Relatos/Partos

El año de la cría -diario selectivo-

Por Noe Vera*

Abril, 5.

Paso mis últimos meses de embarazo en reposo, descubrimos en la ecografía de 5D (esas que pagás aparte para conocerle la carita) que tengo poco líquido amniótico y al parecer es un riesgo. La gineco me extendió una orden de reposo urgente: necesito descansar, quedarme a empollar.
Así que miro tele como no hice en mi vida, todo lo demás me da una fiaca mezclada con náuseas imposibles. En lo que va del embarazo pude leer una sola novela: Pájaros de la cabeza. Nada más, mis aves mentales se llamaron a huelga. Necesito mantener la cabeza fresca, no pensar. Mi batería rinde poco, mi cuerpo se autoprograma para gastar lo indispensable. Lo único que importa es mantener a salvo el saco, es decir húmedo, para que el ser que porto siga bien y el embarazo llegue a término. Le digo “ser” porque a decir verdad me cuesta imaginarla. El otro día soñé que una muñeca me salía de la panza. Era de tela, chiquita y yo parecía contenta. En otro sueño, la danza del vientre: se me movía, se deformaba, la piel era tan elástica que en una vuelta se estiraba y aparecía la silueta de un pato. De pico puntudo. Engendraba un pato al que se le estiraba el cuello. Al final era un ñandú. Todo esto porque lo evidente es que no me lo creo. El momento que vivo: llevo vida adentro. No me lo esperaba, ni siquiera fantaseé conscientemente con esto. Me parece inverosímil. Pero eso sí, desde que lo sé, mi presente dio un giro nuclear. Al fin le encuentro un sentido que se me escapa. Algo que me trasciende. Algo que no me entra en la cabeza pero le hago lugar en todo el resto.

Mayo, 18.

No hablo con nadie. Me levanto solamente a prepararme el almuerzo, de la cena se encarga L, cuando llega de trabajar. Así que comemos bastante seguido fideos con salsa de pote. Le agrega romero para que tenga un perfume y descubrí que no me gusta. Al menos en esta etapa de sentidos potenciados. Huelo y saboreo intenso, hasta distorsionado. El cuerpo me pide carne (lo que siempre odié) y me amigué con la lechuga. No hay nada en esta etapa que no me parezca raro, fuera de mí. Venero los asados en familia, las náuseas solo me abandonan cuando estoy comiendo. Huelo y paladeo como un animal. Engordo sin culpa. Las células que me habitan no me dan opción.

Junio, 08.

Estoy en la semana 37, lo logramos, ya casi. Hace un mes tuve una internación para controlar los niveles de líquido. Y me avisaron: lo mejor es que no se precipite, que termine de formarse ahí adentro. Por si acaso, de todos modos, al llegar a la semana 35, recibí la inyección de dilatación pulmonar por si la bebé decidía adelantar su llegada. Nos dijeron que la bolsa se llena, sobre todo, con orina de la nonata. Y que no me mueva, que no me pare, que me atiendan. Así que la familia se turna para ayudarnos. L le habla a la panza: “hacé pis Lucecita, no seas tonta”. Va a llamarse así porque eso percibo, un fiat lux en nuestra vida:

                      y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo

Hoy fue un día frío y gris como cualquier otro, llegó la noche y miramos una película hasta tarde pero nunca pude dormirme del todo. La panza me molesta, tengo un malestar sumado a una ansiedad demencial, lo que no tengo es paz. Además hay losa radiante en el edificio y el calor me sofoca.

Junio, 14.

Pasé la noche girando, acomodándome entre almohadones y a eso de las seis, un dolor raro, cada vez más extraño me tuvo en vilo. No quise despertarlo a él hasta que no sintiera que va en serio. Empecé a tomarle el tiempo a eso que definí como contracciones pero hasta que no fueran cada cinco minutos no pensaba darles entidad porque soy obediente y eso me dijeron en el curso de parto. Que no pretendamos acercarnos al sanatorio con el bolso hecho ante la mínima alerta. Que nos iban a mandar a casa. Así que a las ocho lo sacudí un poco con delicadeza hasta que me escuchó: “Me siento mal. En serio. Me voy a duchar y vemos”. No pude ser precisa ni llamar a lo que aun no pasa con su nombre en todo el embarazo. Me siento más que nunca tomada por el destino y quiero ser respetuosa.
Durante el baño entre el correr del agua vi una especie de sustancia con sangre en el piso de la bañera. Y ahí sí me convencí: tapón mucoso. Lo sé también por el curso: cuando eso empieza a salir el próximo paso es que la bolsa se prepara para romperse. Con más determinación, le dije a L: “creo que ahora sí, deberíamos ir saliendo”.
Habremos llegado al sanatorio a eso de las diez. Primer tacto y estaba apenas empezando a borrar cuello de útero pero por mi condición de bolsa seca la sentencia fue: te internamos e inducimos.
Y ahí empieza el rodaje doloroso, horrendo, imposible de imaginar que significa ser esclava de esa experiencia límite que llaman “trabajo de parto”. Abrirse como canal de nueva vida al mundo es inhumano. Ves la luz, literal, deseás la muerte. Sentís que de sobrevivir, merecés un olimpo aparte, sos la mismísima Bía. Todos deliriums tremens de ese nivel. De un momento a otro estás en la camilla y te trasladan. Con las pocas fuerzas que tenés preguntás adónde y te dicen que ahora sí, se acerca, que en breve nace. Sentís que no saben lo que dicen, que sos incapaz de hacer nada más, estás más cerca del desmayo que de provocar un nacimiento. Estás sola porque L es impresionable y la obstetra sugirió que mejor espere afuera. El viaje a través de esos pasillos de techo pálido y luces blancas enceguecedoras te hiere los ojos así que los cerrás.
En el quirófano la espera continúa, ya casi no estás hasta que te drogan y volvés. Pero el pinchazo en la espinal no es un momento fácil. El anestesista te reta. Tres veces. Incluye una amenaza: si volvés a curvar la espalda como un gato con rabia cada vez que te toca se retira. Pero no podés controlarlo. Te pasa un algodón por la espalda baja y te erizás. Finalmente te inyecta de mal humor, como puede. Y todo cambia ahí adentro, te dejás llevar. Entrás a un limbo plácido, libre de males, estás en tu elemento. La realidad más básica que te circunda es la de doctores que mientras te cortan lo necesario hablan de recitales, esperan el fin de semana. Volvés a sentir que vale la pena estar viva, todavía existen allá en el mundo la juventud, las salidas, la música. La partera que es una loca divina saca su teléfono y pone en altavoz La Oreja de Van Gogh para que te relajes, mientras te alerta, ve la cabeza: Un pujo y listo. Hace que todo suene fácil. La canción dice “te escribo poemas de mi puño y letra” y es la favorita del padre de la criatura en puerta. Todavía hoy, la elección casual de esa canción por parte de la desconocida te desconcierta. Punto para lxs guionistas.
Pero volvamos a los pujos, le aclarás a la doctora que no sabés hacerlos porque te perdiste la última parte del curso, que te tocaba esta semana y ya estás acá, en la sala de intervenciones, donde todo suena metálico, huele a alcohol y los ambos uniforman personal de salud. Una de ellxs te toca la panza y te avisa cómo y cuándo porque después de la epidural las contracciones son imperceptibles y es ahí cuando te necesitan para accionar. Pero vos ¿estás volando? Ellxs harán el resto pero necesitan de tu fuerza y por supuesto, del paso que se abre la viajera más esperada pero eso es ya como obra del más allá. Lejos de los espéculos. Entonces te hablan a vos, que estás de este lado y después de pujar dos veces, la tercera es la vencida, dicen “ya está, acá viene! Saludala”.
Ahí alguien mutea selectivamente la película. No escuchás nada más que ese llanto desproporcionado, te sentís atada de manos. Cortan el cordón y alguien te acerca tu creación a la cara. Solo ves un ser moradito de nariz respingada, la misma que viste en la ecografía y sentiste tuya por primera vez. El chillido es de una fortaleza desconocida, es como si pudieras ver temblar la campanilla pero lo que ves es una lengua mínima rosada que abre paso al aire y lo hace sonar tan fuerte, tan trascendental que te deja idiota. Tiembla todo el cuadro, tu bebé llora. Su pequeñez sostenida a tu lado por manos ajenas trae un poder que invade el quirófano y traspasa todo. Invade el mundo, como si su misión fuera ensordecerlo.
Se te escapa una lágrima, una sola, tímida. Estás en shock, no sabés qué hacer ni cómo actuar, ni siquiera podés creerlo. Esto te excede, así que sonreís, hacés con la cabeza el gesto de que sí, sin pensar. Y se la llevan.

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Ella// Noe Vera nació en Buenos Aires. Su primer libro de poesía se llamó Colecho y compiló poemas de embarazo y puerperio. En su vida literatura y maternidad son experiencias constitutivas que se retroalimentan. Su último libro es Selva Ociosa (Editorial Caleta Olivia). Co-edita junto a Marina Gersberg El cielo del mes.