Relatos/Partos

El alumbramiento

Por Jessica Villar*

Cuando le dijeron que había llegado el momento de pujar, intensos temblores la sacudieron como el viento argentino de agosto sacude con furia los árboles y todas sus hojas.

Habían transcurrido más de quince horas desde que se había roto su fuente. Ningún dolor había sido sentido en esas largas horas. Hubiese hecho un trueque entre más dolor y menos tiempo de agotamiento e incertidumbre.

Afuera el sol y un calor agobiante poco común en San Francisco. El picnic en la playa, sus amigos, tendrian que esperar para otro domingo. Si es que acaso habría otro.

Por la ventana abierta de la habitación que daba hacia el oeste, el sol entraba con toda su fuerza. Y una espectacular vista de la Sutro Tower la acompañaba cada vez que ponía su cabeza de lado. Fueron horas de ver esa torre icono de la ciudad. Esa imagen quedaría en su retina para siempre como un símbolo de su propia firmeza.

Cinco horas y veinte minutos pujando, tratando de sacar a ese niño de sus entrañas. Los últimos minutos de aquella travesía habían sido una experiencia cercana a la muerte. Dentro de esa habitación, dos fuerzas opuestas la desgarraban, las dos puntas del tiempo. La vida y la muerte.

Ella pensaba, ¿estoy en esta habitación? No estaba allí, ni estaba en ningún otro sitio. Y en ese estado de liminalidad, comprendía que estaba en un umbral. No estaba segura de quién era ahora, tampoco sabía con claridad hacia dónde iba. Algo se había ido para siempre y algo estaba por llegar para siempre.

Cuando finalmente su bebe nació, lo apoyaron boca abajo breves segundos sobre su pecho exhausto. No podía verlo, sus ojos hacía rato que se habían cerrado por la hinchazón. Su sentido de la vista estaba distorsionado, en cambio, los demás, estaban exacerbados, podía oler el olor a sangre, podía escuchar cada murmullo, podía sentir cada textura, como nunca antes. Jamás olvidará ese suave primer contacto de su mano con esa espalda mínima.

Ya no volvería a ser aquella que había sido. Era, ahora, los pechos que nutrian, era la mujer que daba vida. A partir de ese día emprendía un viaje hacia las profundidades de ella misma, hacia sus sombras, y también hacia su luminosidad. Y no viajaría sola nunca más. Su compañero de ruta pesaba poco más de tres kilos y medio y se aferraba a su cuerpo, cual viajero a sus notas cartográficas.

 

>>>

Jessica Villar/ ¿Quién soy? Aún estoy tratando de responder a esta pregunta. Mientras tanto, estas son algunas cosas que sé sobre mí. Me llamo Jessica; nací y me crié en Huanguelén, un pueblo de la provincia de Buenos Aires; cuando terminé la secundaria me fui a vivir a Bahía Blanca para ir a la Universidad; ahí estudié Licenciatura en Economía; en 2014 después de recibirme y casarme me vine a vivir a Estados Unidos y acá nacieron mis dos hijos, Valentino y Victoria; retomé hace 3 años mi pasión por la literatura y participo en un taller de escritura creativa y en muchos de lectura, desde entonces. Me gusta escribir y lo hago con la idea de buscar las preguntas en las que quiero habitar, más que con la idea de encontrar respuestas.