Nostalgia del futuro

Carta a León

Por Ana Iniesta*

“Cuando una mujer piensa duerme con monstruos”
ADRIANNE RICH

“ (…) y te quiero tanto, Rocamadour, bebé Rocamadour,
dientecito de ajo, te quiero tanto, nariz de azúcar,
arbolito, caballito de juguete”
JULIO CORTÁZAR. Carta de la maga a Rocamadour

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Tenías un año y medio cuando vivíamos en el humedal, en las islas del delta de Buenos Aires. Lo suficientemente lejos del continente para que la luna llena sea más robusta e intensa que en el jardín de nuestra casa de la ciudad.

Desde su agua clandestina que iba y venía por el arroyito hasta la imantada por la luna, el humedal ablandaba todo lo que acontecía, hasta lo que parecía más duro. Se doblaba el sauce como un peludo bajo esas corrientes que lo zamarreaban en sus pies de moho.

Al llegar a casa, en el camino cada vez había menos luz, y ahí estaba ella, brillante, llena, amada. Ibas a upa cuando me dijiste: “el sol”. Es la luna León te retruqué. “El sol”, repetiste. Técnicamente el sol está detrás de la luna, y es el astro que la ilumina por detrás, sabemos, ella no tiene luz propia. Si la luna es un sol, si el sol es la luna…. Me preguntaba si ibas a poder nombrar la una y lo otro, o por qué la luna, en un trastabillo de la lengua, ya carecía de nombre propio, amado León, sin quererlo.

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Solés tener mejores amigas, sos un niño sensible y con las pibas encontrás mejor charla. Te enojas fácil, sos una fiera que va aprendiendo a manejarse. La claridad de tus palabras te va marcando el rumbo, pero cuando explotás hay que tener temple. Tus amigas se corren, no te dan bola. El enojo es un adorno y siempre volvés a lo mismo. Pero a ellas no les importa, y así pasan la tarde compartiendo momentos muy felices. Juegan con los gatos, hablan de sus misteriosas cualidades, charlan en algún rincón , solitos, de “cosas de la vida, mamá”. Me lo contás mirando por la ventana del auto con la firmeza con la que un compás da la vuelta haciendo un redondel.

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Estoy en la plaza , ahora tenés ocho años, gritas trepado como un mono en una hamaca de bebés. “¡¿Qué te pasa, qué te pasa?!”, le decís con un tono desmesurado a un niño que te empuja. Me acerco y te pregunto si le estás hablando de ese modo a una persona. Miro al niño y se corre a un costado. Claramente acaba de hacer lo que vos le dijiste que no hiciera. Sus ojos son astutos, no hay gesto visible bajo el barbijo. Desde afuera hace un momento parecías un desquiciado y el otro un pobre gurí sufriente. Pero de cerca, la escena, en su intimidad es otra.

A la noche tu papá me cuenta que, cuando te fue a buscar a la canchita, le dijiste “Sí, vamos”; en general ponés resistencia para irte de la plaza.

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Nos sentamos a tomar un té en la cocina con tu papá que me cuenta, que cuando te fue a buscar a la canchita, no te resististe y en el camino le dijiste: “No me dejan jugar a la pelota , no sé, no me conocen – se conocen desde los 4 años -, piensan que juego mal” “¿Sabés qué pasa papá? C y F son famosos, los chicos grandes los saludan, entrenan en el equipo, juegan todos los partidos, eligen si juego o no al metegol, a la pelota en la cancha”.

Los pibes más sensibles como vos, pero no exactamente vos, terminan repitiendo las mismas reglas. ¿A quién le gusta que lo dejen afuera? Como el niño que miraba al costado de la hamaca, provocándote. ¿Cómo acercarte herramientas para que puedas resolver ese estado de cadena o efecto dominó, con vos mismo, sin oprimir al otre? ¿Cómo hace cualquier mapadre para acceder a la información y sostener cierta coherencia cuando es probable que ni la tenga en su propia vida?

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Yo estaba entrando en la adolescencia, había una marca de bombachas y corpiños que se publicitaba con pibas esbeltas y cara de pote. “Sol y luna” se llamaba. Si una marca de cuerpos marcados y sin identidad los nombraba así, seguro que era mentira que solo esos dos fueran los que pivotearan el mundo. No existían en el medio todas las demás posibilidades de ser una luminaria.

Siempre vi más colores y combinaciones ¿quedarían en el campo de mi realización fantasiosa? Un camino de piedritas que fui encontrando en las escuelas de arte, los ensayos y obras del teatro fuera del circuito comercial, sacaron del closet a mis propias percepciones. Piedras que serían parte de un altar, un altar que cuando se activara me abriría las puertas hacia otra realidad.

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No puedo hablar con ninguna madre de la escuela pública a la que vas sobre feminismo y crianza (son familias universitarias, en su mayoría recibidas en la UBA). De hecho, ya por ser artista y colorinche, me miran como si perteneciese a una secta de Peter Pan, que no quieren crecer.

Digo la palabra revolución y se ponen colorades como si dijera vulva hidratada. Revolución es una palabra que pronuncio cuando entro en calor con el desastre ambiental en contraste con nuestra consciencia del comfort. El agua, las minas, el humedal , parecieran no salir de un manual ecologista urbano. Yo no soy esa niña caprichosa que quieren moldear. Siento empatía con mi entorno, con los árboles, las mareas y los pocos benteveos que quedan todavía cantando en el barrio.

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La hermanita de F nació muy peludita, yo le digo que es “una mona”, encantada de todos sus pelitos en la espalda y brazos. “Sí, le voy a tener que hacer la definitiva”, me dice J un poco harta de que “justo” le haya comentado eso. Las chicas de su generación ya no van a depilarse, le digo. Fin de la empatía posible. Y ya no hay magia que resuelva lo entredicho, fue incómodo.

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¿Cómo podemos ser sensibles con las guerras, terricidios y extractivismos si criamos con el guión comprado y nos olvidamos de ir hacia donde el misterio nos inicia en la vida? ¿Acaso la humanidad ya no puede procesar tanto sufrimiento en su linaje? Por eso la virtualidad es el futuro. Por completo. En la virtualidad no se huele, ni se toca, ni se sabe, sí con la cabeza, pero no con el cuerpo. Un cuerpo en descontacto con otro.

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Yo pienso en vos. En tus ojos que intentan el plano general de la cosa, miran las copas de los árboles que mueve el viento y aterrizan en la escena cotidiana, donde tu carisma a veces está dolido. Planeas intentando que algo te asiente en tu lugar; en tu boca masticás una música pispireta, siempre sonando. De repente te sale una violencia que te saca de vos mismo. La de la distancia, la de la ceguera del que corre atrás de una pelota para existir. Para eso hay que entrenar el instinto ciego, sordo y, por supuesto, mudo; y como broche de oro patriarcal, tomar al Diego como ejemplo rotundo de amor a la patria.

“No suspiren más señoras /El tiempo es macho /Y en sus copas brinda por lo bello” dice Adrianne Rich.

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León, yo creo que lo más triste que pienso es que no haya posibilidad para que puedas tener horizonte para ser vos mismo. Un horizonte con sentido. Por eso me preocupo, me ocupo escribiendo.

A mi me pasó lo mismo, rebelarme siempre me fue fluido. Ahora lo siento en vos creciendo, y pienso en todo el esfuerzo que es eso para un niñe. Mi mamá también me ayudó a ponerme de pie y bailar. Porque debe haber otras maneras de pensar pero todas las que entendemos que maternar es un acto político, nos sentimos solas cuando caemos en la cuenta de lo que eso significa. ¿O acaso las de Plaza de Mayo no lo dejaron en claro? Y todas las mujeres que pelean por saber dónde están sus hijas, y las que pelearon por sus maridos e hijos, cruz dinamita, paralelos y meridianos de la historia ¿sólo latinoamericana? ¿Qué nos motoriza a quienes podemos sostener la decisión del feminismo en la crianza? El amor a la vida, hijo.

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Cuando pienso en los varones que quiero, con todos tengo que hacer un trabajo de compasión cuando veo lo que han abandonado de sí mismos, así puedo escuchar con paciencia cómo desembuchan insultos, burradas y resistencias a la actual realidad feminista. Se ve la silueta necesaria para el sacrificio colectivo que pide la cofradía, y se ve su silueta originaria. Es triste ser testigo del viaje que se ha excedido de su piloto.

Yo no quiero eso para vos hijo, yo no quiero que les entregues nada. Tu fuego abierto, tu clara inocencia y una andada constructiva te aseguran la parada, pero siento que estás en peligro. Los otros son muchos más. Tengo miedo como buena idish mame avanzada que no cree en la culpa pero como madre siente su daga milenaria. O es mi instinto natural, me protejo desde que nací en una casa de varones, y cuando me pregunto de qué, entiendo, resignifico y queda poderoso el instinto, en su cetro, guardián; y por suerte , en parte, lo heredaste León, es el gen sano del amor. Quizás los varones en un buen porcentaje lo heredan, como mis amigos sensibles, pero luego la tribu los hace claudicar, reyes de un amor incondicional que los desestima a cambio de un poder intrascendente.

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Desde aquella luna llena del humedal que miramos juntos cuando yo deseé que seas sano y buen varón pasaron algo más de siete años. Hay luna llena hoy. Ya no te hago upa, ni te digo qué mirar. Vos me contás de tu nueva amiga Jazmín, que vive con su abuela, mamá y hermanites. Y otro día me contás temeroso que la mamá se va a volver a casar y que esperan que el padrasto “sea bueno”. No decimos mucho. Vos retrucás, “Igual está la abuela, que es buena onda”, y aparece esa anciana sabia, que por lo menos nos cuida de pensar los peores cosas. Vos leés apasionado durante una semana el cuento feroz de la Caperucita feminista que te traje en el último viaje, o cambias de canción de moda porque es agresiva. Cuando te dicen “nenita” porque usas una remera no estrictamente de varón, o te gastan porque cantás a toda hora o pintas con todos los colores, empezás a entender que vos sos libre, hablamos sobre cómo acercarse a ese otre y aunque no sabes cómo, no te mueve el rencor. Sabés ronronear como un gato dulce, blando y amoroso. Y te das cuenta, como un brujito, cuándo abrazarme.

A días de dar tu novena vuelta al sol, sacudo con fuerza mi árbol, amado Leoncito, lo sacudo con la fuerza de este otoño que te ve soñar entre los álamos amarillos. Vibran las hojas todas juntas cuando sopla viento, un grito amoroso que escuchan los ojos más que los oídos. Es que nos cuidan con libertad.

 

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Ana Iniesta nació en Buenos Aires en 1983. Publicó los libros de poesía Rebenque en flor, en Ediciones del Citrino, en 2016 León, el pez por Ediciones En Danza y La nueva vez (Pánico el pánico). Es egresada de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático. Escribió y dirigió las obras de teatro Esplendor de lo invisible y Caer solita. En el 2017 junto con La banda de la luna sacó su primer disco Alirajú.