Relatos/Partos

Historia de un nacimiento

Por Florencia Sichel*

“Cuando se pronuncia o ya es tarde o ya es pasado.
O es un presente incapaz de dar un salto.
Se pronuncia con casi todo el cuerpo, incluso con los labios amargos y resecos.
Al decirla, una herida de tamaño variable se hace presente”
(Skliar).

Hablar de mi parto representa una herida, y al día de hoy no puedo explicar bien por qué. No sé si algo estuvo mal o no, no sé si podría haber sido distinto o no, pero no lo sé y quizás eso hace que permanezca abierta.
Elijo entonces hacer visible ese dolor. Que duela, entonces. Porque vivir es también reconocer que hay algunas cosas que nos dolieron y mi parto fue un aprendizaje doloroso y significativo.

Lo traigo, lo cuento, lo escribo, lo reconozco, lo dejo ir.

Historia de un nacimiento
“Just a little Green
Like the color when the spring is born
There’ll be crocuses to bring to school tomorrow
Just a little Green
Like the nights when the northern lights perform
There’ll be icicles and birthday clothes
And sometimes there’ll be sorrow”.
Joni Mitchell, Little Green.
Desde que soy madre incorporé un nuevo ritual. Casi sin querer, y contra todos mis deseos, cuando Sofi se va a dormir veo fotos de ella. Sí, ridículo. Deseamos que llegue el momento en el que ella se va a dormir para después ver sus fotos.
Las únicas fotos que no puedo ver son las del día del parto y nacimiento. Elegí pasar de largo ese capítulo porque sé que hay algo que me hace mal. Aunque no sé bien qué es.
En la Semana Mundial del Parto Respetado pienso que no sé del todo qué es un parto natural o respetado porque todavía no entiendo bien qué es lo natural en el 2021. Si hablamos de un parto sin intervenciones entonces el mío no lo fue porque las tuve todas: incontables y dolorosos tactos, inducción con oxitocina, uso de fórceps y episiotomía.
Pero quizás, eso no sea “lo peor” sino tener la sospecha de que pudo haber sido de otra forma. El acompañamiento, la pregunta, las explicaciones, la mirada cuidadosa. Hay algo que perdura a través del tiempo y es esa sensación, difícil de explicar, de un sabor amargo.
Cuando nació mi hija, y tuvo sus primeros meses llenos de cólicos y llanto, llegué a pensar que algo del parto podría haberle afectado. “¿Será consecuencia del parto?”, le pregunté a mi pareja un día, pensando que quizás algo de todo eso podía ser culpa mía. Pero esos pensamientos tampoco eran cuidadosos, y respetuosos conmigo. Así que dejé de leer ideas que no me ayudaban a sentirme bien y empecé a conectar con mi hija. En el presente. En el aquí y ahora.
Y con tiempo, acostumbrándonos, acostumbrándome a mi nuevo rol, empezó a ordenarse todo.

Durante todo el embarazo le escribí cartas a mi hija. Escribí más de treinta cartas. La última, fue esta:

Hija:

Esta va a ser la última carta acerca del embarazo, las próximas van a ser con vos, al lado nuestro y acompañándonos, siempre.

Naciste el 12/11 a las 12:52 hs. Fue un parto difícil. Fue doloroso. Permití todos los dolores posibles porque te pensé, te imaginé y te deseé. Pero me dolió, llegué a sentir terror.
Tu papá me acompañó en cada contracción generada de manera artificial y que hacía que sintiera que me doblaba en dos. 
De nuevo, tu espera lo justificaba. Pero también vale la pena hablar de lo que duele. 
Lo que duele no es sólo lo artificial sino los silencios, la no explicación, la incertidumbre. 
Cuando vos estabas por nacer, el obstetra usó fórceps para ayudarte a salir. Eso me asustó porque decían que habían bajado los latidos.
Es increíble, hija, pero el vislumbrar peligro sobre tu vida, incluso sin haberte visto la cara, hacía que todo se volviera confuso y me generaba terror pensar que podía pasarte algo.
Saliste. Asustada. Violeta. Gritando. Chiquita, de treinta y seis semanas. Tu papá te puso sobre mi pecho y yo tuve miedo. Está mal decirlo, o es poco romántico, pero de verdad sentí miedo y dolor en todo el cuerpo. Te apoyaron. Estuvimos juntas, un ratito.
Los días en la clínica tampoco fueron fáciles. Lloraste mucho. No entendía cómo ayudarte. Sólo quería que estuvieras bien, pero a veces no alcanza con el deseo. 
No pasó ni una semana y ya aprendí, me asusté, lloré, amé, quise ser chica de nuevo, firmé papeles en calidad de madre, tomé decisiones, me explotó el cuerpo, me cambió el cuerpo, me descubrí animal. Crecí. Me explotó el corazón, la angustia, las dudas, el puerperio. 
Tuve miedo cuando llegaste. Dudé de que esto no sea para mí y de equivocarme. Tuve miedo de que no me guste y de que sea tarde. 
Pero acá estoy, acá estamos. Te estoy conociendo y nace en mí algo nuevo en donde sólo me importa que estés bien.
Tu mamá.
Le tuve miedo al parto antes, durante y también hoy. Cuando pienso en un segundo hijx, una de las cosas que más miedo me da es el parto.
Pero también sé que el dolor se vuelve más ameno cuando es conversado, compartido. Carlos Skliar escribe, “sólo el dolor sabe cuándo quitarse” y yo creo que llegó el momento.
Por eso voy a cerrar compartiendo una de esas fotos que elegí no ver durante tanto tiempo. Porque también fui eso, fui el rostro que no expresa felicidad sino miedo por lo desconocido, tristeza por dejar una etapa atrás y dolor ante la incertidumbre.
Estoy a favor de un parto en una institución pero libre de dudas, miedos y dolor. Como dice Esther Vivas, el parto es un asunto de justicia reproductiva y social.
Que se hable más de partos, que se muestren más los partos. De mi experiencia deseo aprender a conectar más con nuestros cuerpos, preguntar, informarnos.
El parto es nuestro.
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Ella/ Florencia Sichel es Profesora de Filosofía por la Universidad de Buenos Aires y trabaja como docente en todos los niveles. Es capacitadora en Escuela de Maestros y se dedica a la creación y divulgación de contenidos sobre filosofías e infancias. Reflexiona sobre filosofías y maternidades en su newsletter semanal Harta(s).