Nostalgia del futuro

Un lugar para llevarte flores

Nadie nos enseña a cuidar a los muertos, a nuestros muertos. El día que te fuiste el mundo se paró por completo. Siempre decías “el día que no esté me van a llorar” y la verdad es que siempre tuviste razón en todo, hasta en eso. Hace un año la vida cambió. Lloro de a ratos, reviso las fotos y los audios del Whatsapp como para traerte de nuevo. Busco excusas, si, claro, ya sé.
Recuerdo cuando con tanto esfuerzo cocinabas por la noche para que salga a vender al otro día la pastafrola para vender para mi viaje de egresados, o te quedabas cosiendo o armando algo, no importa qué, siempre algo. Todas las noches, aún a la luz de la vela, vos seguías dando cuerda al mundo, cuando todos dormíamos y a la mañana siguiente teníamos lo prometido.
Hace un año estoy queriendo agarrar el teléfono a la misma hora para llamarte y tomar mates, celular por medio. Un ritual que se había vuelto un cotidiano, un infaltable, me empezó a pesar en las tardes, en el cuerpo, en los días…mateamos y discutimos claro, pero nunca jamás dejamos de hablarnos. Me acuerdo una vez me cortaste el teléfono y al instante te llamé porque no me acordaba cuántas tazas de harina eran para la torta y vos contestaste y seguimos charlando como si nada hubiera pasado. Eras mi mamá pero, también, eras mi amiga.
Hace un año aprendí que la familia es lo más importante, pero de repente me quedé sin mamá y sin papá y ¿cómo se hace? Me veo tan chiquita en el mundo, como si volviese a tener 4 o 5 años, que los buscaba por todas partes, cuando no los veía. Un día te extrañé tanto en una colonia de verano, que hice que me llevaran a casa los profesores, los fui guiando a medida que recordaba el camino, porque era chica y no sabía bien la dirección.
Lloraba, te extrañaba, quería solo estar con vos. Como ahora. Ese día abriste la puerta y no entendías nada. Abriste la puerta. Me abrazaste. Me volvió la paz, vos no entendías absolutamente nada.

Ahora, aunque lo intento, nada me sale bien. Me trabo al hablar. Lloro. No tengo ganas de cambiarme ni maquillarme. Lloro, mientras lavo los platos, mientras me baño o veo en Netflix una película que habla de los vínculos y la maternidad. Te recuerdo porque te venís entre sueños a decirme que está todo bien, pero no sé si está todo bien. Y la adulta ahora soy yo. Y trato de recordar tus palabras, para no abrumarme en la soledad de esperarte a que abras la puerta, una vez más y te asomes y me digas “Hola hija, qué te lo creíste?”. No sé si estás viajando o te fuiste lejos de casa o tenés otra familia, jajaja a veces me invento mil cosas para sobrevivir a la vida, mamá. ¡Qué loca estás! Sé que me dirías si te viera en este mismo instante.
Y algo de eso hay también, hay que buscar refugio, amor del bueno y tranquilidad para sobrellevar el duelo.
Un año del duelo que no se cierra. Nadie nos enseñó, ni vos ni papá, nos enseñaron a estar sin ustedes y tan fuerte es todo que a veces siento que me quedo sin aire. Y creo que estoy por morir. Y respiro profundo, cierro los ojos y suelto el aire muy lentamente.
Un año sin vos, cuatro sin papá. Empecé a medir el tiempo en ausencias, en síntomas, en apegos. Un tiempo que se pausó y chocó con un camión de frente. Así me siento a veces, en stop, reseteándome todo el tiempo, para no rozar la locura. Ahora tu columna vertebral sos vos, me dijeron. El tema es que no sé mantenerme en pie.

 

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Daniela Allegrucci nació en La Plata, en 1986. Es Periodista, docente (UNLP) y Locutora Nacional (ISER). Participó de algunas antologías poéticas y realizó distintos talleres de escritura y poesía. Publicó Retoño en 2023 un poema en formato pop up, por la editorial Alma de Papel y en 2025
¡Achalay! Una antología de cuentos infantiles de la editorial Bianca Ediciones y un poemario Juventud a la intemperie, de la editorial Halley. Escribe en @dar_lapalabra