Relatos/Partos

Los expedientes secretos baby

Por Julieta Moreno*

Elías ya tiene un mes y mas o menos desde que volví de la clínica que amenazo con sentarme a escribir mi relato de parto. Hay algo que noto desde que me embaracé y es que las “mamis” mienten. Lamentablemente debería decir que las mamis mentimos, creo que ya no soy fidedigna. No se si es una hormona o un mecanismo sororo por el cual el cuerpo y la lengua dan una versión de los hechos que no es la real. El dolor y las incomodidades se borran, los momentos feos se recuerdan con humor. Lo que realmente sucedió quedó clasificado en un archivo de la CIA y es muy difícil de desclasificar.

Lo que recuerdo es que ese día era miércoles y ya estaba de cuarenta semanas largas. No atendía mas el teléfono porque me ponía nerviosa la gente que me escribía para preguntarme si ya había nacido. No, no nació. Difícilmente a alguien se le olvide avisar que nació un bebé, sobre todo con lo fácil que es. Posteas una foto y listo el pollo. No es que me quedé sin cospeles para ir a hacer una llamada al teléfono público de la esquina. Estaba de licencia hacia un poco más de una semana gracias a un certificado médico falopa que decía prácticamente que yo iba a parir en el 2030. A mi obstetra le pareció exagerado y muy sobre la fecha pero conociéndome sabía que mucho tiempo en mis manos iba a ser contraproducente. Dicho y hecho a la semana de estar de licencia ya no sabía que hacer. Ir a desayunar a un bar y leer románticamente por horas perdió su encanto al tercer día. Daniel resultó excederse en hombre deconstruído y no sabía qué hacer con una mujer ama de casa. No le servía para hacerle mandados o cocinar: me había reemplazado por un harén de motitos de Rappi.

Me había hecho una lista de cosas para hacer:

  • Sacar turno para la ecografía
  • Ir a la ecografía
  • Buscar un pediatra
  • Tratar de ir al pediatra antes de que nazca Elías
  • Ir al obstetra. Viernes 15hs.
  • Caminar
  • Pagar deuda Metrogas

La lista era tan escueta como patética. La deuda de Metrogas era de 100 pesos, más de la mitad de las diligencias eran controles médicos y caminar es algo que ni el Pami te deja pasar como actividad. El obstetra me había puesto esos controles adicionales para llenarme un poco la agenda y evitar que hiciera boludeces.

-Me enteré de que la llamaste a Alicia el sábado a la noche.
-Sí, es cierto. Al final no era nada. Ni siquiera una falsa alarma.
-Viste yo me entero de todo. No te toques la panza.
-Es que estoy tan al pedo.
-Bueno hagamos unos controles así te distraes.

Ese mismo miércoles a las 16 horas conseguí un sobreturno exagerando una necesidad (la fuerza de la ansiedad) y chapeando con que el obstetra me había derivado. Me atendieron antes de que abriera el consultorio y estuve como una hora. No encontraron nada raro, el bebé estaba en fecha, bien posicionado y con mucho líquido amniótico. Lo de “mucho” lo constaté horas después.

Volví a mi casa a mirar tele con el perro. Todo me aburría. Traté de buscar algo interesante pero el problema es que cuando una está esperando parir nada es lo suficientemente interesante. Encontré una serie que ni me acuerdo cual era pero que puse para evitar que Daniel mirara noticieros y me hice la concentrada. A las 8 y pico me doy vuelta para darle un besito al perro que tenía atrás, tarea colosal en la semana 40 porque ya solo podía estar recostada de un solo lado y siento como de repente me baja un torrente de agua tibia que en segundos ya me había mojado las rodillas.

-Rompí bolsa.

Reaccionamos los dos como autómatas. A mí me agarró un cagazo monumental y solo agarré el celular para llamar a Alicia desde el baño. Entré la habitación y el baño dejé un charco largo de líquido que no paraba de caer. Pancho me quiso seguir pero Daniel lo interceptó, le puso la correa y salió rápido para la casa de mi vieja a dejarlo en custodia. Lo único que recuerdo es su hocico curioso tratando de ver a dónde iba ese charco y una correa que lo tironeaba hacia la puerta.

-Hola Alicia, soy Julieta Moreno paciente del Doctor. Rompí bolsa.
-Hola Juli, ¿cómo estas?
-Acá cagada de miedo.
-Ay no te preocupes. Decime.
-Rompí bolsa.
-Aha, y de qué color es el líquido.
-Ay no sé, tengo una bombacha azul.
-Estem, bueno fíjate.
-Perá que trato de largar un chorro en las manos y te digo. Bancame… Es clarito.
-Perfecto Juli, quedate tranquila. Nos vemos a las 11 y media en el tercer piso de la clínica.

Daniel volvió de hacer el delivery de perro salchicha y se puso a ordenar frenéticamente. Yo me di una ducha y me senté en la pelota a esperar que se hicieran las 11. Nuevamente no supe que hacer y no hice nada. Me quedé sentada empollando una pelota de plástico mientras él sacaba la basura, guardaba en la heladera todo lo que se pudiera pudrir y ponía a andar el lavaplatos. Ni nos hablamos en ese tiempo yo creo porque estaba paralizada del susto y él también. Después sí me habló y fue una pena porque ya me habían advertido en el curso de pre-parto acerca de los papás parlanchines y chistosos.

En la clínica seguí con la misma actitud poco proactiva y en vez de estar sentada en una pelota ahora estaba sentada en la sala de espera. Miraba para abajo y estaba petrificada del miedo. No sentía ningún dolor así que ni siquiera me podía distraer con eso. Dani hizo todo el papeleo de la internación y al rato llegó Alicia. Entre que terminó de hacer todo y llegó ella se le ocurrió hacer chistes que me pusieron de un humor horrible. No quería arruinar el momento ladrándole pero le dije que no hiciera más chistes porque estaba muy asustada.

El silencio incómodo que generé lo rompió Alicia que llegó saludando a todos como si fuera Mirta Legrand.

-Vení pasá que te reviso.

Me hizo pasar a un consultorio y me saqué el pañal bombacha que me había puesto para contener el líquido que no paraba de salir.

-Juli no tenás nada, nada, nada de dilatación. Cero. El pibe está a quilómetros de distancia. ¿Estás de acuerdo con una cesárea?

No lo podía creer. Meses y meses dando por sentado que iba a tener un parto natural y estaba hacía dos horas temblando como una hoja por unos dolores que al final no iba a sentir. No me dio mucho tiempo para reaccionar. En realidad, nada me hacía reaccionar desde que rompí bolsa.

-Vení vestite y volvamos a sala de espera que lo llamo al doctor y te internamos.

Cuando volví Dani me miraba con la misma cara de curiosidad y sorpresa que puso Pancho cuando me metí en el baño. Le cuento brevemente la situación, pero no termino la frase porque escucho al fondo del salón que Alicia ya había decidido por mí.

-Hola, si mirá no tiene nada de dilatación. Sí, está de acuerdo con una cesárea.

Me vino a buscar una enfermera y me hizo pasar a una salita para ponerme la bata y los zapatos. Mojé todo, silla, bata, zapatos, todo.

De ahí fui hasta una sala de parto a hacer tiempo hasta que estuviese listo el quirófano. Me hicieron recostar en la cama y me conectaron el monitor. Empezaron a entrar unos alaridos terribles de una mujer desgarrada por el dolor. Eran unos ahhh profundísimos y largos. Si bien yo no tenía experiencia en parir algo me daba la impresión de que no eran gritos normales. Me lo confirmaron las caras de las enfermeras que empezaron a entrar a mi sala como para sacarse la careta real y figurativamente y hablar a calzón quitado acerca de lo que estaba pasando afuera.

-¿Sabés cuánto les cobran a estas? Sesenta mil pesos para hacer todo ese circo en la casa.
-Y después llegan acá con seis de dilatación, con complicaciones y ya no se puede hacer nada como esta que grita y nosotros acá teniendo que atajar el tema sin herramientas.
¿Te acordás de cuando venían y acá te armaban todo con pelotas en el piso y hacían actuar a los papás?
Ay si tremendo. Ahora con esto de la pandemia se cortó todo. Subite el barbijo.
-Qué locura, ahí la tenés a la pobre hippie sufriendo como un perro. A ver levántate la bata que te tengo que rasurar.

Acá no me acuerdo de cuanto tiempo estuve pero en algún momento a Dani lo dejaron entrar ya cambiado con el ambo que dice “voy a ser papá”. Iluso él que pensó que la sala era el lugar en donde iba a suceder la magia y trató de acomodar el celular en algún lugar piola para filmar. Pues no mi ciela, de ahí nos fuimos al quirófano él caminando y yo en camilla. Para ese entonces el miedo al parto natural se había ido y ahora tenía un nuevo terror, el de la cesárea. Tenía tanto miedo que no me acuerdo mucho de las caras que había en el quirófano que estaba lleno de gente todos haciendo cosas. Empecé a temblar. En eso entra el obstetra.

-Hola estoy muy asustada. Mirá como tiemblo!
-Menos mal que la que tiembla sos vos, ¿te imaginas si fuese yo?
-Necesito que me digas que la cesárea es la mejor opción.
-Mirá el bebé tiene dos vueltas de cordón en el cuello, vos tenés un cuello de útero de mierda altísimo, si inducimos probablemente igual tengamos que terminar en una cesárea y además te comés mil horas de trabajo de parto. Yo en este caso creo que es lo mejor sobretodo considerando tu edad y que no se va a ver afectada tu planificación familiar, bla,bla,bla…
-Bueno está bien.

Me hicieron sentar, abrazar la panza para darme la anestesia y así me despedí del embarazo. La operación duró media hora de las que recuerdo tironeos, charlas informales entre el médico y los asistentes y no mucho más. A las 0:23 del 22 de octubre se bajó el telón verde, Daniel quebró en llanto y dijo que era el día más feliz de sus vidas y a mi me apoyaron un cuerpito húmedo y tibio en el pecho que me hizo saltar las lágrimas por todos lados.

Y eso es todo de lo que me acuerdo porque después empezó a hacer efecto el Tramadol y me dejé llevar por sus alucinaciones placenteras con colores y formas hermosas. Al día siguiente empezó mi lenta adhesión a la legión de mentirosas que dicen que ese fue el día más feliz de sus vidas.

 

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Ella//Julieta Moreno. Buenos Aires. Soy abogada y traductora pública. Vivo en Buenos Aires pero estoy mucho en Mendoza donde tengo un pequeño olivar que administro. Daniel  trabaja en casa como contador desde que se desató la pandemia. Juntos tuvimos a Elías el 22 de octubre. Ahora estamos los tres en Maipú haciendo cosecha de aceitunas.  Escribo hace algunos años, siempre textos cortos porque me cuesta sentarme a escribir.