Nostalgia del futuro

la anunciación

Los giros y el desencaje

Cuando leí a Joan Didion lo hice porque ella se había muerto. La muerte inaugura la eternidad. Desde diciembre del año pasado empecé a leer su obra. En la post cena de navidad con mi hermana y sobrina charlamos sobre el documental de Netflix “El centro cede”. Lo había mirado mientras me vestía para la noche buena, la cena navideña. Mamá estaba conmigo en casa, comíamos solas con mi hermano e hija. La noche de fin de año íbamos a estar toda la familia completa reunida, mientras ese veinticuatro poníamos una mesa chica de cuatro platos y acomodábamos la elección del menú de un buen cátering que había pedido. Año Nuevo pensaba en cocinar, poner las manos sobre la carta es involucrar la emoción, pedir comida es relajarse en la comodidad. Éramos cuatro y no daba que no estemos todos en la mesa sentados. En la multitud, el tránsito forma parte del ritual: alcánzame lo que vos hiciste, quiero probar tu vitel toné, esta ensalada es la que espero doce meses, vasos caídos o rotos, sillas distintas y esas de alturas que se encajan y disiulan con manteles del mismo color. Cosas así están bien que sucedan cuando el vocerío es de tumulto. Pero entre cuatro es mejor mirarse las caras, charlar y escucharse. Después nos sentamos en el patio con las cosas dulces en la mesa de plástico que simula ratán, ni mi mamá, ni mi hermano, ni yo tomamos alcohol pero a mi hija mayor sí le gusta entonces ella andaba con una copa mientras subía a retocarse el maquillaje. Iba a salir con su novio a una fiesta, estaba hermosa con un vestido azul eléctrico y unas trencitas mínimas en el pelo brillante que se volaba suave con la brisa. Las palmeras del fondo también se movían así como bailando suave una de Luis Miguel. Cuando mi hermana volvió de pasarla con la familia de mi cuñado pasaron por casa, ahí charlamos de Joan Didion después de abrazarnos y de decirnos feliz navidad.
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“La vida cambia deprisa. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba.” Así empieza El año del pensamiento mágico, el libro que cuenta la muerte de John, su marido. Cenaban un 30 de diciembre una ensalada y de pronto tiene un ataque y muere. La hija de ellos, Quintana, a quien le dedica su Noches azules y donde también narra ese otro duelo, estaba internada así que se aguanta tres meses hasta que sale de la internación y puede contarle que su padre había muerto.
En Noches azules Joan Didion dirá: “El tiempo pasa. Los recuerdos se borran, la memoria se adapta, la memoria se ajusta a lo que creemos recordar.” Y también escribe: “Es horrible verse a uno morir sin hijos. Lo dijo Napoleón Bonaparte. ¿Puede haber para un mortal un dolor mayor que ver a sus hijos muertos? Lo dijo Eurípides. Cuando hablamos de mortalidad, estamos hablando de nuestros hijos. Eso lo dije yo.”
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¿Por qué escribo sobre Joan Didion, por qué la tengo siempre al lado del teclado? Creo que me da seguridad estar entre las autoras que supieron ponerle voz a los hechos más fuertes y profundos de la existencia. ¿Cómo se escribe sobre lo que te cambia la vida para siempre?
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La última vez que mamá estuvo en casa se quedó unos días. Francisca que ya casi tenía dos años se puso a gatear. Mi madre la miró y preguntó “estarás anunciando un hermanito o hermanita”. Al otro día mandé a comprar un test y dio positivo. No me alegré, quedé más bien congelada. Después sentí miedo, sentí que mi mundo de repente iba a empezar a girar en contra mano y me mareé. Ese día, el 4 de julio, vomité por primera vez, una arcada, un estado nauseoso que iba a durar por estos dos meses en que no he dejado de hacerlo. Una nueva rutina que me desencaja el espíritu del cuerpo. Tengo ganas de hacer planes pero temor a cancelarlos. Se llama hiperémesis gravídica, generalmente aparece los primeros tres meses de embarazo. A mí me da la sensación que perdura más de la cuenta, que lo que antes había pasado con mis dos embarazos anteriores sí podía nombrarse como algo habitual pero que esto tenía que ver con un presagio fatídico.
A mis íntimos les confesé que sentía que me moría. “No puedo recibir el típico saludo de felicitaciones con la cara esperable porque me siento enferma, no embarazada.”
Mucha gente no soporta que se hable de las cosas que siempre se nombraron como correspondía: un embarazo es una bendición y un milagro y hay que aceptarlo con alegría y sumisión porque es vida en la vida. Yo la verdad es que vivo la maternidad con excesos de alegría pero también con arrebatos de desesperación. No creo que la muerte siempre sea lamentable, hay personas que necesitamos que dejen de existir. No me da nunca miedo decir lo que pienso, hablar de lo que siento. Pero también creo que hay gente con ganas de desvirtuar los mensajes y de entender con ensañamiento. Entonces digo no tengo tu veneno en mi palabra, de esa parte hacete cargo vos.
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Hay otra autora que siempre apilo al costado de mis cosas y es Annie Ernaux. Ya la he nombrado. Gracias a ella leí todo lo que nadie me dijo sobre un aborto, me capacité en cursos de la universidad sobre educación sexual integral pero la literatura escrita en primera persona siempre es para mí un espacio que me deja entenderme.
No quise abortar pero supe que podía hacerlo y eso me dio un alivio entre medio de las arcadas. El cuerpo soporta muchas cosas pero la mente es más compleja.
En el momento en que yo deliberaba internamente sobre mis deseos, mi mejor amiga de la infancia, con quien habíamos dormido juntas cuatro de las siete noches de la semana, me contaba de su embarazo luego de la pérdida del primero. Lloré ni bien escuché su voz. Volví a hacerme un ovillo como cuando armábamos la carpa que su padre les había regalado a ella y sus hermanas para que invitaran a acampar en el patio de su casa nueva que parecía un campo. Yo tenía el privilegio de estar desde más temprano en su casa, de verla estrenar sus cosas. Esta vez podía sentir junto a ella algo que nos unía en un estado que siempre es nuevo y revelador.
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Dos veces estuve al borde de internarme por deshidratación. Ayer por primera vez mi hija mayor, la que cuando se enteró me dijo “qué divertido, mami” y me abrazó, me miró y dijo “apenas hoy te apareció una pancita». Francisquita con sus ocurrencias me dijo que tenía “bebé en panya y llama Pichu”.
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En el último control, he ido todas las semanas a ver a mi médica que además de revisarme charla conmigo y me da tranquilidad o me escribe los fines de semana consultándome ella cómo estoy y me guarda las muestras de regalo de la medicación, es decir, un trato humano necesario pero que no siempre sucede; vimos con Dani las sombras de nuestrx hijx y su inquietud.
Un cuerpo de feto bien definido en blanco y negro, su latido apurado de galope, los comentarios y la risa en segundo pano, los sonidos coo bajo el agua, la alegría en sintonía que aparecía por primera vez para poder comunicarme el estado de embarazo con sus excepcionales condiciones. La vida para poder decirme este cambio, esta transformación, no es porque agarraste en contra mano, es porque otra vez el camino va a ser nuevo, aunque tengas cuarenta años y hayas sentido la vida resuelta. Todo está siempre por anunciarse.

 

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Ella/ Belén Zavallo (Paraná, 1982)
Escritora y docente. Coordina el taller Nos/Otros en el texto.
Autora de Todos tenemos un jardín (Camalote, 2019), Serie Dos poemas (Ediciones Arroyo, 2020), Lengua Montaraz obtuvo el Tercer Premio Nacional Storni (Ana editorial 2021), Las armas es su primera novela e integra la Biblioteca NiUnaMenos (Agua viva 2021), Aspas (Hibrida 2022). Recientemente obtuvo el Tercer Premio Juan L. Ortiz y el Premio Entre Orillas, ambos por poemas aún inéditos.
Es mamá de María Paz y Francisca. Esperan a Iñaki en marzo del 2023.