Relatos/Partos

MATERNIDAD Y DOLOR #match ineludible#

Por Juliana Ascúa*

Decidí no hacer el parto en casa porque  me dije “por las dudas que no me la banque, mejor hacerme la guapa con un equipo de médicos cerca”. Me metí en el programa de Pssi-Parto sin intervención del Hospital Austral, donde se tocaban temas como placenta, miedos, bienvenidas, expectativas de manera bastante infantil y superficial. Evidentemente el estilo de las doulas y parteras de ese lugar no era el mío, y  cansada de tanta infantilización y tan poca DATA dura y práctica, la punky que tengo dentro salió y me despaché golpeando puertas con una escena al mejor estilo Violencia Rivas embarazada, espante a otra pareja de padres primerizos que me miraban aterrados y espantados.
En un principio Eva se iba a adelantar pero llegamos a la semana 41 y medio y el obstetra que a esta altura me caía mejor que todas las doulas y parteras del opus dei, luego de darme todas las razones más razonables le creí y acepté:
“Vamos a empezar a inducir de a poco, luego de esta semana yo ya no puedo garantizar nada del estado de tu placenta”.
“¿Oxitocina?”,  dije yo entre frustrada y rendida ante la inminente intervención.

Mi parto no sería lo “natural” que me había propuesto. Primer enseñanza de la maternidad. #Nada es como planeas#
“¡No! Si te doy oxitocina, vas a ver las estrellas, tu cuello de útero está muy inmaduro aún. Misoprostol cada 6 horas y vamos viendo qué pasa”.
Mi cuello de útero estaba inmaduro, tenía sentido, por algún lado tenía que saltar mi inmadurez.
Juliana convirtiéndose en madre, sosteniendo una familia con un hombre y en armonía no cuadraba tanto ángel en mi guión de punky camuflada.
Al principio me sentí algo derrotada, al final bancarme tres meses de programa de parto sin intervención, deseando y sosteniendo mis ideales de parto perfecto, natural, en la naturaleza, con mi terapia de placenta, preparando mi suelo pélvico para expulsar con mis superpoderes a mi única hija, nombrada Eva al mundo estaba siendo ya manchado por una droga.
Luego de unas horas dije “ Una abortera como yo tenía que parir con ayuda de misoprostol”, que droga noble pensé, sirve para decidir no tener un hijo y para inducir a une deseade.
Primer misoprostol vía vaginal: ningún dolor, pasan las horas y las contracciones brillan por su ausencia.
Seis horas después, segundo Misoprostol, ningún dolor, una contracción y nada.
Me dediqué a comer y mirar tele. Mi estado era similar a una estadía en un hotel: la comida era exquisita y las vistas también, hasta me puse a escribir sobre nuevas masculinidades. Ni rastros de apagar el neocortex, como insistían  las doulas en el  programa.
Me dije: ¨Hasta que todo siga así , yo sigo con el neocortex bien encendido¨.

Seis horas después: Tercer misoprostol. Esta sí era la última oportunidad, sino irían por otra vías… Empecé a ponerme ahora sí un poquito nerviosa.  Mi cuerpo no reaccionaba. Pasan dos horas y… Ahora sí… ahora sí… ahora parece que sí.
Empiezo a sentir las benditas contracciones, son punzadas que te abren en dos.
Juan llama a las doulas y la partera que ya había conocido mi lado mas agresivo me hace tacto. En ese momento maldije a mi punky: “Justo esta me tiene que tocar la concha de oro.”
Le digo que siento mucho dolor. “¡Conecta con eso!”, me dice la sádica naturista. “Basta de celular conectado con el dolor porque tienes contracciones pero no las sientes”.
¡Que no las siento pensé! ¡Y esta tipa qué dice!
Al ritmo de un flamenco de Camarón de la isla ( si, elegí flamenco para parir), empecé a sentir contracciones cada vez más seguidas.
El dolor subía y las ganas de cagar aparecían. Sabía que eso era síntoma de trabajo de parto. Le hago saber a la partera en cuestión que cada vez siento mas dolor. Me hace tacto otra vez:
“Todas son buenas noticias”, me dice sonriendo, mientras me introduce una vez más su mano enguantada. “¡Arrancó el trabajo de parto!”, me dice mientras mi cuerpo se retuerce.
Esta expresión de felicidad y entusiasmo, ante mis retorcijones no me dan confianza, empiezo a dudar del “hermoso  trabajo” que hacen las parteras y doulas de este lugar.
“Ayudar a dar a luz, suena lindo, cuando en realidad su labor consiste en ser testigos de mujeres que aúllan como almas en pena mientras ellas son partícipes de todo el dolor que una mujer puede soportar para tener un parto “natural”.
Pueden estar horas y horas participando del viaje a través de ese “dolor sagrado” y ver cómo salen monstruos de vaginas varias.
Tercer round:
Vomito como una exorcista en toda la habitación.
¨¡Muy bien! Todo lo que no sirve afuera”, dice la misma fundamentalista ayurveda.
Los deambulantes nocturnos testigos de mis gritos desenfrenados durante 6 horas, preguntaban a cada rato si había nacido la niña. Eso nos enteramos luego por un ángel de la limpieza. El mismo ángel que me vio acurrucada  en la ducha de la habitación, sentada en un asiento maquiavélico, chillando como una hiena.
“Vengo en otro momento”, dijo.
“¡No! por favor limpia el inodoro que solo me calma sentarme ahí”, mascullé como pude. Ya el pensamiento se empieza a borrar. Me entra un llanto de terror: quiero llamar a alguien que me salve, y mi ápice de pensamiento piensa en mi psicóloga. Dudo de poder atravesar esto, ya descarté toda posibilidad de que sea con placer. Todo lo que pensé que sabía: mover mi pelvis, conectar con mi respiración, vocalizar, “entregarme al dolor”; nada de todo este curso de la mierda servía.
Los dolores eran cada vez mayores y yo sentía que mi concha no es de las que pueden dilatarse con dolor. Por suerte es una concha deconstruida. (Me río sola de mi ocurrencia, atino a reírme hasta que el dolor que todo lo tiñe interrumpe).
“A mí el dolor no me empodera”, me acordé de mi amiga que atravesó este mismo programa y a mí la droguita me gusta.
Me imaginé destrozada recibiendo a mi hija, hasta pensé en la palabra del mal: ¡CESÁREA! No me animaba ni a pensarlo.
“Que derrota increíble, ¿se imaginan? ¿Pensar en terminar con una cesárea?”
Quería pedirla ahí mismo, pero mi orgullo alimentado de mi vergüenza progre no me lo permitían. Segunda revelación: estoy llena de mandatos progres estúpidos.
“Pero mi amor, sacar un ser humano de ahí abajo, es demencial, una cesárea programada, te maquillas y recibes a tu hija di-vi-na”.
Palabras de la one: Moria Casán  se me venían como un oráculo.
Tercera revelación: el cerebro ante el dolor va a lugares inusitados.
“Yo soy más de ese equipo”, los pensamientos salen como manotazos de ahogado de mi  psiquis derrotada de pavor.
¿Dónde me convencí que era mi naturaleza esto? ¿Tan poco me conozco?”
Invoco a  mi psicóloga otra vez, pienso en llamarla y decirle que entré en pánico, me imagino teniendo la sesión desnuda y  en los intervalos de las contracciones y desisto, no va a ser posible.
Opto por decirle a Juan,  le confieso que tengo miedo que no me veo capaz. Me abraza y me dice “claro que sos capaz”.
Miro el cielo que está nublado a punto de una tormenta; el poder de la naturaleza suele colocarme. “Si todos los animales y gran parte de la humanidad parió durante siglos, ¿cómo no lo voy a poder hacer yo?”
“Qué ridiculez casi me vence  el miedo”, me digo más convencida.
Me entrego al dolor, buscando estrategias: por ejemplo ducharme en esa ducha con ese banco ridículo, tan alejada de mis baños de inmersión con vistas al bosque que me daba todos los días en casa y donde había planeado tener mi trabajo de parto.

Pruebo con todo sin dejar nunca de sufrir: pelota de parto, acostarme en el colchón que ponen en el  suelo, sentarme en el inodoro: nada funciona.
La partera me da una indicación, “Movete  así, que eso la va a colocar”’. Siento que me pasa una crema en la cadera y me indica un movimiento. “Esto te va a ayudar un montón”, afirma segurísima.
“¡Arnica! me pone la demente homeopática esta!”, para este pico de dolor mi cuerpo pide mínimo calmantes para caballos. El dolor sube demencialmente y eso hace que ya no tengas ni siquiera fuerza para odiar. Estoy devastada pienso: ni quisiera tengo fuerza para putear. Nunca me sentí más vulnerable en mi vida. Pienso que si me encerraran y me torturaran sería de las que delatan primero. Van pasando las horas: pierdo noción del tiempo. La combustión del dolor se enciende, pregunto:¨¿Soy yo o son contracciones de menos de un minuto entre una y otra?”. Algunas son contracciones de misoprostol. Me dicen “Tu cuerpo registra ambas ahora tiene que diferenciar cuales son las buenas así que conectá con el dolor, lo estás haciendo bien”. Empiezo a tener pánico: NO contestan mis preguntas: ¿Qué es hacerlo bien? ¿Sufrir demencialmente? No voy a poder, es imposible que dilate con este dolor, no puedo imaginar sacando a mi hija de ahí.
Pienso en la ficción que escribí, donde la protagonista no puede parir en su casa y la llevan a la clínica. “Ustedes los actores crean realidad, luego tienen que cortar ese mensaje al universo sino les pasa todo lo que crean en la vida”. Intento imaginar que corto esta realidad en el cielo con mis dedos en forma de tijeras pero no llego a terminar ninguna acción ni siquiera imaginaria que una contracción me saca de cualquier cosa que no sea el dolor presente. Lloro como un bebé. No hay tregua lloro como un bebé. “Vamos a la bañera”, dice una de las doulas. Esa palabra me da esperanza: sé que eso me alivia, es la única certeza que tengo, el agua siempre me alivia. Logro enderezarme un poco, y motivada por una esperanza de alivio real me preparo para la osadía de caminar. “ Todavía no, ahora vamos a ir”, me dicen impidiéndome avanzar. Consejo para estas señoras que dicen que el dolor es bueno: Jamás le diga a una parturienta “ahora vamos a ir”. Llévenla cuando esté todo listo, el esperar con picos extremos de dolor pueden despertar una ansiedad bestial. Significan para una soldado que le digan:”No hay agua por diez días en pleno desierto”. Finalmente me llevan a la bañera, me arrastro en el pasillo, me tiemblan las piernas, hace tres horas me sentía en una estadía de hotel 5 estrellas y ahora paso a esta tortura demencial en nombre de la vida. El estado es indescriptiblemente deplorable. No sé como lo logro pero llego. Me dan una especie de asiento acolchado para la bañadera, no hay manera de sentarme, si lo hago temo no poder moverme de posición por el dolor. No hay tregua. “Esto es para que entre contracción y contracción descanses”, dice la otra marmota. Entra cada una no pasa ni un minuto y esto sucede hace más de 5 horas. “Vas a poder dilatar si descansas”, me repite como si eso estuviese a mi alcance. Cada vez que yo gritaba o “vocalizaba” me decían:”Para adentro, para adentro”. No hay manera: el cansancio y el terror se acentúan. No voy a poder dilatar, lo sé. Todo el trabajo de suelo pélvico no sirve de nada: el misoprostol está dando batalla y empieza a hacer el efecto todo junto. “A esta droga solo puede bajarla otra”, es el único pensamiento lúcido que tengo. Me da miedo pedir la epidural y que no haya tiempo, prefiero no preguntar. El solo hecho que me digan que no, me aterra. Por otro lado ya no puedo hablar del dolor encerrada en mi padecimiento, me pregunto qué sentido tiene esto. Tengo que animarme y pedir la anestesia, pánico a que me digan que ya no hay tiempo. Plan B si me dicen que ya no se puede: les digo que me estoy muriendo y que me den cesárea, no hay manera de lograr hacerlo sino. Me siento aterrada por el encierro de la situación. Me decido mientras veo a una de estas señoras intentar atenuar la luz poniendo un pañal en el foco de arriba  de ese baño diminuto. Cada vez confío menos en lo idóneo de estas sujetas. Por suerte y gracias al cielo está Juan, el único coherente en este entuerto.
Me decido, ya no puedo mas. Intento hilar la frase:
Yo: -Chicas…
Las dos doulas arrodilladas al lado mío en la bañadera me miran con mirada de vaca:
Doulas a duo: -Sí
Yo: -Chicas (tomo aire) escúchenme (Contracción) yo necesito la…
Otra contracción Bestial no me deja terminar la frase
Yo: -Chicas, chicas escúchenme…
Doulas: -Te escuchamos..
Contracción bestial
Yo: -Necesi..
Contracción larga
Yo: -Necesito la
Doulas: -Vas muy bien
Yo: -Epidural
Doulas: -Vas muy bien
(Veo que no toman en serio el pedido)
Yo: -Escuchen
Doulas: -Te estamos escuchando
Contracción bestial.
Ahí logro ver a Juan, lo miro.
Yo: -Deciles que es en serio
Juan decide accionar. Lo escucho hablar afuera con la partera fundamentalista y con la efectividad que lo caracteriza gestiona mi deseo.
Partera:(con tono acusador) -Bueno si es lo que ella quiere..
Juan me dice que ya buscan al anestesista.
¡¡¡Parece que sí!! Hay tiempo!!!
A partir de ahí las contracciones ya no entran en mi cuerpo, son de niveles altísimos de dolor.
Cuando llego a sala de parto, pateo todo lo que hay, ya no es soportable nada. La doula me pide que no me mueva mientras me pinchan.
Yo: -¿En cuanto tiempo pasa el dolor?
El ángel del dolor: -En minutos.
Empiezo a relajarme. Me concentro en no moverme y en avisar si viene una contracción, porque me advierten que puede ser peligroso que me mueva.
Lo sé: un pinchazo mal dado en la médula no es joda. Pienso otra vez en lo descabellado de todo.
No siento el pinchazo, y sí empiezo a sentir el alivio.
¡Veo la luz!
¡¡¡La sala de parto me parece una nave espacial hermosa!!!!
Todo impoluto, nada de pañales improvisados en un foco de luz decadente.
Grandes focos como aros de una nave futurista.
Me viene una paz y un alivio descomunal: la ciencia me lleva al lado B de este parto.Vuelvo a mí.
“Ustedes son unos ángeles”, les digo.
La enfermera y el anestesista sonríen.
“Gracias, pidanme los que quieran”, digo enérgica.
“Ahora sí voy a poder sacar a mi bebé”.
Abro las piernas, algo imposible hasta ese momento.Ahora siento que se me dilata el alma entera.
La felicidad es ausencia de dolor.
Ahora puedo con todo. Puedo parir cuatro pibes si me lo piden, estoy dispuesta a todo.
Alrededor el ambiente se relaja, demasiado según Juan para ese parto respetado que venden,  pero a mí me da igual.
La doula y la partera toman el celular, atienden llamados, hablan con las enfermeras de tonterías. Me ignoran bastante.
Las defraudé; parece que haber pedido la epidural les baja el handicap de partos del horror.
Yo sigo flotando : aliviada, fuerte, feliz.
Sonrío. Ahora sí:¡¡¡¡ quiero parir!!!!!
¡¡¡Siento ganas de pujar!!!
Aparece el ser que más seguridad me da: contrariamente  a todo pronóstico es un TIPO, es del sistema hegemónico médico y es mi obstetra.
Como si estuviese en una cancha me habla al oído: yo te voy ayudar, te voy a apretar y vos vas a pujar.Vamos que la sacas!
Casi como lo habían predecido las más de ocho mujeres que soñaron el parto de Eva: Eva sale en tres pujos.
Sale y no llora, apenas la pilla su llanto es interrumpido por mis palabras.
“Fue un montón”, le digo. “Fue un montón”, le repito mientras la acaricio.
Eva llora, la doula me dice: te está contando ella ahora.
Yo qué sé que en realidad está estrenando sus pulmones, tomo eso como verdad y sí escucho como con su  llanto me relata su versión, como lo sintió ella.
“Chiquita” le digo; “muy bien, lo hiciste muy bien”.
Y sí, así lo siento: siento que a ambas nos costó nacer, que fue doloroso, largo, que rompió todo lo planeado y que al final fue con mucha, mucha felicidad.
A las 22,22 sale Eva al mundo: el loco dos veces.
Dos locas.
En la noche solo puedo mirarla, la miró embelesada y extrañada al mismo tiempo.
Parí una beba de 3800, y sí, contrario a lo que siempre digo. “todos los recién nacidos son como pulpos que me impresionan”.
Eva es rechoncha y guapa. No lo digo yo: lo dicen todas las enfermeras y chicas de limpieza que me cuentan que estaban todos expectantes del nacimiento “cómo sufriste”, me dice quien entró a limpiar en pleno exorcismo. Te temblaba todo el cuerpo. ¨Sí¨, digo yo. Solo una mujer que ha atravesado la masacre de dolor que puede ser un parto, sabe de lo que hablo. Se acaban las palabras.
Lo hemos logrado pequeña y eso es suficiente para poder contemplar el cielo otra vez y decir, con la ciencia acompañando: Yo parí.
Mi primer gracias es a vos hija, por ser la parte fundamental de esta osadía y por supuesto a tu padre que es un campeón absoluto, es el líder silencioso que toda mujer necesita.

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Juliana Ascúa. Es actriz, humorista, guionista y directora . Ha co escrito el cortometraje “ El porvenir es tan irrevocable como el rígido ayer”(2014) que recorrió festivales internacionales y dirigió y escribió “Fracaso”(2013) cortometraje que se presentó en el Festival copyleft de España entre otros. Realizó su serie web ¨LARA deconstruida¨ (2019) distribuida por cine.ar y en octubre tv, prontamente en Amazon eeuu y Reino Unido. Ha sido asistente de dirección y producción de reconocidos directores de clown y humor como Pedro Saborido en PETER CAPUSOTTO Y SUS VIDEOS (2008), Enrique Federman y Rafael Spregerburd. En 2009 ha hecho gira con sus unipersonales de humor feminista (Eres Hombre Muerto y Mátome) presentándolo en Barcelona, Paris y Madrid. Escribió y montó obras de teatro como “El amor y otros paradigmas” (2015), “La prueba” (2019) y “Conteneme”(2018). Además de actuar en más de 12 espectáculos, dos de ellos seleccionados en Festivales internacionales. Actualmente está desarrollando la serie de tv FÉMINA y en preproducción de Documental de Humor y género como guionista y directora.