Magia/Poesía

Laura Wittner

Ma
¿Tiene semillas?
¿Tiene espinas?
¿Cuánto miedo
da el alfiler en el hilván?
¿Hasta dónde una madre
debe, para sus hijos, disolver
los obstáculos, las calcificaciones
de incertidumbre, de frío, la molestia
en el mapa, en el zapato, la arruga
de la media y el temor en general,
la ansiedad única, privada
y la otra
que nos envuelve a todos?

 

Caminan siete cuadras hacia el subte
Van mis hijos unos metros adelante. La vereda
se irisa, decrece, distrae
y hay columnas, la pared, el árbol.
Los hermanos se ríen de las cosas:
de las cosas propias que son cosas del mundo.
Ella lo empuja con el brazo, él
le encaja la cadera.
La bolsa con cerezas, el vano lemon pie
que les encomendé ya perdieron el aura
rozan los bordes
desafían los nudos
no hacen más que estar a punto de caerse.
Les miro las espaldas y calibro
esa certeza de que ahí van con todo:
mi ánimo, mi voluntad, mi corazón
las frutas y la torta. Los niños
olvidan la fragilidad de lo que llevan.

 

Doblamos por Libertador
Mi hija dice que el jacarandá
le parece un árbol de otro mundo.
Que esa bruma violeta
no puede estar en nuestro mismo plano.
Siempre quise tener
una conversación así:
se me viene a dar justo
con esta nena.

 

Las cosas oscuras
Pueden ser densas, con un núcleo profundo:
en ese caso pesarán toneladas
e irán depositándose
en los sucesivos subsuelos de la incomprensión.
O pueden ser ligeras, parpadeantes
capaces de interrumpir la luz
sin ninguna certeza: ni ellas saben qué contienen.
Como cuando mi hijo levantó la vista
de noche, hacia la ventana
y preguntó: “¿Ves eso?”
y le dije: “No. Sí. No sé. ¿Qué es?”
y me dijo: “Algo que está y no está
pero al menos lo ves vos también”.

 

Jueves, noche
Mi hijo maniobra jugadores de básquet
en la pantalla, desde el joystick.
Mi hija pasea playmóbiles
en una vieja combi Lego
procedente de otra infancia.
Las luces están todas encendidas
y cada una cumple su función
porque enuncia otra tonalidad;
y todas juntas cumplen la función
de mandarme de gira a cada rato
a bajar teclas y repetir la antigua frase
la oración heredada: “¿por qué
dejan todas las luces prendidas?”.
Pongo música y lleno una botella
con el agua del filtro.
Cuando aparece el chisporroteo del aceite
doy vuelta una por una las batatas
porque no dejaré piedra sin mover
en la búsqueda del perfecto amor doméstico.

 

Hijita
Abrazás la pena existencial
y para combatirla te ofrezco fruslerías.
Te ofrezco incluso la palabra “combatir”.
Ese camino lo marqué sin querer
pero no para que vos lo transitaras.
Yo tiré arena por encima
y después aserrín.
¿Qué hacés? No pases
con los patines
que las rueditas lo desnudan.
O sí, perdón, pasá,
la huella de las ruedas
muestra mil otros rumbos.
Dos lágrimas cayeron en el piso
pero ya estabas pensando en otra cosa:
te agachaste a marcar con el dedo
una palabra que nos hizo reír.

 

Por qué no tiene que llover los domingos a la noche
Truena y mis hijos están en su otra casa.
Primero un trueno lejos,
después uno más cerca,
un trueno finalmente atronador
que retumba en cada cuarto vacío
y en este único cuarto iluminado
donde trabajo a medianoche.
Truena y no tengo a quién calmar
lo que por un segundo se parece
a no tener quien me calme. Pero no.
Una madre se recompone pronto
aunque los hijos estén en su otra casa.

 

Por qué si me postran mil veces me levanto
Los patios internos.
Los baños y cocinas con pileta cuadrada.
Los ambientes semicirculares
con ventanal corrido.
Un aro de básquet en la calle
para que tire cualquiera.
El café exacto que todo lo arrasa
y todo lo eleva durante media hora.
El cielo cuando se decolora hasta quedar en blanco.
La pronunciación de un idioma extranjero
rodeándome como una atmósfera
cargada de sentidos ocultos.
Las charlas con mi hija en el balcón.
Las charlas con mi hija en un colchón
atravesado en el living, sin sábanas.
La mano de mi hijo adolescente
en mi mano cuando nadie lo ve
trazando la misma caricia que en la infancia.
La memoria de todas las caricias
que dejaron su dibujo indeleble.

 

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Ella/ Laura Wittner es poeta y traductora. Licenciada en Letras por la UBA. Coordina talleres de poesía y traducción. Publicó los libros de poesía El pasillo del tren (1996), Los cosacos(1998), Las últimas mudanzas (2001), La tomadora de café (2005), Lluvias (2009), Balbuceos en una misma dirección (2011), Por qué insistimos con los viajes (2012) y su obra reunida Lugares donde una no está (2017). Es autora de libros para chicos.

 

Imagen/ Chiachio y Giannone, 2017