Relatos/Partos

Diario de Parto y movimiento

Por Natalia López*

I
Llego tarde. Primer día y llego tarde porque, después del trabajo y de buscar a León por el colegio, se me ocurrió ir a cambiar una alfombra. Por suerte encuentro un lugar para estacionar. Me imagino a todas las mamis esperándome. Voy con prejuicios, sí.
Subo y ya están todas sentadas en ronda. Me hacen llenar una planilla con algunas preguntas sobre por qué me anoté, si hago deportes o danza, si busco un tiempo para mí, si quiero compartir esta experiencia con otras mamás, si quiero disminuir el dolor de espalda, si quiero llegar más preparada al parto. Marco las últimas dos. En otra instancia del formulario preguntan si creo necesario hacer reuniones posparto. Respondo que no lo sé.
Conocí el curso por mi obstetra, recomendada por mi amiga Saba. Como no quería ir al mismo obstetra que cuando tuve a León, más por una partera de su equipo que por él que era muy bueno, decidí probar con esta nueva.
Es muy dulce la verdad, mi nueva obstetra, y me cuesta a veces conectar con la gente que es dulce así, con todo el mundo. De todas formas, voy contenta. Estoy haciendo muchas más cosas que en mi otro embarazo en relación con los preparativos. Llamé a un pintor, a un jardinero para que trasplantara un árbol que se estaba saliendo de la maceta, compré fundas para los sillones y le di dos muebles a una restauradora. Saba, que sorprendentemente se volvió una mami hecha y derecha, me dice que estoy armando el nido. La verdad es que cada cinco años la casa se te viene abajo y si no hacés arreglos te hundís un poco con la casa. De la bebé sólo tengo la cuna colecho, porque esta vez pienso dormir. El resto es todo para mí, para tener lindos los ambientes donde voy a pasar la mayor parte del día por al menos seis meses.
Nos presentamos, decimos de cuántas semanas estamos y el nombre del futuro o futura bebé. Yo me olvido de todo al instante y cuando estoy escuchando me olvido de que soy colgada y sólo presto real atención a la última. Me queda que su hijo se va a llamar Santino. Nos dicen que, además de hacer ejercicios para reconocer toda la zona que influye en la salida del bebé, vamos a aprender a pedir lo que necesitamos.
-Las mujeres somos muy de aguantar, dijo Miriam, que es la representante argentina de Parto y movimiento. Las ganas de hacer pis, de bostezar, de decir las cosas. En mi caso, al tener una madre tan autosuficiente, por imitación me fui al extremo de no pedir nunca nada, de aguantarme todo sola. Me doy cuenta de que a veces hay que aflojar y pedir; y en eso estoy con este curso, y desde hace un tiempo también con mi pareja, mi familia y mis amigas.
Nos piden que identifiquemos una parte de la cadera, nos hacen tocarnos el pubis, nos enseñan un ejercicio para sentarnos y levantarnos con la panza sin que parezcamos personas estirando la mano en arenas movedizas. Después nos dan una pelota medio desinflada para ponernos en el sacro y hacemos un balanceo como si estuviéramos acunando. Mientras esto pasa, Miriam nos habla con firmeza, pero sin gritar. Odio las personas que gritan en sus clases. Y con un pequeño esqueleto de plástico nos muestra cómo se adapta el cuerpo para que un ser de dos, tres o cuatro kilitos pase por ahí. El otro día Esteban la comparó con la leche. Le dije que la ecografista dijo que Catalina ya pesaba un kilo y me dijo: como un sachet. León se rió.
Mi obstetra asiste al curso. Le conté a Saba que me había dicho que iba a ir y ella me cuenta que siempre va, que es medio fanática, que es de esas obstetras que están en todo, que les gusta seguir aprendiendo y estar con vos a full. Ella hace los ejercicios a la par nuestra pero sin panza. Una lady de aproximadamente cincuenta años, con buen cuerpo y mejor actitud.
Sobre el final, nos sirven té con madalenas. Hay una chica, Valeria, que tiene la panza del tamaño de la mía pero está de cuatro semanas menos. Mi obstetra ayuda a servir los tecitos, y Miriam cuenta que se viene la parte mística de la clase. Nos ofrece elegir una carta, como una especie de tarot que después tenemos que compartir en voz alta con las demás. A mí me toca la carta de Bienvenida, que dice que tengo que apartar el miedo y recibir a mi bebé con tranquilidad. Valeria cree que se le puede adelantar. Yo digo que estoy con la misma sensación porque con mi hijo León -seis años atrás- no sentí casi ninguna molestia, y con esta bebé siento cosas todo el tiempo. La obstetra dice que con un segundo embarazo es así, y que va a salir todo más rápido. Pienso que ojalá el parto sea rápido e indoloro. El dolor me angustia. Pero estoy con la idea de que quizás esta vez sea diferente. Paso varias horas al día con las piernas abiertas como dice en un libro que me prestaron que pasaban las mujeres de una tribu que parían sin dolor.

 

II
El segundo encuentro es con las parejas. Le había avisado a Esteban que se reservara los miércoles porque alguna vez le iba a tocar acompañarme. El primer miércoles que le toca me pregunta si es ese día porque había un torneo de ping pong organizado por el gremio de su trabajo. Le digo que sí, que es ese día. Años antes le hubiera dicho que iba sola, que no se preocupara; me las hubiera arreglado. Pero aprendí a responder y a callarme la boca. A no intentar conformar a todo el mundo, sobre todo a él. A que cada uno es libre de hacer lo que quiera, pero esto ya lo teníamos agendado.
Dejamos a León al cuidado de mi hermana y nos vamos para el curso. Miriam explica qué procesos se desarrollan en el cuerpo cuando empieza el trabajo de parto. Trabajo de parto entendido como las horas previas a parir o tener cesárea en las que cada mujer -por distintas razones- sabe que llegó el día. Normalmente, salvo que te agarre de urgencia, hay un período de doce horas en que la mujer arranca con las contracciones, o rompe/fisura bolsa, o algo pasa que empieza a suceder eso que le llaman trabajo de parto. Se supone que en esas horas una va atravesando diferentes situaciones, el/la bebé se va encajando y la dilatación, si tenemos suerte, se va produciendo. Ahí podemos bañarnos, recostarnos, hacer movimientos si nos duele algo. Cada persona lo va a vivir de manera distinta. Me acuerdo de que en mi primera vez se me mojó un poco la bombacha pero no fue un baldazo de agua como habían dicho en el curso de pre-parto. Por las dudas la llamé a la partera y me dijo que me pusiera una toallita para ir controlando cuánto líquido bajaba. Cada tres horas tenía que reportarme y contarle cuán llena estaba la toallita. Me la fui cambiando hasta las siete de la tarde que fue la última vez que me atendió y me dijo:

-Llamá a la partera II, va a ir ella.
Yo la había llamado primero a la partera I porque la partera II no me había caído muy bien. Cuando la llamo, enseguida hubo una agresión.
-¿Vas a parir? -me preguntó.
-No sé, estuve perdiendo líquido todo el día, y partera I me dijo que te llamara.

Era domingo, siete y algo de la tarde, pleno invierno.
-Bueno, cuando sepas si vas a parir, llamame.

Yo me quedé helada. No había roto bolsa como habían contado en el curso que rompías bolsa. Y tampoco tenía contracciones. Después supe que la bolsa se había roto pero de arriba, entonces el líquido iba cayendo de a poco.
Estábamos mirando la serie Homeland con Esteban, y cuando le conté lo que me había dicho la partera II, se asombró. A los cinco minutos sonó el teléfono y la partera II me decía del otro lado:
-Te espero en media hora en la clínica. Digamos que el trabajo de parto lo hice en casa muy inconscientemente con la partera I al teléfono y, cuando llegó el momento, me derivó.
La idea de que fueran las parejas a algunos encuentros era explicarles sobre todo cómo acompañar, o cómo no molestar. Entender que existe la posibilidad de que lo que necesitemos sea que no nos toquen, ni nos hablen. Desde eso a ayudarnos a bañarnos, o a masajear las zonas de dolor. Estar y no ofenderse si no se los necesita para nada o para lo que se supone que pensaron que podían ser útiles. Parece una pavada, pero hay parejas que quizás nunca pueden tener una charla sobre esto. O que es el padre el que se pone nervioso cuando ni de cerca va a sentir una contracción.
Cuando terminó la parte teórica, Miriam explicó qué tipo de masajes nos podían hacer y en qué zonas. Hablamos del ambiente, de estar tranquilas, de llevar la música que nos gusta, de intentar recrear algo de lo que tenemos en casa para no sentir tanto el efecto hospital.
Esteban sale del curso relajado. Me doy cuenta que le gustó saber que podía hacer cosas para aportar. Vamos a buscar a León a lo de mi hermana y volvemos a casa cansados pero sintiéndonos poderosos.

 

III
En mi primer parto, llegué a la clínica y la partera II me hizo un tacto. Fue doloroso pero no quise creer que era porque ella tenía mala onda, sino que pensé que debía ser doloroso cualquier tacto en esa instancia. Cuando vio que tenía cuatro de dilatación, cambió la actitud. Como si recién ahí se hubiera dado cuenta de que iba a parir de verdad; como si una tuviera ganas de hinchar un domingo a la noche en lugar de quedarse cómoda viendo Homeland.
Me pusieron las vías y enseguida empecé a sentir las contracciones que no te dejan respirar. Después, fuimos a la sala de parto y Esteban me alentaba como si estuviéramos por salir a la cancha. Unas enfermeras me preguntaron a quién esperaba, y todas se rieron cuando dije:
-Al anestesista. Ahí caí en la cuenta de que era una de esas preguntas que te hacen para que conectes con tu bebé y que se estaban refiriendo a León.

Con León no tuvimos la posibilidad de experimentar todo lo que aprendimos en Parto y Movimiento y que me imagino que puedo llegar a aplicar en el parto de Cata. La partera simplemente me acomodó en la camilla y me dijo que pujara y, cuando lo hacía, me decía que estaba haciendo mal la fuerza. Esteban me decía que me quedara tranquila, y ella le ordenaba acercarme el oxígeno. Sentía una presión indescriptible en el pubis y no podía terminar de procesar nada de lo que estaba pasando. Hasta que llegó el obstetra.
Si algo no voy a saber nunca es cuán de acuerdo estaba él con los métodos de la partera II. Nunca le conté nada porque siempre fue cordial conmigo y, una vez nacido León, me sentía desbordada; no tuve tiempo para decirle. El tema es que él llegó y yo sentí mucha paz en su forma de guiarme, por lo que decidí poner un muro invisible entre la partera II y yo. No la escuché más. Esteban me cuenta que me hizo una maniobra en la panza, aparentemente nada fuera de lo reglamentario, pero yo no vi nada, la bloqueé totalmente. A partir de ahí escuché al doctor y a Esteban, que parecía que estaba por meter un gol.
Cuando León salió, me pedían que lo acariciara. Estaba tan abrumada que apenas podía sentir la felicidad de que estuviera bien. Lo toqué un poquito, como pude, y después se fue con Esteban a hacerse los controles. Yo quedé en un pasillo temblando hasta que me llevaron a la habitación. León nació 11,30 de la noche de ese domingo. Tres horas después de haber llegado a la clínica.

Al otro día, con más registro de la situación, me di cuenta de que el tiempo en que la partera II me torturaba diciéndome que estaba haciendo mal la fuerza, en realidad León se estaba terminando de encajar. En parte, decidí hacer Parto y movimiento para que no me volviera a pasar algo así, para estar más consciente de mi cuerpo y de mis posibilidades. En el camino, descubrí otras formas de pasar el pre-parto y el propio parto de la manera en que yo elija, con mi pareja en sintonía y con un acompañamiento amoroso de mi nueva obstetra y las parteras de su equipo.
Cuando llegue el momento, veré si puedo darle a Cata y a nosotros mismos un parto respetado y disfrutado.

 

>>>

Natalia López es periodista (TEA) y Lic. en Ciencias de la Comunicación (UBA). Trabaja en producción, redacción y edición de contenidos. Como autora, participó de la antología poética Apología 3, de la editorial Letras del Sur, y publicó cuentos en revistas culturales. En diciembre de 2018 salió su primer libro: La Suerte en el error, por Santos Locos Poesía. En tw e ig es @natyalopez

 

Ilustración/ Lionel Orellano (@lionorell)