no estaré embarazada.
8 de julio:
El doctor García me viene a ver temprano y me dice que no pueden determinar por qué Feli no está creciendo. Tiene que nacer. A lo sumo, me ofrece esperar 72 horas, pero no puedo volver a mi casa y el riesgo de que Feli muera dentro de la panza se hace grande – le digo que, si el riesgo es tal, entonces no esperemos, que la saque. Me dice que va a arreglar todo, que a la tarde me opera. Llamo a Tom y hago la lista de lo que necesito en este bolso improvisado. Hacemos una videollamada con nuestras madres, para decirles que su abuelazgo es inminente. A las seis me vienen a poner el suero, pero la vena se revienta y me llevan a quirófano – ahí me lo coloca el anestesista, que me irá contando paso a paso todo lo que ocurra en la cirugía.
Lo último que escucho es “planchala, está muy tensa” – me llevará semanas reconciliarme con la idea de que, emocionalmente, yo no estaba en condiciones de afrontar ese momento. Cuando me despierto, me preguntan si me hice un scan fetal: nuestra hija tiene dos malformaciones congénitas.
Un brazo que no se terminó de formar y el paladar hendido.
Hago memoria: nada de esto apareció en los estudios que me hice durante el embarazo. Vuelvo a la habitación donde me espera mi marido: no puedo contarle nada de esto, no puedo hablar por la cesárea y creo que él no me quiere decir nada por miedo a esta fragilidad que me invade. Lo susurro, como puedo, y compartimos la información que tenemos. Como podemos, comenzamos el proceso de rearmar esta familia que se sigue estructurando segundo a segundo.
Le digo que quiero que su hermana sea la madrina de nuestra hija – la sentí allí conmigo, presente y sólida. Es difícil de explicar el poder sentir a alguien de esa forma, pero Patricia estuvo allí dentro del quirófano con nosotras. Pasa la noche y avanzan las dudas, pero nos tenemos. Y eso siempre vale.
>>>
Lala Mártin nació en Quilmes en 1984.
Es Licenciada en Comunicación Social. Forma parte del área de curaduría del Museo del Centro Cultural Leonardo Favio. Coordinó encuentros y charlas sobre literatura. Dicta el taller La hora que guarda el poema. Es hincha de Lanús. Juega siempre healer. Le encantan los vampiros.
Publicó La Bienvenida (Bombal, 2022), Registro de la espera (Cielo de pecas, 2023), Breves, infinitas bóvedas (Halley, 2023) y participó en las antologías 2022 y 2023 de Editorial Ofidia con sus cuentos y en la antología Niñez, de Proyecto Camalote.
Instagram: @lalu_martin