por Catalina Naidich*
Quiero que Felipe nazca me encontré diciéndole a mi papá, a mis amigas, a Emi, a mi obstetra. Ya no quiero estar más embarazada.
Ese día había una humedad galopante. Caminé hasta Parque Chas, compré nueces y castañas en la feria. Me agoté. A la noche vinieron mis amigas y me dijeron, “todavía te falta, no tenés cara de que vas a parir ya mismo”. Además Feli tiene que esperar a las elecciones, “no podemos perder tu voto”. Me levanté el jueves 16 de noviembre comprometida con la causa. Felipe va a nacer cuando él quiera.
Esa mañana mi tía Adri vino a visitarme, fuimos a caminar por Urquiza, después dormí una siesta con Emi y a la tarde fui a yoga. En la clase hicimos un montón de posturas en donde sentí a mi bebé moverse de una manera distinta.
Con Emi cenamos mientras miramos el partido de Argentina – Uruguay. En el entretiempo voy al baño, siento una presión distinta en el pubis y un dolor que me atraviesa el cuerpo entero. Dura tan solo unos segundos pero los suficientes para darme cuenta; esto es una contracción.
Le digo a Emi “No quiero alarmar pero creo que empezaron las contracciones”.
Me acuesto en la cama y vuelvo a sentir otra a los diez minutos, el dolor era leve pero punzante. Las empiezo a contar. Son cíclicas. Decidimos escribirle a nuestra partera Jorgelina. Ella nos dice que puede ser que haya empezado el proceso pero que todavía no son parte del trabajo activo. Que intente descansar y tomarme una buscapina a ver si se me pasa.
El intento lo hago pero el dolor empieza a ser profundo, intenso, insoportable. Las contracciones se aceleran, son ahora cada cuatro minutos. Uso la pelota para rebotar y bascular la pelvis, quiero pensar en todas las posiciones que aprendí, en las formas de respirar que investigué pero el dolor me gana en cada ola. Me quedo dormida entre contracciones y me desvanezco. Emi se asusta. Llamamos de nuevo a Jorgelina. Esta vez habla él. Nos dice que todavía falta, que intente bañarme a ver si me relaja. Vamos a la ducha, es verdad que ahí algo calma. El agua suaviza algunas contracciones pero el calor me hace bajar la presión. Salimos. Me acuesto en la cama. Nos quedamos dormidos y la sensación de un cuchillo atravesándome me despierta. Le digo a Emi que no aguanto más, que vayamos a la clínica, que me quiero hacer una cesárea. El me dice que sí, que está bien, que todo lo que decida va a estar bien. La vuelve a llamar a la partera y acuerdan encontrarnos en media hora en Fundación Hospitalaria.
Bajamos los 3 pisos por escalera con todas las cosas que llevamos a la clínica. El auto está a 3 cuadras, Emi propone buscarlo y pasarme a buscar. Le digo que no quiero estar sola. Vamos caminando hasta el auto y las contracciones se aceleran cada vez más. Estoy desencajada del dolor pero todavía intento mantener la calma. Arrancamos. Siento un miedo profundo pero también una certeza. Lo miro a Emi y le digo “Hoy vamos a conocer a Felipe”. Intento dejar el dolor en el plano de lo físico, abrirme paso a lo que se viene. Pienso en mi mamá. La invoco y en un punto lo sé, está acá.
Llegamos, son las 5 de la mañana. Casi no puedo mantenerme de pie. Necesito estar completamente torcida. En la guardia empiezo a gritar. Es la única manera que tengo de poder sobrellevar el dolor. No hay pudor, no me importa nada. Le dicen a Emi que mejor me suben a una habitación. Ahí esperamos a Jorgelina. La espera se hace insoportable, estoy angustiada. ¿Por qué me duele tanto?, ¿por qué no puedo pensar en lo lindo? El dolor es agudo, me descompone. Quiero vomitar. Emi es un faro en la noche, me sostiene la mano desde que todo esto comenzó. Se mantiene firme, me hace chistes, me abraza, me besa.
Llega Jorgelina. Le digo que no puedo más, que me haga una cesárea. Intenta calmarme y me propone hacerme un tacto para ver en qué estadío estamos. Me revisa mientras me retuerzo del dolor. “Tenés 4 de dilatación, todavía falta”. Le digo que no puedo, que me ponga anestesia. Me dice que no puede ponerme anestesia ahora porque no voy a llegar con fuerza para la parte final. Me da una angustia tremenda porque realmente el dolor me gana. Le digo que entonces me haga una cesárea. En ese momento su voz empieza a ser una guía a la que me aferro. “Vos no querés una cesárea Cata. Están dadas las condiciones para que tengas un parto natural. Vas a poder con esto”. Le pregunto si Felipe va a nacer hoy. Y me dice que sí, que antes del mediodía nace y que me va a dar un calmante para tranquilizarme, que eso me va a ayudar a sobrellevar el dolor.
El dolor sigue presente pero me relajo. Ella nos deja solos en la habitación y en ese momento lo veo a Emi llorar. Entre lágrimas me dice “Va a nacer Feli, va a estar todo bien, estás haciendo todo bien, te amo” No entiendo cómo, pero si el poder del amor es verdadero yo lo sentí acá abrirse paso. En ese mismo momento rompí bolsa. Me sentí toda mojada, inundada de la presencia más deseada llegando. Vuelve Jorgelina, le digo entre lágrimas que rompí bolsa y me dice que seguramente falte menos. Me vuelve a revisar: 8 de dilatación. Ahora sí podemos llamar al anestesiólogo.
El anestesiólogo tarda más de una hora y media en llegar y ese tiempo se me aparece difuso. Jorgelina me lleva al quirófano y me dice que lo esperaríamos ahí mismo. El dolor era tan grande que creo que estuve delirando. El recorrido es en una silla de ruedas hasta una sala que recuerdo llena de gente saludándome diciéndome que falta poco. Emi se va a cambiar. Me quedo sola con ella y me explica la posición en la que tengo que estar para recibir la anestesia que llega como un calor interno a reintegrar mis gestos. Ahora sí puedo reirme y percibir que la celebración empieza.
Veo llegar a Myriam, mi obstetra. “Dale Cata, falta poco, vos podés”. Emi entra y me toma de la mano. Jorgelina dice que ya se ve la cabecita de Felipe asomándose. Y aunque hace 39 semanas que estoy gestando a mi bebé no entiendo aún cómo hay dos corazones acompasados en mi cuerpo. Entre las dos me enseñan a pujar. Me tocan para mostrarme dónde hacer la fuerza. Creo romperme en cada pujo pero una fuerza ancestral me toma. Lo veo a Emiliano reírse y llorar al mismo tiempo. Nuestro bebe está llegando y esto es lo más intenso que viví. Escribo.
No me quiero olvidar.
No me quiero olvidar.
No me quiero olvidar.
Felipe nació y llegó a este mundo con “El amor después del amor” de Fito sonando durante toda la parte expulsiva. “Se parece a este rayo de sol”. Myriam me lo puso sobre mi cuerpo. Sentí su piel gelatinosa. Lo oí llorar fuertísimo. Le hablé susurrando “hola bebé, hola mi amor” y de a poco mi voz parecía un bálsamo que lo calmaba.
Feli, mi bebé deseado y soñado, gracias por venir. Por elegirme. Por romperme en tantas partes preciadas, infinitas. Por mostrarme lo verdadero. Por abrirte en mí, para que me abra a vos.
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Catalina Naidich nació un 22 de marzo de 1988. Es diseñadora de Imagen y Sonido recibida en la Universidad de Buenos Aires y se dedica a la comunicación y postproducción audiovisual.
Escribe desde chica y «Cuando pienses que me fui» es su primer libro donde la escritura se volvió la forma más suave de atravesar la vida.