Relatos/Partos

in vitro

Por Isabel Zapata*

SURFISTA
El día del parto –la noche del parto, la madrugada del parto, la mañana del parto, esa otra dimensión que es el parto– me desdoblo de mí para observarme desde fuera, como en esos viajes astrales que dicen que a veces ocurren durante el sueño. Los límites entre protagonista y narradora se desdibujan: soy al mismo tiempo una mujer que da a luz y una mujer que acompaña a una mujer que da a luz.

El principio es puro ruido blanco, tanto que alcanzamos a cenar lentejas y cuando se acerca una contracción reímos divertidos, como si fuera inofensiva. Pero pronto las contracciones toman venganza y empiezan a subir de intensidad hasta convertirse en cuchillos inteligentes que buscan mi carne para atravesarla. Cuchillos que alguien ha colocado en el fuego hasta dejar el metal al rojo vivo. Cuchillos diseñados específicamente para abrirme en canal. Me arrastro al coche, desubicada. De camino al hospital el dolor aumenta tanto que para cuando llegamos mi lenguaje ha perdido sus coordenadas.

No alcanzo a contestarle nada a la doctora de guardia que entra a la habitación para hacer­ me un tacto que determine los centímetros de dilatación que tengo, pero mi silencio no le impide abrirme su mano adentro, dibujando una estrella rígida de cinco centímetros con sus dedos.

El parto es como el mar, dice la doula. No te atrevas a darle la espalda.

Las enfermeras me piden que me monte en las contracciones como si fueran olas, que me convierta en una surfista del pánico. Pero cuando las siento venir no suelto el cuerpo, no respiro, no escucho música ni inhalo los aceites esenciales que trajimos en la maleta. Me petrifico y mis caderas se abren con más violencia.

Morir en ese momento parece una buena idea, pero resisto: en cada espasmo empuño con las manos un par de remos invisibles y avanzo hacia el futuro. Afuera, empiezan a amanecer rayos de luz filosa.

De pronto una visión, una tregua: mi madre y yo en una ciudad nevada. Estamos en 2005, para entonces el cáncer había invadido su páncreas. Nos detenemos a comprar un abrigo en una tienda de ropa de segunda mano en la que todas las personas que atienden son mujeres embarazadas con las panzas al descubierto, globos de carne atravesados por venas caudalosas. El único abrigo que encontramos es azul. Le queda grande –en algún momento ya todo le quedaba grande– y la cubre del cuello a los tobillos.

De pronto estamos afuera y a lo lejos, caminando torpemente entre la nieve, mi madre parece un moribundo destello celeste sobre el fondo blanco del paisaje. Lo inverso a una estrella en el cielo despejado.

En algún momento la imagen se interrumpe y el dolor se luce en deseos incontrolables de pujar. Eso hago, con todas mis fuerzas, el día plenamente instalado afuera. Pero pasan muchas horas antes de escuchar un grito ahogado en medio de nuestra sangre nueva. Segundos después del llanto, con el cordón todavía latiendo, unos guantes toman a mi hija y la colocan sobre mi pecho. Pesa lo que un melón pequeño y su piel es traslúcida como la de un pez recién pescado. Se arrastra hasta la leche con una determinación que me descoloca, sus ojos abiertos de par en par como si supiera algo que los demás ignoramos. Para cuando cortan el cordón y el dolor cede, yo estoy tan rota que apenas logro reconocerla.

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Isabel Zapata nació en Ciudad de México en 1984. Es autora de los libros Una ballena es un país (Almadía, 2019; Rosa Iceberg, 2023), Alberca vacía (Argonáutica/UANL, 2019; Lumen, 2022) e In vitro (Almadía, 2021). Alberca vacía está disponible en Argentina como Maneras de desaparecer (Excursiones, 2022). En 2015, fundó Ediciones Antílope con cuatro amigas.

¨Surfista¨ es parte del libro In vitro (Almadía, 2021) y (Excursiones, 2023).