Relatos/Partos

Caer y levantarse

Por Julieta Barrios*

Inés nació el 29 de septiembre a las 16:05, el reloj colgado en el quirófano aún me lo acuerdo. Me hicieron cesárea porque estaba con la presión alta hace 2 semanas y aunque me medicaron, jamás bajó. No era lo ideal ni lo soñado y deseado, siempre quise llegar a tener un parto natural sin intervención pero a veces las vueltas de la vida terminan en cosas opuestas. Me abrieron la panza e Inés estaba con doble vuelta de cordón y el fibroma que tenía en el útero creció tanto y formó unas várices tan grandes que más tarde agradecí la decisión del doctor.

Los primeros días y semanas fueron una locura, me sentía drogada de tanto amor y felicidad y tanta hormona dando vuelta. Darle la teta era un momento de tranquilidad, de mirarla, de sentirla, momento de flashear por mil que esa chiquitita tan hermosa se había creado dentro mío y que ahora estaba con nosotrxs para alegrarnos los días y enseñarnxs a ser padres.

En uno de los primeros controles le comentamos a la doctora la preocupación de que aún la veíamos muy amarilla (de hecho a los dos días del nacimiento a mi me dan el alta y el de ella se hace esperar porque la veían con la bilirrubina muy alta) entonces nos manda a hacer un análisis de sangre urgente para ver el nivel de bilirrubina, hasta 19 un bebe puede tolerarla, si daba más teníamos que ir a neo y quedaría internada con lámpara unos días. MIEDO/STRESS/NERVIOS. La sigue revisando y la pesa, no aumentó nada y tampoco bajó, se quedo estancada en los 2,800kg del alta. Nos recomienda que le empecemos a dar un poco de fórmula porque al parecer no está tomando bien la teta y por eso también su color de piel, ya que la bilirrubina, nos explica, se expulsa por las heces y la orina.

Hacemos el análisis, esperamos casi una hora el resultado, 14.3. BIEN! Nos vamos a casa.

Ya se hacía de noche y yo no dejaba de sentir que había fallado, más allá de saber que era muy normal que algunxs bebes deban tomar fórmula desde tan peques (sabiendo el caso de un sobrino y el hijo de una amiga) para mí era una derrota a mi nuevo título de madre. Lo hablé mucho con Javier, (mi compañero y padre de Inés), con una amiga, pero aún así en mi interior sentí que algo se rompió.

Pasaron los días y pude notar el cambio, Inés dormía más tranquila, se le estaba yendo el color amarillento y yo empezaba a dejar de torturarme con la idea de que era mala madre por no haber podido darle bien de mamar desde un principio. Sentía un poco de tristeza/melancolía, esa mezcla extraña que otras madres me podrán entender, y si estaba anocheciendo siempre era peor, algunas noches lloraba sin explicación y me sentía la persona más sola del universo, y otros no daba más de contenta y felicidad por todo. Este constante cambio de emociones empezó a afectarme un poco y empecé a encerrarme cada vez más en la tristeza, odiaba que se hiciera de noche y sentir que mis días eran todos iguales y que no había hecho nada, a pesar de estar haciendo de todo.

En la madrugada del 18 de noviembre la sentí a Inés rara. No había agarrado mucho la teta, mamadera ni hablar. Empecé a tomarle la temperatura y no llegaba a fiebre pero estaba cerca. Dormía y me despertaba. Le iba tomando la temperatura casi a cada hora esperando que no llegue a 38, cosa que sucedió a las 6 de la mañana, la bañamos y la llevamos a la guardia.

Nos atienden súper rápido, le dan paracetamol y nos mandan a hacer análisis de sangre y orina para ver si es infección o qué.

Alrededor de las 11 están los resultados, se los llevamos a la médica y no salió nada raro, aún así Inés estaba con la temperatura elevada y evalúan con la jefa de piso si debería quedar internada o no, más que nada porque no tenía dos meses aún y querían hacer estudios para descartar todo e irnos tranquilxs. En este punto yo ya era un mar de lágrimas y el nivel de nervio-ansiedad no dejaba de subir.

No había habitación libre, tuvimos que esperar unas horas en un cuarto de la guardia. Lxs dos estábamos muy nerviosxs. Vienen unas enfermeras para ponerle una vía por si hay que pasarle antibióticos después, le vuelven a sacar sangre. Me parecía todo horrible, ver que entre dos agarran a tu bebé pinchando por acá por allá, el llanto agudo… Se libera habitación, nos presentan a la doctora de turno y nos explican que van a hacerle una punción lumbar para evaluar que no tenga meningitis. LLANTO. Nos fuimos al pasillo a esperar mientras hacían todo. Volvimos y no me separé más, ni un segundo, de su lado.

Al tercer día ya habían pasado varias horas sin fiebre, al cuarto nos dieron el alta. Todos los estudios salieron bien, fue algo viral, seguramente de la visita al pediatra un día de mucho calor y lleno de niñxs, quién sabe. Ya está, nos volvimos a casa.

Durante la estadía en la clínica si dormí 6 hs es mucho. Estaba muy nerviosa, tenía miedo. Y así seguí días después, no podía relajarme, dormir ni descansar. Empecé a levantarme a la hora que J. se iba al trabajo y me quedaba despierta (con sueño) todo el día, me dedicaba solo a Inés, tanto que dejé de ocuparme de mí. No tenía hambre, aún así sabía que debía comer por la lactancia, iba para la cocina a prepararme desayuno y en el camino me olvidaba lo que iba a hacer o me ponía a hacer otra cosa. Empecé a perderme.

Siempre aprovechaba cuando volvía J. para salir a tomar aire sola, caminar un poco, hacer las compras, pero esto me empezó a dar miedo. Iba al chino de la vuelta y cuando estaba ahí quería volverme corriendo a casa, me olvidaba de comprar la mitad de las cosas, miraba a todxs con desconfianza, sentía que todxs me estaban juzgando y que alguien me iba a hacer daño, no quería ni cruzar la calle. Esto no mejoró, para nada. A los días me di cuenta que no podía estar así y puse el grito en el cielo y empecé a pedir ayuda. Una cosa es llorar un día, dos, sentirte agotada, otra distinta es estar todo el tiempo llorando y triste, sin comer ni dormir, y sin contarle como te sentís ni a tu compañero de vida.

Lo primero que hice fue salir de casa y visitar a mi amiga S. y su familia, J. nos dejó a mí y a Inés y pasamos la tarde y entrada la noche. Hablé mucho con mi amiga y su madre psicóloga, lloré un montón, pero de a poco iba sacando cosas de adentro que me estaban haciendo muy mal.

Al otro día vino otra amiga (M.S) a visitarme y salimos a caminar un poco las dos solas, recuerdo que hacía calor, había mucha gente yendo y viniendo a la plaza de enfrente y terminamos tomando un capuchino descafeinado con una porción de lemon pie, entre mis lágrimas y verborragia.

Se hizo de noche y al otro día me iba a quedar sola con hija hasta que volvía J. de trabajar y eso me dio terror, no quería, tenía miedo de que pase algo. Combinamos con S. y vendría temprano a la mañana a estar conmigo y ocuparse de Inés así yo descansaba. La trajo la madre y se terminaron quedando las dos porque yo estaba sacada, no lograba explicarles qué era lo que sentía ni lo que quería hacer, lloraba, me quedaba tildada, me decían que me acueste, no me podía dormir. Estuvimos toda la mañana así, mucho la verdad no recuerdo… La mamá de mi amiga me busca psicoanalista cerca de casa para empezar a ir, llama a J. le cuenta cómo me ve, aconseja como seguir, y luego termino llamándolo y diciéndole que venga a casa porque necesitaba que esté conmigo, que no podía hacer nada, que lo quería a mi lado.

Salió antes del trabajo y arregló para tomarse una semana de las vacaciones así estaba con nosotras. Esa misma tarde fuimos a ver a mi obstetra porque le había mandado mensaje para que me recete unas vitaminas y terminó haciéndonos un poco de psicólogo, fue la primera vez que dejé a Inés en otra casa para que la cuiden, hasta ese momento estaba muy sobreprotectora con ella.

Al otro día fuimos a ver a una psicóloga que nos recomendaron, segunda tarde que a Inés la cuida otra persona, me siento rara.

No recuerdo mucho qué hablé en la sesión, era más entrevista de admisión, sí recuerdo que me moría de sueño y no lograba terminar bien las frases. Habla con J. en privado también y nos fuimos quedando en que volvería en dos días, que haga lo posible por dormir, que descanse. No lo logré, lo desperté a J. en la madrugada y empezamos a hablar mucho, algunos miedos míos y las pesadillas que no me dejaban dormir. En este punto J. empezó a cuidar más de Inés y yo me fui despegando cada vez más.

Volvimos a la consulta, hablé más, pero igual siempre algo me guardaba, no le decía todo, me dice que quiere volver a verme y si le parece hacer también una consulta con la psiquiatra con la que trabaja, nos vamos.

Durante los días que siguieron empecé a sentirme cada vez peor, no tenía ganas de hacer nada, ni comer, ni dormir, ni mirar una película, no quería bañarme, no quería cambiar pañales. Cada vez me alejaba más de mi yo y me convertía en un ente que viendo hacia atrás no reconozco ni un poco. No podía prepararle las mamaderas a Inés porque me olvidaba cuántas cucharadas tenía que poner, cuánto calentar el agua y así. J. se encargaba de todo, parecía tener dos bebés a su cuidado en la casa. Es el día de hoy que sigo agradeciendo haber encontrado un compañero tan increíble como él, que jamás dudo un segundo en estar a mi lado y hacer todo lo posible para que yo vuelva a ser yo.

Llegado el día de la nueva consulta ya no quería hablar nada, tenía miedo de todo, me había hecho una película en mi cabeza que me la creí por bastante tiempo. Me seguían, me estaban persiguiendo. Decía que del trabajo me estaban controlando, dejé de usar mi teléfono, lo tenía pinchado, me escuchaban todo. Si alguien me mandaba un audio yo decía que no era esa persona y si lo era, la estaban obligando a que me hablen y la tenían secuestrada en algún lugar. Enloquecí como siempre temí, o más. Hice venir a mi casa a mis familiares más cercanos en días distintos, temiendo que alguien los haya matado, sintiendo/sabiendo que cuando se iban no los iba a ver nunca más. Todo el tiempo repetía que ya era tarde, que el daño estaba hecho, que había hecho todo mal y ahora estaban pagando todos. Escuchaba de la calle una sirena y decía que me estaban viniendo a buscar, que me iban a llevar. Así, un montón de cosas más que mejor ahora no explayar. Quería estar bien pero no entendía nada, mi vida era una pesadilla de la que quería despertarme ya, pero no encontraba la forma.

Hasta que un día dimos con una psiquiatra que nos recomendó una gran amiga, en el consultorio no dejaba de buscar micrófonos o cámaras, porque obvio para mí alguien del otro lado del pasillo en otra oficina nos estaba escuchando esperando a que diga algo para entrar y que me lleven. No hablé casi nada, J. sí, la médica me hablaba, me tomaba de la mano, yo no quería ni mirarla a los ojos. Así y todo me recetó qué tomar, cuándo, todo explicado en un papel para que J. pase a ser mi enfermero ahora, por si le faltaba algún título. Yo no quería tomar nada porque no iba poder seguir dándole la teta a Inés que igualmente ya no estaba casi produciendo leche y que cada vez que quería darle me ponía nerviosa y lloraba.

Empecé el tratamiento, el diagnóstico fue “psicosis puerperal” y le pasa a 1 de cada 1000 mujeres. Empecé a dormir, empecé a comer, primero obligadamente, luego ya con ganas. Y así seguí, todo al pie de la letra, quería estar bien, por mí, por mi hija, por J., por todxs y poco a poco lo fui logrando.

Para mí, pasaron meses, fueron sólo semanas de delirio; las más intensas de mi vida. En enero visité a la psiquiatra y fue la primera vez que me quedé sola con ella toda la sesión hablando, J. se fue a tomar un helado para hacer tiempo. Ahí me explica el cuadro que me agarró, que junto con las hormonas del embarazo y el puerperio, sumando los antecedentes de trastorno bipolar que hay en mi familia, más el stress de la internación de Inés, hicieron un combo que estalló. También me dijo que yo estaba en condiciones para que me internen en una clínica ya, porque realmente el cuadro fue muy grave, pero ella sabía que eso sólo iba a empeorarme, no quería que me separen de mi hija y por eso se arriesgó (por suerte) con la medicación que me dio y el seguimiento a que iba a lograr recuperarme bien.

Seguramente me esté olvidando un montón de cosas, pero es el día de hoy que J. quizá me dice algo que yo no recuerdo para nada de esos días y no dejo de sorprenderme.

Volví a formar un vínculo hermoso con Inés, que es la bebé más buena y alegre que conocí hasta el día de hoy, y no lo digo sólo por ser su madre aunque no puedo ser objetiva, no puedo estar más agradecida por tenerla y crecer con ella día a día, por sentir su amor tan puro y saber que estuvo conmigo acompañándome hasta cuando no podía ni verla porque estaba cegada de locura.

Hay una frase medio cliché que reza que a veces hay que tocar fondo para luego resurgir con más fuerza, no puedo estar más de acuerdo, yo soy la prueba.

 

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Julieta Barrios/ Nací en Quilmes en 1989. Fan del invierno y el café. Trabajo en el Estado hace 10 años. Estudié Terapia Ocupacional pero dejé a la mitad. Hice varios talleres de encuadernación, bordado, serigrafía (entre otros) y armé mi emprendimiento de cuadernos hechos 100% a mano. Organizo con dos amigas la feria mensual JUNTAS, donde reunimos y difundimos proyectos nacionales y latinoamericanos apoyando la autogestión. Pueden ver mis cuadernos en SINGAPUR y de qué se trata la feria en JUNTAS  .