Nostalgia del futuro

Album de vacaciones (G)

Por Gabriela Bejerman*

Hombreras cargosas
En vacaciones el día te da la oportunidad de estar hecho de rebanadas. A la mañana te despertás, por ejemplo, amargada, pensando que no sabés aprovechar toda la felicidad que el mundo te ofrece, que sos incapaz de estar a la altura de tus privilegios y agradecer siendo una persona satisfecha que transmite tolerancia y alegría. A media mañana ya saliste a caminar a la playa, ya enviaste un mensaje a tu psicóloga, un escudo ante la desesperación, la angustia y la culpa. De pronto estás tejiendo y ya no te pesa la cosa. Ya estás flotando en el aire del mar, sonriendo gracias a unos buenos suspiros que vienen a oxigenar esos pensamientos de mierda que joden la vida al pedo. Al mediodía te pedís un mojito para no estrangular al nene delante de los demás. Cuando lo estás terminando dudás si seguir de largo o dormir la siesta. De pronto eso que tanto querías, la sensación de que las opciones son infinitas, vuelve, gracias al ron, y anula el peso de la familia como abolición del espíritu de aventura. Sentís que el día es como una vuelta al mundo, que podrías nadar, aprender surf, ves a tu amiga riéndose de chistes en la mesa, y de repente estás participando de un juego de mesa con las adolescentes que hace treinta segundos estaban deprimiéndote con su hastío monosilábico. Ahora el entusiasmo prendió, todo el mundo inventa definiciones y si vos tuvieras que escribir qué significa vacaciones usarías palabras muy distintas de las que esta mañana usaste en un mensaje del chat del jardín, que se activó por la desesperación de otros seres, tus pares, que no pueden con la energía infantil. Ya no usarías, ahora, comillas para la palabra vacaciones seguida de la expresión “son un suplicio”. Ahora sacudirías la cabeza, te sacarías de encima esas hombreras cargosas que son las comillas de “madre” y seguirías jugando con el entusiasmo de una teen que se llevó a marzo lengua y que, a pesar de que usó una sintaxis fallida, va ganando por lejos, y la está pasando bien.

Querido
Hijo. Muchas veces me pregunto por qué sos tan zarpado y provocador. Al nene buchoncito de la playa te encanta hacerle un clásico cantito de burla: nana nanana nana nana nana. Es tan fácil lograr un efecto en los demás! Tan sencillo y divertido comprobar que irritás perfecto! Pero quisiera que vayas dejando esa costumbre. Que no me pegues, que no me exijas de todo a toda hora, que no digas “cállate la boca ya” ni “cagate encima” a cada rato. Quisiera que fueras dulce y romántico como a los dos años, pero parece que a vos te causa un gran placer rozar y traspasar los límites. Alzar la palita detrás de tu hombro y con una sonrisa ponernos en guardia porque la vas a arrojar quizá. Acá en hotel Ostende andás como pancho por su casa. Cuando te busco, puedo encontrarte colado en el cine viendo una película infantil a la diez de la mañana. No sé por qué esa mujer entró a esta hora con su hijo, creo que es porque su hermana y el primo de su hijo se fueron y el nene quedó desolado. Pero vos, vos te venís conmigo a la playa. Bueno, otra cosa que me gustaría es que camines: tenés cuatro años y medio pero tengo que llevarte a caballito el noventa por ciento de las veces. Te indignás y no querés usar manga corta. Ni short. Bueno, al menos te protege del sol y tengo menos superficie que untar con protector cincuenta. A la pileta no te metés porque te parece fría. Al mar le tenés miedo (mejor, para mí). Recién hoy, día nueve, pusiste los piecitos en una ola de medio centímetro. El resto de las veces te mojé mientras gritabas agarrado como mono de mi malla. Pará, ¡que me dejás en bolas! (Otro de tus chistes provocadores es decir: “mostrá tu cuerpo íntimo”). Como nunca te mojás, andás con la cara llena de gotitas, sobre todo en las ojeras, el lugar donde siempre transpiraste más. La amenaza más frecuente es mojarte con agua. Y no es sólo amenaza, lo hacemos, papá y yo. A veces es más funcional que una forma de castigo. Te refrescás. Bajás un cambio. Sentimos que hicimos algo. Que te ganamos. 

El otro día te encontré sentado arriba de la mesa de pool. Te gusta tirar las bolas por los agujeros y, como no tienen bolsita recolectora, escuchar cómo caen al piso con un fuerte “poc”. Sigo de largo, lo lindo de este hotel es que no tengo que retarte por todo, puedo hacerme la boluda. Hay una maestra amorosa que te entretiene y si hay que decir no, lo hace con cordialidad y la mínima firmeza necesaria. Más fácil que ser mamá. De repente parecés. Pum pum. Nos estás disparando con unos bloques que armaste para que sean un arma. Y en la plaza me contó papá que llegaste y dijiste: Me voy a matar nenes. 

Si nos sentamos en un restorán empieza el cántico, la letanía: quiero el celulaaaar. Como papá te lo da, yo tengo que pelear más duro por soportarte y no dártelo. Pero no me voy a poner a decir que si no fuera por mí no te lavarías los dientes nunca, ni te bañarías, dejémoslo en el silencio. 

A la mañana, cuando te despertás, tus primeras palabras suelen ser: quiero chocolatada. Yo, que pensaba que no iba a darte lácteos, negocio para que sólo tomes dos por día. Y si retomamos el tema de papi, te comento, hijo, que él cree que la Cíndor es “alimento”. 

Bueno, hoy estás más contento y como madre de crianza conectada estimo que es porque yo estoy más contenta. ¿Será así?

Maternidad compartida
A las chicas hay que mandarlas a bañar. No crean que esto ocurre todos los días. No crean que esto ocurre día por medio. Un par de veces a lo largo de los diez días de vacaciones son suficientes para aprobar la materia bañarse. 

El verbo que denomina su actividad principal es “están larveando en los sillones”. Tienen doce y trece. Pero la misma “actividad” si así puede llamarse, es lo que hacen la mayoría de los seres que tienen más y menos años. Tuvieron intención de hacer aritos y venderlos pero como salieron una vez y sólo vendieron dos pares, decidieron que la gente es garca y no lo intentaron más. A la hora del almuerzo, el padre les dice: qué quieren comer. Qué quieren tomar. No les pide lo conveniente, cree en su criterio. Por suerte, un día una de las chicas decidió pedir ensalada. 

Ella y yo hablamos de libros, tejemos, hablamos de les hijes, chusmeamos. Cuando estoy en la playa y llega mi amiga, yo digo: ahí llega la diosa de mi amiga. Siempre con un look diferente, lleno de detalles. Aros, collares, pañuelos, combinaciones de pollera, blusa al viento, una cosa larga atada a la cintura que le aletea como si fuera un cisne en un lago musical. Ella siempre dice: si estoy así nomás, me puse cualquier cosa. Evidentemente, no ve lo que veo yo. 

Anoche vimos la luna llena salir toda naranja y cremosa. Con los celus agarrábamos un puntito de morondanga. No hay foto que abra los ojos así. Aunque nos volábamos, no podíamos parar de venerarla. Después nos tomamos el medio vino que quedaba del segundo día. Lo paladeamos muy felices mientras Cosme corría por todo el hotel gritando y después hacía girar unas bochas antiguas que hay en el bar. El psicólogo de la ex presidenta lo miraba mientras tomaba con todo su gran cuerpo un cafecito miniatura. 

El hijo de mi amiga es un alma sensible y atenta a todo. La hija, como tiene doce, anda con el mal del monosílabo y el rostro impasible. Al mediodía mi amiga le dijo: ¿estás bien?, ¿qué te pasa?, ¿estás enojada?, ¿qué sentís por mí? La nena le dijo “te odio” y mi amiga se largó a llorar debajo de sus anteojos de sol de diva y de su vincha anudada como en una película años cincuenta. A continuación, su hijo se puso a llorar. Y cuando levanté la vista, yo, que no había escuchado nada, vi a los tres llorando. Los vi acercándose con el llanto a un mismo foco de amor, sin edad y sin tiempo. Un gran halo me alzó, levité, estar en esa escena, frente a ese desborde, me sacó cualquier angustia tonta, propia. Con un sacudón se van las capas de hastío amorfo y aflora el verdor, el manantial verdadero, la unión de esos tres seres que andan cerca de mi vida estos días, qué honor.

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Gabriela Bejerman vive en Buenos Aires. Publicó libros de poesía y narrativa, los últimos Aurelia (ediciones Nebliplateada) y Un beso perdurable (Rosa Iceberg) que están inundados de vida familiar. Trabaja dando talleres de escritura.

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