Relatos/Partos

juana

por Pau Schrott*

1.
Dijo que se iba a Miami en primera. Me acuerdo de eso. Que el anestesista dijo que compró pasajes en primera clase porque le dolía la espalda y necesitaba viajar cómodo a su edad. Él y su mujer. También me acuerdo de que la partera se rió; de él, de sus preocupaciones. Le dijo algo así como “qué vida la tuya, Ernesto”. Me acuerdo que eso pasaba mientras la parte inferior de mi cuerpo comenzaba a entumecerse, mientras dejaba de sentir las piernas, mientras mis pensamientos se confundían o se perdían en esa sala llena de reflejos plateados, aire frío y luz blanca.

2.
El curso de preparto duró ocho encuentros. En cada una de esas clases nos hablaron sobre las pautas de alarma, sobre la oxitocina y la epidural; nos enseñaron a respirar y a pujar en más de cinco posiciones. Pero para la cesárea no tuve que hacer nada de todo eso. Para la cesárea solo se necesitó de mi cuerpo anestesiado, inerte.

3.
En total, la operación tardó 20 minutos. Y eso que gesté a Juana por más de nueve meses. Y la busqué más de un año.

4.
Lo que siento esas primeras horas es que la piel no alcanza. No alcanza en sus límites. Tengo a mi hija en brazos, prendida en mi pecho derecho. Es ínfima y suave. Llegué a la habitación unos minutos después de terminada la cesárea, después que la obstetra hurgara y cosiera mi panza. Un camillero forzudo me llevó por los pisos del sanatorio con una rapidez inusitada. Apenas sí puedo moverme, solo tengo fuerzas para mantener mis brazos en la posición que me indicaron. Una enfermera me puso un catéter para pasarme suero y calmantes. También me dijo que hable poco, lo mínimo indispensable, así no lleno mi panza de aire. Estoy inmóvil en la pieza calurosa del hospital. Estoy inmóvil con mi hija recién nacida en brazos sintiendo que la piel no basta, que nada basta, que para todo lo que está pasando necesitaría más de un cuerpo, o ninguno, necesitaría un planeta entero o esos agujeros negros que habitan el espacio.

5.
No había imaginado a Juana de ninguna manera. No pude. No supe. En lo primero que reparo es en la forma de sus ojos, igualitos a los de mi rama materna: redondos, hinchados, incapaces de huir de su historia.

6.
Durante los tres días que estuve internada entraron a la habitación cinco enfermeras, cuatro neonatólogos, seis puericultoras, dos médicas, una fotógrafa, una peluquera, una asistente de OSDE, cuatro mujeres del servicio de la comida y cinco de la limpieza. Me preguntaron qué quería comer en el almuerzo, la merienda y la cena, si necesitaba agua o calmantes, si quería ponerle aritos a mi hija, si quería raparla, si acaso quería hacerle algunas fotos. Me chequearon la herida y me dieron consejos para que agarre la teta, me cambiaron la ropa, las sábanas y las vendas y me pusieron una faja. A Juana le tomaron la fiebre cada seis horas,  le cambiaron los pañales y las mudas de ropa, la pesaron y midieron, le controlaron los ojos, los oídos y el color que iba tomando su piel.  Después de todo eso, nos dijeron que sí, que entonces estaba bien, que ya nos podíamos ir a casa.

7.
La primera semana en voz alta o en voz baja, dije: “No voy a poder con esto, no voy a poder con esto”.

8.
La partera filmó el momento exacto en que Juana sale de mi panza. No nos preguntó si queríamos o no, simplemente lo filmó. Es un video de más de un minuto que nos mandó apenas terminó la cesárea. Lo tengo en el celular pero nunca lo vi. Tampoco me animo a borrarlo. Cuando me lo encuentro por casualidad, cierro los ojos o empiezo a apretar la pantalla para salir rápido de ahí.

9.
La primera persona que nombra a Juana, se equivoca. Confunde su nombre con su apellido. Con Javier la corregimos al instante. La mujer se disculpa pero nos aclara que eso nos va a pasar seguido. Lo sabemos. El apellido de mi hija por parte del padre es también un nombre. Un nombre a la moda, al parecer. Agrega que ella tiene una sobrina que le pasa lo mismo, y que siempre tuvo problemas, sobre todo con las actas de la facultad. No sé cómo se anima a avanzar tan rápido, señora. Mi hija apenas tiene unos días como para hablar de la facultad. Pienso en la cantidad de tiempo por delante. Pienso en todas las formas en que Juana va a nombrar y ser nombrada.

10.
Lista de miedos que tengo en las 72 primeras horas: que cague mucho, que cague poco, que no tome bien la teta, que sea alérgica a la lactosa, que vomite mucho, que duerma mal, que duerma muy entrecortado, que le pique un mosquito, que se me caiga, que se atragante, que llore todo el tiempo, que no sepa calmarla, que tenga muchos cólicos o mucho mocos o muchas ronchas, que respire raro, que no suba bien de peso, que me falte paciencia, que me falte leche, que se lleve algo sucio a la boca.

11.
Cuando la herida de la cesárea calma, vuelvo a dormir boca abajo. Había olvidado esta sensación: mi cara pegada a la almohada, mis brazos que la abrazan, mi panza contra el colchón.

12.
En algún lado y hace algún tiempo leí que tener un hijo es como tener todo el tiempo algo cocinándose en el fuego.

13.
Las visitas a Juana le traen muñecos, muchos muñecos. A nosotros nos traen chocolates, muchos chocolates. A los dulces los vamos comiendo pero los peluches de animales quedan todos amontonados. A la tarde el sol les da de lleno, y toda esa  fauna que ahí, quieta y alumbrada, a la espera de ser abrazada.

14.
Salgo a la calle por primera vez desde que volvimos de la clínica. Salgo sin Juana. Hace calor, mucho calor. El cemento pesa y el sueño que tengo lo vuelve aún más pesado. Lo siento en los ojos y en las piernas. Voy a hacer una compra rápida, apenas a unas cuadras de distancia. Mientras camino, veo a mi alrededor: el sol que pega en el cemento y en los árboles, un grupo de adolescentes a los gritos a la salida del colegio, dos hombres que llegan a la obra de la esquina y una mujer que camina viendo el celular. Les envidio, a todos, la tranquilidad con la que caminan, la soltura con la que se mueven, la despreocupación por el paso de las horas. Mientras apuro el paso para llegar rápido a la esquina, me digo a mi misma, en silencio: “Voy a tener que aprender todo de nuevo”.

 

>>>

Paula Schrott nació en Buenos Aires en 1987. Es licenciada en Comunicación Social de la UBA. Estudió fotografía en el Centro Cultural Rojas. Se formó durante cuatro años en el Sportivo Teatral y realizó distintos talleres literarios. Dicto talleres de fotografía y llevó adelante junto a Natalia Romero, el retiro de escritura y fotografía  “El dique”, en Dique Lujan. Durante el 2018 y 2019 organizó el ciclo “Casa Tomada” en el centro Cultural Que Tren Que Tren y en el 2019 realizó una exhibición de foto en Madrid, en el marco del festival «Mumuar».