Relatos/Partos

Prematura

Por Daniela Allegrucci*

 

“Late lo extraño, lo utópico, la manifestación de la vida en todas sus formas posibles”, una vez posteé para contarle al mundo de la llegada de mi bebé.

El parto no era lo que yo esperaba: la gente amontonándose en el cuarto del hospital, la teta, la hinchazón del cuerpo, los souvenirs para todos, y ese conocernos, el primer contacto de a tres… un sinfín de cosas que habían estado rondando en mi cabeza y que, día a día, en esos siete meses, no dejé de imaginar.

¿Cómo la recibiríamos en casa, pondríamos globos, guirnaldas y haríamos tragos? ¿Vendrían los abuelos y los tíos? ¿Tendríamos que hacer una lista y poner horarios? ¿Todo estaría perfectamente en el lugar indicado, esperándola?

El deseo más profundo de la maternidad lo tuve a flor de piel en cada momento de mi embarazo.

Lo mágico estaba sucediendo.

Con una casa en construcción, dos perras corriendo por todos lados, entre albañiles y mudanza, trabajo y mini vacaciones, ansiamos la llegada de nuestra hija.

No hubo dolores en el mientras tanto, sólo náuseas hasta casi los cinco meses y eso me tenía preocupada, pero todas las madres decían que eran normal. Aunque cada mañana era una desgracia para mí.

Pilar nació de 33 semanas, un 30 de diciembre con un calor que rajaba la tierra.

No estaba preparada.

El día anterior, cuando me mandaron a internar, pensé los mil finales posibles.

No estaba preparada.

No era como lo había soñado, no tenía el bolso, ni pañales, ni ropa.

Un control rutinario me terminó internando y pariendo al otro día, a las 13.50 horas.

Era fin de año.

Cierre de ciclos y comienzos de nuevos proyectos, el nuestro: la familia.

El gran familión se reunió a las 00hs del 31 para brindar y tirar globos al cielo, como ya es costumbre, pidiendo deseos, pidiendo por Pili, pidiendo que estemos todos juntos el próximo año. Videollamada, mensajes, todos de fiesta, menos nosotros internados y comiendo pollo hervido con puré de zapallos.

A las doce en punto lloramos y nos abrazamos con el papá.

Cuatro días estuve internada porque, feriado por medio, curaciones, no querer despegarme de ese lugar. Después fue un ir y venir constante, llevar leche, cuando había y volver a casa, comer, ordenar y preparar las cosas para el otro día.

Trámites en la obra social, ropa que lavar, teta que ordeñar, la rutina empezaba de a poco a colarse en nuestro cotidiano.

Todo fue tan extraño para mí.

Hay heridas que nos marcan para siempre y procesos que duran largo tiempo, como la Neo, en donde estuvo Pilar un mes entero.

Ahí la pasé mal. No era lo esperado.

Nadie espera tener a su hijo y verlo en una camilla, con sonda y tubos y cosas tan extrañas que por más que te expliquen nunca te acordás bien para qué son.

Sin embargo, la neonatología fue nuestra segunda casa, ahí le dieron mucho amor.

Me acuerdo las enfermeras que miraban a esta mamá primeriza y trataban de ayudarla. Cari, Pieri, Pau, Flor, Zulma, fueron en quienes me apoyé para poder contener la bronca y el dolor.

Y Pilar sólo tenía que engordar un poquito más para volver a nuestro hogar. Apenas llegar a los dos kilos.

¿Pero sabés todo lo que nos costó?

El parte médico de las 11 de la mañana, decía que Pilar había estado estable y había aumentado 10 gramos. Sí, 10 gramos. Y nuestros ojos eran un caudal fluvial que no podíamos contener entre la emoción y la angustia.

Yo solo quería volver a casa con ella a upa y detener el tiempo en ese instante para siempre.

Íbamos todos los días, a veces me quedaba hasta la tardecita, para tenerla un rato más y llevarme su olor, su mirada, su manito apretada en mi dedo… tan pequeño todo, tan perfecto.

Lloraba en silencio, lloraba por dentro, cada vez que la veía me estremecía, ¿cómo algo tan chiquito no está en el pecho de su mamá, acurrucada, buscando calor, amor?

Una vez, entre tantas, me desmayé, otra me esguince el pie, otra no la pude ver porque nos hicieron salir a todos los papás porque un bebé se había descompensado.

No era fácil estar ahí.

Intenté darle mi pecho, intenté tranquilizarme, pero la angustia brotaba en cada poro de mi cuerpo.

Fue agotador, intenso, impensado.

La maternidad, ¿era eso? No entiendo.

¿Y ahora qué, cómo seguimos, qué viene después?

Caos, angustia, dolor, incertidumbre.

Ser madre, ser.

Era eso específicamente.

Cambié el chip, post operatorio. Pues puerperio, cesárea, la leche que no bajaba nunca. Fue duro.

Cuando la agarraba entre mis brazos, lo único que le decía era que le iba a festejar el cumpleaños más hermoso que pudiera.

Habría globos y carteles, guirnaldas y colgantes, brillos, velitas, golosinas y piñata. Un castillo inflable, videos, fotos, sorpresas y muchos invitados.

Celebrar la vida, eso me propuse todos los días.

Celebrar la vida de Pilar.

Celebrar a Pilar todos los días de nuestras vidas.

 

 

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Daniela Allegrucci (La Plata,1986). Es Periodista, docente y Locutora Nacional. Le gusta más escribir que leer. Participó de algunas antologías poéticas y realizó distintos talleres de escritura y poesía.