Nostalgia del futuro

El secreto de la tierra está oculto

Por Marina Gersberg*


Esto que escribo acá ya pasó. Todavía no vivíamos juntos cuando empezamos a planear el viaje. Queríamos salir de la monotonía, él como siempre con ganas de sacarme de la chatura. Yo trabajaba hacia casi 10 años en la pyme familiar con mi papá y mi hermano más chico, un puesto inventado para poder irme a vivir sola y lograr una cierta comodidad. Fue él quien trajo la idea, quería inventarme un plan a mi también pero no lo dejé, me acoplé a su ritmo, a su búsqueda que muy de a poco empezó a ser también la mía: recorrer 12.000 km en camioneta filmando observatorios astronómicos por América Latina. Desde el primer momento supe que el viaje era por amor, una ilusión óptica pero verdadera. La esperanza de poder cambiar mi vida, conectar desde el deseo. Cerré los ojos y pensé: ¨La luz es el principio de todo¨ y le dije que sí.
Estuvimos un par de meses organizando la partida, pensando quiénes se quedarían en nuestras casas, tramitando los permisos de entrada a los lugares, concretando entrevistas con astrónomos e intentando que nos alojaran en casas o habitaciones pagando lo mínimo posible. Estábamos muy ilusionados, por lo menos yo que tenia la fantasía de dejar la empresa familiar, afrontar mis miedos de cajita de cristal y salir a la aventura pero Bum! en el medio pasó lo de la sorpresa del embarazo. Fue durante un fin de semana intenso de sexo, porro y astrología que no nos cuidamos y lo sentí, sentí el momento de conexión total, de unión y ahí supe que lo nuestro iba a ser para siempre. No hablo de amor, era más bien un pegoteo como esos perros que no se pueden separar y hay que darles con un palo para que reaccionen. Pero seguimos como si nada, yo en mi casa y él en la de él hasta que surgió otro viaje, más familiar y más cerca pero con la idea de empezar a probar lo del documental, yo iba a hacer el sonido y él iba a filmar. Los roles estaban claros. Contactamos a una gente de un observatorio turístico en Tucumán y hacia allá fuimos después de pasar unas semanas en Jujuy con mis primos. Buscábamos rastros para conectar con lo antiguo, veíamos llamas dibujadas en piedras (la contemplación) y armábamos ofrendas a la Pachamama. Y ahí en medio de las montañas y la altura empecé con los primeros síntomas, que no se diferenciaban del sorosche, una especie de somnolencia y pesadez que me hicieron sospechar e ir a la única farmacia del pueblo a comprar un test de embarazo. Yo era de las que nunca había flasheado con la idea de un hijo, nunca había tenido un atraso ni había hecho una lista mental de nombres posibles hasta que el test dio positivo y me angustié. Teníamos otros planes, el viaje de la liberación, del conocimiento, eso anhelábamos, eso perseguíamos. Esa noche me la pasé llorando sintiendo una mezcla de felicidad y película de terror, y hasta que volvimos a Buenos Aires y no fui a la ginecóloga y me hice los estudios de sangre un poco no me lo terminaba de creer. Todo era desconocido como mirar el cielo, ver aparecer la luna, contar las estrellas y descubrir otro planeta.
Lo que pasó después fue lo peor: la confirmación de que hay algo más allá de nosotros que nos pone a prueba todo el tiempo. Una vez mucho antes de todo esto fui a consultar a un astrólogo que me había dicho que mi misión en la vida era aprender a perder, y esas cosas quedan, en algún lado quedan. Ahora estaba perdiendo la ilusión de ser madre, algo que nunca había ni siquiera imaginado. Los estudios genéticos dieron mal, una malformación en el feto podía hacer que el embarazo no llegara a termino o que se muriera antes del año de vida, una tragedia. No había mucho que pensar, íbamos a abortar. Si un hijo es una ilusión, esto no era para nada atractivo, era mas bien una falla de nuestros cuerpos unidos. El azar de la creación. Como pensar que estamos hechos de polvo de estrellas y que todo se desintegre en el aire.
El tiempo pasó lento y las ganas de viajar siguieron, el tironeo del amor nos hizo más poderosos. Juntamos algo de plata, cambiamos el auto por una camioneta y salimos a la ruta, el cielo nos resultaba mágico e incomprensible. ¿Qué mensaje esconden las constelaciones? ¿Cómo es la lógica de los sentimientos? Las noches sin contaminación lumínica son dinámicas y profundas. En la gravedad somos todos iguales.

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texto/ Marina Gersberg nació en 1978 en Buenos Aires. Es psicóloga y poeta y co dirige la editorial independiente Pánico el pánico http://www.panicoelpanico.com.ar/. Publicó los libros de poesía ¨Bajar de un hondazo¨ (2009), ¨Un pedazo de atmósfera¨ (2011) y ¨La profundidad de los ataques¨ (2015). Junto al colectivo Máquina de lavar publicó ¨La pija de Hegel¨ (2014). Actualmente está trabajando en una película documental junto con Martin Langsam llamada ¨El poder de lo incierto¨ www.elpoderdeloincierto.com.ar y dirige junto con Noe Vera la revista digital www.elcielodelmes.com.ar ¨El secreto de la tierra está oculto¨ se publicó en la Revista Antídoto Nº 4.

foto/Martin Langsam nació en 1978 en Buenos Aires. Es fotógrafo y director de cine. Además produce contenidos en su propio estudio de diseño y fotografía Guapabombon. Podes ver sus trabajos en http://www.guapabombon.com.ar y http://www.elpoderdeloincierto.com.ar