Nostalgia del futuro

La interrupción

Por Esteban Dipaola*

I
Mi experiencia con la paternidad acumula ya tres años y la siento como un lazo nunca del todo firme, más bien movedizo, cambiante, incierto, un verdadero trastorno de lo que soy, de lo que creía que estaba siendo. En ese sentido que lo pienso, la paternidad es algo así como una interrupción, pues vino a intervenir, cortar una linealidad que sostenía mi relación con el tiempo.
Como sociólogo, desde hace varios años que analizo la idea de lazo social, justamente, como una forma de interrupción. Es decir, allí donde la sociología clásica observaba la necesariedad y continuidad de lo social, una perspectiva contemporánea entiende que, en realidad, lo que une, lo que ajusta, son procesos siempre interrumpidos. El lazo social se sustenta en lo que lo altera, lo común emerge allí donde se interrumpe.
La vida desde el nacimiento de un hijo posee algo de esta idea: interrumpe la vida de la persona que se vuelve padre o madre, pero también interrumpe las relaciones entre esas dos personas. ¿Cómo pensar el vínculo amoroso cuando un tercero se interpone? Cuando además es un tercero que en esa interposición viene a unir más todavía ese vínculo. El encuentro con un hijo, entonces, se vuelve un proceso de perdida de las certezas que organizaban una vida y la inmediata sensación de desconcierto que obliga a que el hecho de ser padre deba asumirse como una im-posibilidad. Entonces, ¿cómo hacer lo imposible?

II
Un hijo es algo imposible. La sencilla idea de asumir un deber tan responsable como atender, cuidar y criar un hijo es una irresponsabilidad, pero por eso mismo un hijo promueve una transformación de lo que hacemos y de nuestro deber. Inaugura otra forma de la deuda, es una deuda sin saldo. Una deuda total.
Sobre esa condicionalidad del deber absoluto, el hijo deconstruye, lo convierte a uno en padre sobre ese proceso deconstructivo. Gonzalo -mi hijo- me desafía permanentemente y nunca se obliga a situarse frente a la autoridad desde la adaptación, contrariamente él propone buena parte de los modos ficcionales sobre los que definimos la ley de entrecasa. Yo ya he perdido cualquier soberanía sobre mí mismo y he sido interceptado, interrumpido, interpuesto por esa imposibilidad de ser padre, por lo imposible de un hijo. La deconstrucción de mi lugar es lo que constituye nuestras maneras de apropiarnos de algo con el otro, entre mi hijo y yo.

III
Al mismo tiempo, me esfuerzo por deconstruir lugares comunes de los saberes y afectos paternos. Uno muy esencial es la idea del amor incondicional hacia un hijo. No puedo sostener esa idea, principalmente porque revela una posesión del otro; pienso que a un hijo se lo recibe, pero no se lo posee. La expresión de uso común “tengo un hijo” es lo contrario a una declaración de amor. No se puede amar incondicionalmente, porque si uno hace algo semejante, en realidad, afirma su proyecto narcisista: “mirá todo el amor que te doy”, identificado en el reclamo paterno cuando pasaron los años: “con todo lo que yo hice por vos”. El vínculo con mi hijo se compone desde esa posición y procedimiento deconstructivo también, no hay amor incondicional. Puedo amar a mi hijo sin que una imprudente entrega absoluta se lo devore.

IV
Un hijo es una relación fundamental con la alteridad, porque el nacimiento del hijo, significando esa interrupción de la que hablé, es lo que posibilita retornar como otro. Nadie es padre si no por esa alteridad que el hijo repone sobre lo que se es. Cuando llego a casa algún día que tuve que salir, sea porque fui a dictar clases o cualquiera haya sido el motivo de mi ausencia del hogar, al traspasar la puerta, Gonzalo siempre corre a buscarme y grita eufórico: ¡papá! Allí, que en apariencia hay un sencillo lazo de identificación, en verdad, se evidencia la concreción de la alteridad. Ese señalamiento indica que quien acaba de llegar es el otro, el que altera mi lugar y modifica mi posición en el mundo. Un otro que retornará siempre diferente y que solo puede ser anudado por el abrazo que Gonzalo y yo nos damos cuando se produce ese arribo.

V
El hijo es la transformación del lugar, del tiempo, de lo que se venía siendo. Es la experiencia y la sabiduría de que llegar implica desde entonces y para siempre ser recibido.

>>>

Esteban Dipaola nació en Tandil en 1978. Es doctor en Ciencias Sociales (UBA); Licenciado en Sociología (UBA). Es investigador asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) e investigador del Instituto de investigaciones Gino Germani (IIGG). Se desempeña como docente de postgrado en el Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires y en la Maestría de Comunicación y Cultura en la misma institución. También es profesor adjunto en la materia Epistemología de las Ciencias sociales de la carrera de Sociología (UBA) y profesor de Estética y de Filosofía de la ciencia en la carrera de Filosofía de UCES. Tiene publicados los libros Aura y fetiche. Cuatro herejías sobre Marx (Letra Viva, 2011), Todo el resto (Pánico el pánico, 2012) y Comunidad impropia. Estéticas posmodernas del lazo social (Letra viva, 2013). Además publicó en coautoría el libro En tu ardor y en tu frío. Arte y política en Theodor Adorno y Gilles Deleuze (Paidós, 2008) y Odio la literatura del yo, junto con Nuria Yabkowski (Pánico el pánico, 2012) y junto con Luciano Lutereau Cuando el otro es otro (La cebra, 2017).