Relatos/Partos

Tener un hijo es un nacimiento

Por  Julieta Santos*

Eran las 6 en punto.

Estaba sola en el quirófano. Vi la hora cuando abrí los ojos y después la corroboré en la partida de nacimiento. Ya había terminado todo. El embotamiento de la anestesia me dejó por unos segundos en blanco: no recordaba exactamente lo que había pasado.

Eran las 6 en punto.

La necesidad de hacer una cesárea la definió el obstetra cuando estaba en la sala de partos y el bebé no salía ni con fórceps. En realidad lo que usó se llama “vacum”, que es algo parecido pero técnica y supuestamente menos violento con el bebé y con el cuerpo de la madre. Yo no tenía la menor idea de que ese artefacto existiera, es como una sopapa de goma que meten en el canal de parto para succionar al bebé hacia afuera. Suele usarse cuando las contracciones no son del todo fuertes, o el cuerpo del bebé está lejos de la salida, o vaya a saber por qué más. Al parecer no cualquiera conoce la técnica del vacum que es mejor que el fórcep, que ya está prácticamente en desuso. El dolor apareció hacia el final de la última maniobra, cuando escuché: “no va, no va”. Al principio entendí mal, creí que el doctor se refería a que no iba a haber nacimiento. Afortunadamente solo indicaba que no habría parto natural y entonces dadas las circunstancias no me opuse en lo más mínimo a lo que sería la mejor forma de resolver el conflicto.

Eran las 6 en punto.

Por un momento imaginé que había salido todo mal. Pensé que al final no había bebé y por eso mismo no habría ni madre de estreno ni abuelos ni tíos ni tías ni festejos tampoco visitas, regalos o mensajes de texto a cualquier hora además de las consabidas salutaciones en Facebook y en la grupa de Whats up. La anestesia me confundió. Fueron unos pocos segundos aunque suficientes para alucinar un escenario distinto al real.

Eran las 6 en punto.

Un poco antes, cuando empezaba a hacer efecto, la lengua se me trababa pero seguía sintiendo bastante lo que me hacían. Realmente prefería que eso no pasara porque en cualquier momento me iban a abrir al medio con un bisturí. Le avisé al cirujano que sentía cómo me estaba rozando las piernas mientras preparaban rápidamente todo para la operación:

– ¿Cómo que sentís el cuerpo? No puede ser… A ver, ¿qué estoy haciendo ahora?
– Me tocaste el antebrazo.
– ¿Y qué estoy haciendo ahora?
– Me tocaste la rodilla derecha.
– Ahá, ¿y qué estoy haciendo ahora?
– Me agarraste la mano.
– ¡Okey! Qué raro, no deberías sentir todo eso.
– Estoy de acuerdo.
– ¡Anestesista! Usemos la misma vía que tiene en la espalda para agregar…

Usaron la misma vía que tenía en la espalda para agregar más droga a mi cuerpo. Y estuvo bien.

-¿Cómo estás? –me preguntó mi obstetra–. Bien, pero tengo miedo que todos lo conozcan antes que yo. Mi respuesta bastante honesta: por algún motivo creí que iba a estar dormida durante horas antes que me trajeran a mi bebé.

-Eso no va a pasar, quedate tranquila –dijo, y me abrazó.

Tenía los brazos agarrados con correas a la camilla, supongo que para no moverme y destriparme a mí misma sin querer con algún movimiento peligroso, estando drogada. El biombo a la altura de mi pecho no me dejaba ver lo que pasaba allá abajo pero en algún momento el obstetra alzó a mi bebé y escuché su llanto breve cuando cortaron el cordón umbilical. Cumplió su palabra y me ayudó a disipar mi miedo: lo trajo de inmediato hasta al lado de mi cara y le dije “hola hijo bienvenido te amo” como pude. Después me dormí.

Eran las 6 en punto.

Cuando abrí los ojos estaba sola en el quirófano. Por un momento imaginé que había salido todo mal. Pero no. Algo además de ese bebé llegó a la vida. Tener un hijo es un nacimiento. Eran las 6 en punto.

 

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Julieta Santos es docente, editora y correctora. Nació en Laferrere (1982) y actualmente reside en San Carlos de Bariloche. En 2019 publicó su primer libro “TEMPLANZA (Irma)” (Ed. El Colectivo), un experimento literario entre prosa, poesía y teatro, donde aborda temas como maternidad, puerperio y vínculos. En 2020, publicó su primer poemario llamado  #TRIPACORAZÓN (Ed. Milena Caserola).
Actualmente, es miembro de Ediciones Las Guachas donde acompañan proyectos de escrituras de mujeres y disidencias e impulsan su publicación.