Relatos/Partos

Rita, el axolotl

5/7/21 Pasó una semana y ya tengo miedo de olvidarme y que todo pase muy rápido. Me apuro a escribir unas notas en el celu, intento publicar algo, pero es tan inmenso todo que nada de lo que digo alcanza. Es inmenso y es chiquito, está en cada detalle (el color de la caca cambió y ahora que lo escribo me dan ganas de llorar).

EL EMBARAZO
En la semana 36 empecé a sentir que ya era tiempo de enfocar toda mi energía en preparar la recibida, convertir la habitación en un espacio nuevo, ordenar la casa, relajarme y entregarme, sabiendo que lo aprendido hasta acá alcanzaba. Le dije a Marian, la doula, que me imaginaba el trabajo de parto y parto como un viaje de Ayahuasca, pero también que me ponía un poco triste no estar viviendo el embarazo como momento espiritual (en mi fantasía yo iba a hacer el último mes un intensivo de yoga meditación y pintura de mandalas (?) que nunca sucedió). Ella dijo que más que espiritualidad el parto era cuerpo y vivencia mamífera animal y tenía razón.
El embarazo fue cuerpo, fue revolución hormonal, meterme hacia adentro y no poder encontrar mucha palabra. Proceso necesario y sabio, a velocidad acelerada.

EL TRABAJO DE PARTO
Cuando arrancó la semana 38 hice una visualización del momento del nacimiento. Se me aparecieron todas mis ancestras en la sala de parto, me sentí apoyada por todas ellas. Agradecí y le dije a Rita que ya estaba lista para su llegada, así lo sentí. El tiempo había alcanzado y las nueve lunas me habían dejado lista.
El finde estuve franeleando con Rami. Él estaba muy mimoso y yo enamorada. Me abrazaba nos dábamos besos, venía a upa, nos tiramos juntos en su cama. Tengo en la cabeza que ese domingo nos despedimos juntos de una etapa en donde aún Rita no estaba. Y que la oxitocina que me generó todo nuestro amor permitió también acompañar lo que iniciaba. Todo el fin de semana me sentí cansada y diferente. El domingo a la noche, decidí pegar en la pared las cartulinas de colores con el mantra de nacimiento de Mónica Manso* y algunas afirmaciones. “Yo sé parir” inician ambas. No llegué a mirarlas durante el trabajo de parto, pero ahora siguen colgadas y me gusta acercarme a leerlas cada tanto. Quizás las deje este primer mes.
El lunes desperté temprano y trabajé un poco en la compu, resolví varias cosas pendientes y me puse a ordenar la biblioteca. Gran despliegue con movimiento de cajas, agachadas y puntas de pie. Chateaba de mientras con el grupo de embarazadas. Muchxs bebitxs con fecha en Julio se venían adelantando (¿quizás producto de la Luna Llena el jueves?) y hacíamos chistes sobre eso. Yo tenía dolores tipo menstruales, sabía que pasaba algo diferente, pero seguí acomodando hasta que en un momento ya estaba tan agotada que me instalé en el sillón.
Descansé acostada hasta las 19 hs. En el grupo de investigación de Astrología íbamos a hablar sobre “momento planetario actual”, una interpretación del cielo de este tiempo. Unas semanas/días antes o después, pero Rita nacería bajo este cielo. El mapa de ese lunes me parecía bello, la Luna estaba en Piscis. Gaby me saludó cuando entré al Zoom y me dijo que estaba linda y que “Rita nace mañana”. Creo que en el fondo yo también lo sabía. Empecé sentada, seguí escuchando recostada y terminé con la cámara apagada, respirando en contracciones que eran un poco más molestas.
A las 21 hs me fui a la cama a chatear con amigas sin decirles nada.
En un momento siento que me baja como un chorro de agua, rompí bolsa. Lo llamé a Fer, ahí ya ambos sabíamos que todo estaba desencadenándose. Puteábamos para disimular el miedo a lo imparable que había empezado. Cuando arrancaron las contracciones fuertes ya no podía estar en la cama y me levanté.
Llamamos a Marian y escuchó mis respiraciones y vocalizaciones: OAAAAA. Venía en camino y yo perdía fluidos. En un momento vomité la cena y sentí alivio. La doula llegó y yo sentada en la cama entre contracciones lloré porque no había podido dormir. También me reí.
La primera vez que me agarré de la cunita, me balanceé y actué, probé. Lejos había quedado la idea que yo me hice del trabajo de parto: me había imaginado a mí misma bailando una danza loca en el living, colgada del fular que instalamos en una columna, meneando en la pelota inflable y cantando Perrito Malvado de Damas Gratis.
La realidad era mucho más oscura y profunda: yo me metía para adentro, cerraba los ojos y balanceaba mi cuerpo y mi cabeza en 8 haciendo unos ruidos medio mamíferos (que Fer imita espectacular y me hace reír). No quería que me tocaran, hicieran masajes o moverme mucho más. Las contracciones eran seguidas y rítmicas, Mariana las controlaba y me avisaba cuando llegando a la mitad empezaban a aflojar. Recuerdo la angustia que me venía cuando venía el dolor (yo lo llamo así pero creo que la mejor descripción sería “una emoción que estremece todo el cuerpo”). Lejos de recordarlo como algo triste, esto último me parece que responde a la intensidad de lo que estaba viviendo, como tocar un lugar emocional muy profundo y primitivo y sin palabras.
Estaba en un estado de trance, no tenía registro del tiempo. De fondo sonaban unos mantras y la casa estaba en penumbras, iluminada solo con el velador amarillo que era de mi abuela Sari.
La angustia volvería a aparecer al dar la teta (¿Era la misma u otra? ¿Cuándo fue que desapareció?).
Me metí para adentro, como a mi propia cueva, en plena oscuridad, recurriendo a mi respiración, escuchando cuando me decían que aflojara la boca y yo sentía que aflojaba también el cuello del útero y le hacía paso a Rita. Sentía por momentos miedo porque el dolor ya era grande y no sabía cuánto más iba a crecer. No podía casi descansar entre contracciones porque sucedían cada un minuto. La escuché decirlo y me sorprendí. Marian me hablaba mientras yo tenía los ojos cerrados y me balanceaba agarrada de sus manos.
Una parte mía no respondía a lo racional, era puro cuerpo. Y otra parte, lúcida y convencida, pensaba que tenía que poner todo de mí para cuidar el proceso que había iniciado. Yo quería que supieran que estaba pudiendo, que quería atravesar eso, que quería llegar lo más dilatada que se pudiera a la clínica.
¿Qué era ese dolor? Me llegaba al pecho, me daba ganas de vomitar y de cagar, pero a la vez si trato de acordármelo no puedo ni me parece tan terrible. Sólo sé que yo en ese momento sabía que mi útero se contraía y yo en vez de tensionar, le hacía lugar a ese dolor, intentaba relajarme, respiraba, hacía los movimientos que mi cuerpo sabio me pedía. Y un poco sollozaba.
Laura la partera en altavoz, nosotros tres en la habitación y el momento de la decisión. Me escucha, me pregunta cómo estoy, acuerdan que en 45 min nos veíamos en el sanatorio. Tengo el recuerdo de mirar fijo a los ojos a Mariana (quizás por primera vez) y preguntarle: “¿está bien ir ahora?” y que ella afirmara. Entonces sí. Salimos para el Sanatorio.

EL PARTO
El viaje en auto lo pasé arrodillada en el asiento de atrás, agarrada del apoyacabeza. Cuando venía una contracción yo gritaba: “¡me cago, me cago!” pero en realidad sentía algo diferente. Era una sensación de pujo que empezaba a ser cada vez más potente. Fer me agarraba del brazo mientras Mariana manejaba.
A las 02.15 hs Llegamos al sanatorio y bajamos con pelota roja gigante, manta eléctrica, abanico, esencia, valija carry on. Yo estaba con pijama y campera y la bombacha ya completamente mojada. El camillero me trae una silla de ruedas y en mi meseta entre contracciones lo miro seria, lo tomo del brazo y le digo: “hice todo el trabajo de parto parada, estoy perfecta, puedo caminar sin problema, voy caminando”. Me insistió, pero se ve que yo también fui insistente porque terminamos caminando hasta el ascensor, él agarrándome del brazo y preguntándome cosas que yo no respondía. En el ascensor otra contracción y yo sostenida de la baranda seguía con mis balanceos, manteniendo la concentración.
La luz blanca del hospital y el accionar de quienes están acostumbrados a atender enfermos cambia las reglas de cualquier experiencia. Pensándolo ahora creo que yo sabía que tenía que adaptarme a algunas normas pero que no iba a dejar que me despojaran de mi estado, intenso, amado y profundo. Entramos al Sanatorio con mucha seguridad y convicciones producto de toda la preparación y charlas que habíamos tenido en todos estos meses. Pasamos a una sala donde una partera de guardia nos recibió. Yo contestaba con monosílabos y Fer completaba la info: “estamos esperando a nuestra partera”. Me acuerdo de pensar: qué me preguntan a mí, no ven que estoy en otra, ¡por qué me hablan!
Llegó Laura y era un amor, con el barbijo me hacía acordar a una compañera de trabajo y me generaba ternura y confianza. Me tactó entre contracciones: Estaba de 6 cm de dilatación. La sensación de pujo venia cada vez más seguido y ella me pedía medio preocupada que respirara, que no empujara, que esperara un poco. Se puso los guantes por las dudas y fue a llamar a la obstetra para apurarla.
Pero entonces la peridural. La anestesia me aflojó y entre sensaciones de pujo podría haberme quedado dormida. Sentí tristeza por la pérdida de potencia y la blandura, estaba entregada. El trance se había convertido en otra cosa, algo más suave, algo envolvente. Me sentía relajada. En la sala de parto yo estaba en una camilla medio incorporada, con los pies sobre unos apoyos y manijas abajo que ayudaban a traccionar. Estaba Fer a mi izquierda, Laura a mi derecha y Eugenia al frente que había llegado con una sonrisa enorme. Me alentaban, monitoreaban y guiaban. Yo pujaba aguantando el aire (tuve que hacerles caso) y me sentía acompañada.
La obstetra me masajeaba y estiraba el perineo sin parar, todos los presentes teníamos nuestra función. Al final iba a ser necesaria una episiotomía que Fer vio desde sus casi 2 mts de altura. Después les dijo a sus amigos: “Ari una leona”. Así me sentí.
En un momento percibo que algo pasa, miradas entre ellas, algo que empieza a demorar más de lo que debiera y me dicen: “Ya nace, necesitamos que acá hagas mucha fuerza” Pienso para mis adentros: “Esto depende de mí. Tengo que dar todo”. También pensé en Rita empujando desde adentro. Creo que pujé muchas veces, estaba cansada. Sentía la fuerza y la presión. En un momento el famoso “anillo de fuego” la sensación de la cabeza pasando por la vagina, un ardor y salió.
La apoyó sobre mi panza y recuerdo sus ojos negros gigantes abiertos mirándome y sus manitos anfibias enmarcando su cara redonda de luna. Me hizo acordar a un axolotl. “Hola mamita, hola Riti, hola bebé”. Después de un rato, el corte del cordón.
Se la llevaron a upa de Fer a los controles, en el medio alumbré la placenta, la vi y le agradecí internamente y la trajeron de nuevo a Rita envuelta en una toalla y me la puse en la teta, aunque sea para que la olfateara. Bebé hermosa. Te amo hija.

NOTAS DEL PUERPERIO (1er mes)
Soy su esclava. Toda mi energía, tiempo, amor, están brindados a mi supervivencia y la suya. Pero estoy enamorada de ella. Enamorada de mi captora. Síndrome de Estocolmo.
La enfermera que entró al día siguiente nos dijo que había estado presente en el parto. Me escuchó hablarle y se conmovió, recordó: “así le decías: hola Riti”. Me gustó tener una testigo de cómo la recibí. Me acuerdo de esa ternura.
Nadu le escribió a Rami en el cuaderno de comunicaciones que ese día había nacido su primita Rita, y él lo contó en el jardín. Me muero de amor.
La huelo mucho, me encanta olerla y la suavidad de sus cachetotes.
Cuando no se duerme y chupetea la teta incómoda quiero llorar o me quedo dormida sentada. Cuando duerme profundamente dudo si tengo que despertarla para que tome más teta.
Ya pasó casi un mes y me da pena el recuerdo de la enfermera que le dejó su perfume, no haberle dicho a la obstetra que esperara a Fer para mostrarle la placenta y no haber guardado uno de los pañales de RN. Ya usa RN+. Escribir esto me alivia.
Sus ojos ya fijan la atención y observan alrededor. Cuando me mira siento que me reconoce. Crece todos los días y nos damos cuenta.
Necesito salir a despejar y dar una vuelta aunque sea un rato todos los días. Estoy semicanchera con el fular, el cochecito y la teta en bares. Bendigo esta posibilidad.
No sé muy bien qué necesito.

Mantra del parto
Yo se parir.
Como parieron las mujeres que me precedieron.
Mi madre, mi abuela, mi bisabuela, mi tatarabuela,
Y así hasta la primera mujer.
Lo llevo grabado en mis células.
Es su legado.
Mi cuerpo sabe parir.
Como sabe respirar, digerir, engendrar, andar, hablar, pensar.
Está perfectamente diseñado para ello:
Mi pelvis, mi útero, mi vagina, son obras de ingeniería
al servicio de la fuerza de la vida.
Yo soy ‘la que sabe’.
Y ‘la que sabe’ me susurra:
‘Cabalga la energía de las contracciones como si fuera el éxtasis,
Loba, leona, hiena, yegua, zorra, gata, pantera…
Encuentra tu hembra de poder y conviértete en ella’.
Y siendo ella, mamífera todopoderosa, doy a luz.

Mónica Manso

>>>

Ella/ Ariana Lifschitz nació en Buenos Aires en 1986. Es Diseñadora Industrial, Docente y Astróloga. Realiza investigación y práctica del Diseño desde el aula y colaborando en proyectos interdisciplinarios. Coordina el Programa de Arte de la escuela ORT (@arteenort). Tiene una marca de productos (@solidoplatonico) distinguida con el Sello del Buen diseño y ganadora del Premio Exportar y una Consultora de Diseño, Arte y Educación (@proyecto.mulla) con la que ganó el Premio de Innovación Cultural. Atiende consultas de Astrología y Tarot como traductora de los lenguajes simbólicos que ama. Le gusta hablar, emprender y pensar en la Humanidad y el Sentido. Rita, su primera hija, nació en el invierno profundo del 2021 y le expandió la vida.IG. @ariana.dearies