Relatos/Partos

Godzilla en Buenos Aires

Por Julia González*

 ¨¡Acá viene un culito!¨–gritó el obstetra y avisó que no había líquido. “Oligoamnios severo”, confirmó mientras la sacaban, como haciendo un sumario del procedimiento.

Ya sabía que iba a cesárea. Había pasado todo el embarazo en reposo y medicada con dos inyecciones diarias en la panza, sumado a un cóctel de pastillas para paliar otras cosas. La semana previa al nacimiento de Juana hubo más pastillas para controlar una colestasis que se despertó a último momento. Y todo así. Fui de la cama al living, leí novelas, pinté mandalas y quise, sin éxito, aprender a tejer al crochet.

Tres años atrás habíamos ido a vivir al lugar más lindo de México: Baja California Sur. Teníamos que sanar la muerte de Catalina y necesitábamos eyectarnos de todo lo conocido. Pasamos dos años de vacaciones (mentales y emocionales) en el Pacífico y, después de juntar el dinero que nos permitía pagar una prepaga durante el embarazo, volvimos a Buenos Aires. Volvimos para buscar a Juana, ése fue nuestro motor. Desde el vamos sabía que no iba a ser fácil por mis antecedentes, pero quise hacerlo. Quisimos hacerlo, los dos, con Martín, y por eso no dejamos nada librado al azar. Esta vez decidimos qué prepaga iba a tener, qué equipo médico iba a atenderme y dónde iba a nacer la beba. Y eso me mata de tristeza, porque existen Catalinas para las que no pueden acceder a la salud en caso de riesgos, y Juanas para quienes pagan. Fue el mismo caso y ahora ya sé cuál es la variante. “La vida se impone –dice el poema del andaluz– Tanto tienes, tanto vales”.

En este nuevo embarazo me hacía un análisis de sangre mensual que determinaba si estaba lo suficientemente anticoagulada, cómo andaba la tiroides, el Hashimoto, y otros valores. Era un estudio larguísimo. Y cada diez días, un ecodoppler que mostraba a Juana creciendo y a mis arterias uterinas resistiendo el paso de la sangre. El hematólogo me explicó que las arterias eran como mangueras por las que salían menos agua pero que el pasto del jardín seguía creciendo. Me pareció muy gráfico. En la semana 28 el obstetra indicó maduradores pulmonares por si nacía antes de tiempo.

A Catalina sí la había parido. Sabíamos que iba a morir antes, durante o después de nacer; eso nos dijeron en la semana 20 de embarazo, cuando dejó de crecer en la panza. Sin embargo el parto lo viví como la experiencia vital, sobrenatural y animal más increíble del mundo. Imposible de transferir. Las mujeres que parieron saben lo que estoy queriendo decir. Catalina me enseñó muchas cosas que no tienen que ver con la maternidad. Me legó un aprendizaje de vida y el parto será para siempre su regalo.

Juana podría haber crecido unas semanas más en la panza pero por la colestasis programaron la cesárea de urgencia para la semana 34. Llegué al día del nacimiento sin dormir. Estaba nerviosa y tenía un miedo supremo. No me era indiferente entregarme al cuchillo. Jamás había pasado por un quirófano, nunca me corté nada, ni un dedo cocinando.

Llegamos al sanatorio temprano. Ilusa, tenía en el bolso materno la ropita de la beba para cuando nos fuéramos de alta, pero para ella sucedería veinte días después. Nos ubicaron en una habitación ínfima y vinieron algunas médicas y la partera a conversar con Martín y conmigo para ir confeccionando las historias de madre e hija. También nos avisaron que Juana se quedaba en Neonatología por su edad gestacional. En esas dos horas de espera revivimos unas cuantas veces la gestación y la muerte de Catalina. La tarde parecía eterna, se había atascado. Era todo tan imposible y lejano. ¿Nacería por fin Juana? ¿Tenía cara, realmente existía?

Y entonces vino a buscarnos el asistente del obstetra y me llevó corriendo al quirófano a toda velocidad en una silla de ruedas. Parecía que jugaba una carrera por los pasillos del sanatorio. Eso me distendió y me hizo reír. Cinco minutos después estaban poniéndome en posición fetal en una camilla y pinchando la espalda.

Martín llegó después de que me pintaran toda con Pervinox. Ya no sentía las piernas ni la panza pero el susto seguía. A lo mejor por eso noté cada corte sobre el pubis, como si fuera un pedazo de vacío en la mesada del carnicero.

¨Bajen el campo para que vea la mamᨠ–dijo alguien del otro lado.

Y emergió Godzilla.

Un animal plateado sacudía las garras y escupía fuego mientras el obstetra lo sostenía con las dos manos. Vociferaba mil cosas en un lenguaje ancestral que jamás en esta vida aprenderé. Era enorme en su kilo setecientos. Nos mostró sus ojos hinchados, esa boca redonda bien abierta, las piernas bicicleteando, los brazos boxeaban al aire. Estaba dando a luz a una beba que lloraba y brillaba con la fuerza de un animal sagrado. Todo en ella era movimiento y vida.

¨¿La viste? ¿Viste lo que es?¨ –Martín sonreía y lloraba.

Ni bien la sacaron se fue corriendo tras la médica neonatóloga que la llevaba a hacer los controles a un consultorio más cálido que este quirófano helado. Yo me quedé en el glaciar, debajo de todos los elefantes que me estaban caminando, esperando a que me cosan.

Mientras los médicos devolvían todo a su lugar, la neonatóloga la trajo envuelta en mantas y puso su cara mínima contra la mía. No podía moverme. Godzilla vino con furia y gritó contra mi cachete. No sé qué le dije pero se calmó. Sé que la mojé con toda mi emoción y ella respondió con silencio ese bautismo. Mi pequeña Godzilla plateada, la superficie más suave, redondita y firme que jamás había sentido, la transformación más dulce del mundo, una hija viva como un sol, había al fin nacido.

 

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Ella/ Julia González (Buenos Aires, 1978) es periodista y poeta. Desde 2005 es cronista del NO de Página/12, suplemento que leía cuando iba al colegio, junto con el Sí de Clarín. Editó y escribió en varios medios gráficos. Colaboró en La Mano y fundó en 2005, junto a un grupo de amigos, El Silencio, una web de rock y contracultura. Escribió los libros de poesía La proyección en el mapa (Peces de ciudad, 2017) y Full of love (Nulú Bonsai, 2010), y las plaquettes Fina ropa blanca (Difusión/Alterna, 2013) y La fisiología del amor (Nulú Bonsai, 2015, con fotos de She Vali), y participó de la antología de poesía Atada a la reacción (Nulú Bonsai). Fundó e ideó el taller de escritura Literatura y Rock, fue docente de Periodismo gráfico y condujo y produjo Rock & Text, programa de poesía y rock, por radio La Rocker. Actualmente vive con Martín y Juana en Buenos Aires, a la vez que prepara un nuevo éxodo mexicano, país en el que vivió entre 2015 y 2017 y en el que dictó clases en la Universidad Mundial. Se dedica a su agencia CLX Comunicación y al periodismo, actividades que seguirá ejerciendo en el exterior.