por Maru Salemi*
Un día antes de parir, sin saberlo, anoté en mi diario: por el momento me enfoco en los desafíos cercanos, parir y conocer a la cachorrita. En otra entrada anoté: soy consciente de lo que se aproxima, pero no le tengo miedo a nada. Mañana voy a intentar hacerle un altar de bienvenida a Rita: velas, piedras, flores, palabras y algunos tesoros. Retomo luego. El desafío cercano ocurrió al día siguiente, no le tuve miedo a nada, mi cuerpo fue su altar y semanas después retomé la escritura del diario con Rita en la cama.
39 semanas exactas. La última noche con mi panza cenamos con Martín en la mesa amarilla de la cocina, poco y sin ganas. Charlamos sobre lo que haríamos al día siguiente, los pendientes que cada uno tenía. ¿Qué otros pendientes, además de parir, tendría? A las 4.30 de esa madrugada llegaron las contracciones. Eran intensas, dolían, eran las reales. Respiré cada una de ellas en la cama, rodeada de almohadones, al lado de Martín que sin dudar saltó de la cama a alistar los bolsos. Me paré, usé la pelota, la almohadilla térmica, me dí un último baño con la panza y salimos. Antes de salir por la puerta de casa le saqué una foto a Martín para recordar ese momento, el último que seríamos dos. Finalmente esa no fue la última salida siendo dos, pero hicimos bien en recordar el momento porque la situación cuando salimos por segunda vez fue otra muy distinta.
El día había llegado, había que poner el cuerpo con toda, literal. Salimos para el hospital. Allá mi partera, Ana, nos recomendó volver a casa porque faltaba un poco para iniciar el trabajo de parto (tenía 2 de dilatación), pero nos aseguró que ese día nacía mi bebé. Esa afirmación me llenó de emoción y fuerzas para empezar a enfrentar todo lo que se venía. Volvimos a casa a eso de las nueve de la mañana. Las contracciones para ese momento eran mucho más intensas y dolorosas, se me hacía muy difícil transitarlas. Todo lo que sabía que podía ayudar a aliviar el dolor lo hacía, pero no era suficiente. Gritaba la “o”, me movía con la pelota, le pedía a Martín que apretara la parte baja de mi espalda en el momento exacto. Yo decía “ahí viene” y lo tenía atrás sosteniendo. Hasta que me entraron ganas de ir al baño. Y ahí, entendí que para eso no te prepara nadie: hacer caca con contracciones de trabajo de parto. El gato me miraba desde su lugar en la cama. Lo miré e imaginé que él estaría pensado: “¿Y ahora qué le pasa a ésta?” Después de convivir 17 años juntos, el gato conocería a mi primera hija, algo que siempre soñé. Los obreros de la construcción al lado de casa dejaron de trabajar. Algo iba a acontecer.
Llevaba puesta una remera que decía “A lo incierto con confianza”, porque hacia eso iba. Nueve meses después tenía que unir todas mis fuerzas físicas, emocionales y psíquicas para lograr conocer a mi hija. Esperamos hasta el mediodía y volvimos al hospital. La camioneta estaba en el taller arreglándose hacía semanas. Martín retoma los llamados a amigos cercanos con auto. Yo necesitaba viajar con alguien conocido, porque necesitaba gritar. Entonces llega Pedrito, con música de relajación adentro del auto y nos lleva al hospital. Impecable. Ese sí, era el momento de inicio de trabajo de parto. Ya en el hospital, Martín me acompañó a todos lados. Dentro de la sala de dilatación agarrados de la mano, emocionados, con algún llanto encima y muy unidos, escuchamos la canción que hacía unos días habíamos conocido: “Until we meet again” de HG. A mi me gustó, la busqué y a partir de ese día no paré de escucharla. Ese nombre decía algo, importante, nos conoceríamos de nuevo – de otra manera. Así que esa fue la canción que le pedí a Martín que me haga escuchar una y otra vez en los momentos que nos dejaban solos en la habitación y esperábamos juntos. Una mujer en la habitación de al lado gritaba una y otra vez que quería una cesárea, que no aguantaba más el dolor. El médico de turno corrió la cortina y me aconsejó: No te asustes. Yo lo miré y con la cabeza le dije: No. (Por dentro mío pensaba que no había lugar para el susto, el cuerpo está atravesando tanto en ese momento, que el susto, el miedo, desaparece, no existe, se va.). Hoy escribiendo esto, siento que es un pensamiento que desarrollé durante el embarazo, con preparación y lecturas, reflexionando. Pero, desde ya, el miedo se transforma.
Mientras yo trataba de entender qué carajo tenía que hacer, Martín sacaba fotos con la cámara de rollo que heredé de mi vieja, lo único que conservo de ella. Nos reíamos. Las horas que siguieron fueron las horas más difíciles y dolorosas de mi vida. Estaba segura de una cosa, esa tarde iba a parir ahí en esa habitación, la sala de dilatación, tapada por una cortina, en esa cama, al lado de Martín, las dos parteras y la obstetra. Pedí que nadie más entrara ni para limpiar, ni para gritarme “pujá”, ni para un carajo. Harta pero segura, sin lugar a dudas, con poca pero toda la fuerza del universo, sin neuronas, miré a mi partera Ana y le dije: voy a parir acá, no me voy a ningún lado. Ana, se rió y afirmó: vas a conocer a tu bebé acá, quédate tranquila. Transitando los últimos pujos, Martín saca de no sé donde una pequeña foto de mi mamá sonriendo y me la muestra. Decido que el momento de conocer a mi hija había llegado.
Rita nació por parto vaginal y lancé mis brazos para agarrarla y apoyarla sobre mi pecho. NACIÓ LA CACHORRITA fue lo primero que dije cuando la ví. Lo gritaba como un camionero, como un anuncio trascendental, para que se enteré el mundo, para que se enteren todos. Lo repetí un par de veces y Martín que estaba al lado mío, se pegó a nosotras, besó a Rita y nosotros nos besamos también. Emocionados, extasiados, idos. Verla salir de mi cuerpo fue algo insuperable, mágico, desgarrador, lisérgico, hermoso. No existen palabras. Rita nació el día de la Pachamama, la madre tierra.
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Maru Salemi (Buenos Aires, 1992) poeta y artista gráfica. Dirige el proyecto artístico y editorial Rescatá la tanga desde 2014 desde el cual difunde su trabajo. Se formó en dramaturgia, técnicas de reproducción gráfica y prácticas editoriales. Es estudiante de la carrera de Crítica de artes en la UNA. Coordina talleres vinculados a las prácticas editoriales, las artes gráficas y la escritura. Fue parte del colectivo Belleza y Felicidad Fiorito como docente del taller de escritura. Su trabajo artístico / editorial ha sido parte de exposiciones colectivas en Buenos Aires y Rosario. Publicó numerosos fanzines de poesía, colaboró en revistas y medios digitales, es parte de la antología poética El cuerpo expresivo editada por Casa Brandon y publicó el poemario Un perro me mantiene a salvo, editado por Azetaguía en Nicaragua y Argentina.
