Relatos/Partos

¿Qué mide el tiempo?

Por Lala Martín*

«La angustia es un infierno portátil.»
Esteban Castromán, las rocas y las bestias.

 

Cuando termina la cesárea, el doctor me pregunta: “¿vos te hiciste un scan fetal durante el embarazo?” asiento con la cabeza, recordé que me habían dicho que no hablara para evitar dolores. Llega lo inesperado: “tu bebé tiene dos malformaciones congénitas,” me dice. “El paladar hendido, y un brazo mal formado.” No recuerdo el trayecto del quirófano a la habitación, sólo recuerdo que había una tristeza muy profunda en la mirada de mi marido. No sé si él sabe: a Feli se la llevaron volando a Neo, no sé si mi marido tuvo tiempo suficiente para ver y aprehender a nuestra hija pero sus ojos me dicen que él siente que algo anda mal.  Yo no se lo puedo contar porque no me dejan hablar, y creo que si él sabe algo, no me lo va a decir mientras yo esté en este estado. Se aguanta lo que le está pasando porque le da miedo lo que me pueda pasar a mí, se le nota. Cuando se lo digo, apenas susurrando las palabras para que entre la menor cantidad de aire posible en mi sistema a medio despertar, asiente y puedo ver cómo la habitación se llena de nosotros. Ahí nos liberamos de un silencio que, por primera vez en casi catorce años, era incómodo.

Hace 48 horas ingresé a esta habitación. Fui a llevarle unos estudios a mi obstetra y me dejó internada. Hasta este punto, todo había estado bien: no tuve ninguno de los síntomas que me dijeron que iba a tener, me sentí genial desde el primer momento del embarazo. Ellos pensaban que había algún problema con las arterias placentarias porque Felicitas se estaba quedando en el crecimiento, pero tres dopplers más tarde, la hipótesis fue descartada: había otro motivo que estaba haciendo que Feli dejara de crecer pero, desde afuera, no lo podían determinar.

Esta cesárea de emergencia bloquea por completo el pánico al parto que cultivé desde niña, ese mismo pánico que escapó a la romantización sistematizada de la maternidad que viene incorporada en la narrativa depredadora que te muestra lo que quiere y te tapa lo que conviene que no veas. Mi bebé tiene que salir y no llego a procesar cómo me siento – es un remolino de sensaciones que no puedo describir. Vine por un control y estoy en el quirófano. Apenas es ocho de julio, Feli tendría que nacer entre el 2 y el 9 de septiembre. Me dicen las enfermeras que no me ponga mal si no escucho el llanto de la beba: por más de que me dieron las inyecciones para madurarle los pulmoncitos es probable que necesite asistencia inmediata, me dicen, así que lo más seguro es que nos conozcamos luego, cuando yo pueda pararme y movilizarme hasta Neonatología. Feli va a tener que quedarse internada un tiempo largo, me avisan: vamos 32 semanas de embarazo (más tarde nos vamos a enterar que, en verdad, la edad gestacional corregida era de 30 semanas), la beba se va a tener que quedar hasta que alcance un peso adecuado, hasta que deje de ser prematura.

Nunca nadie piensa que va a tener un bebé prematuro.

Los escenarios que imaginamos son maravillosos o tétricos, pero nunca pensamos en un nacimiento anticipado. O va a estar todo genial o vamos a pasar por el mayor terror; o me imagino un parto soñado o visualizo el entierro de mi hijo, pero todo esto que cae en medio del cielo y del infierno no está en los planes de nadie. Nunca. Este es el limbo que nunca nadie imagina.

Argentina gana la copa América y acá, a una cuadra, en la plaza de Lomas, la gente grita, canta y da bocinazos. Yo, que apenas me puedo mover, pienso: “Silencio, Feli está durmiendo.” Teníamos tiempo, por eso no habíamos armado la cuna. Recuerdo haber cumplido años a finales de junio, recuerdo haber dejado algunas cosas para más adelante en el trabajo. Me hubiera gustado poder despedirme, poder guiar a alguien para que ocupe mi lugar durante mi ausencia. Me hubiera gustado no tener que frenar a considerar que nadie piensa que va a tener un bebé prematuro.

Los días que siguen son de terror. Se apilan las noches de llanto donde todo parece decirnos que no va a haber más Feli al llegar la mañana. Me dan de alta y al volver a casa nos espera la habitación que no terminamos de armar. A nuestro alrededor hay síntomas de un final feliz que no habla nuestra lengua urgente, y mi agenda parece empañada en relatarme la vida de otra mina. Amanece en esta habitación y las horas se agolpan. No sabemos muy bien qué día es. El tiempo se nos ha vuelto un concepto caprichoso. No sabemos de qué está hecho, ni cómo se comporta, ni qué significa, ni cómo se divide. A veces siento que estamos dentro de un paréntesis. Informe a la mañana, visita, papá los domingos, sacaleches cada tres horas, intento de descanso, enjuague y repita.

Me descubro, más de una vez, colgada en la cocina mirando nada. Un punto de vacío en alguna pared. A veces me doy cuenta de que lloré cuando ya se me secaron los ojos. Ya no hay margen ni fuga. No recuerdo hace cuánto dije que me iba a hacer un té. ¿Cuánto hace que estoy acá, clavada en la cocina? Pienso en tantas cosas a la vez que las líneas se solapan y se anulan unas a otras y descubro un estado de vacío mental hiper saturado que me pasa de largo.

Ya no quedan lugares que me puedan contener.

Este momento existe por fuera del tiempo.

¿Es de día o es de noche? ¿Es martes o sábado? ¿Cómo es que agosto ya vino y ya se fue?

Desde el 8 de julio, cada vez que me topé con una fecha, mi cerebro la calculó en base a esa fecha probable de parto que ya no iba a pasar hasta que esa fecha también siguió de largo y se estiró, y el síndrome apareció y cerró por todos lados y de repente los cronogramas dejaron de tener sentido. ¿Es jueves o es septiembre? ¿Es otra complicación o es otro síntoma? ¿Qué estamos contando los que siempre contamos algo?

¿Qué mide el tiempo?

Son días, horas, minutos. Son semanas y meses en la agenda de otra mina.

Son realidades de antes y después del síndrome. Un cuadro enmarcado. Un caso peculiar.

Son lapiceras que gasto registrando sensaciones en el diario de la espera. Es la tinta que se escurre como la sustancia misma del tiempo. No dejar que el síndrome la defina, escribo, y acumulo hojas llenas de todo aquello que no estoy dispuesta a olvidar.

¿Qué mide el tiempo?

Gramos.

La cantidad de ceros que definen el talle en la ropita de un prematuro. Es lento, es rápido, es estático, es rítmico, es hipo, es una siesta. Un latido, una frecuencia, la canción de un monitor, la estación que cambia afuera de la ventana de Neo.

Son los 159.999 bebés que están del otro lado de la estadística, las noches que pensamos que no iba a llegar la mañana, los dedos que faltan en la mano derecha de nuestra hija, los duelos que se fueron sucediendo uno tras otro, acumulados como una torre enclenque de curitas que no llegan a cubrir la herida.

Son todas las veces que me pregunté si Feli ya había nacido en el universo paralelo donde todo siempre nos sale bien.

¿Qué mide el tiempo?

Son las repeticiones de SportsCenter que se encaminan una tras otra en la noche de la cesárea y que, de forma impensada, ofician de reloj para ayudarme a calcular la porción de tiempo que me separa de mi hija.

Son kilómetros de sonda que la recorren y la alimentan. Son centímetros de leche laboriosa, dedicada, difícil, que atraviesa meandros de asistencia vital. Son turnos de doctoras y enfermeras que se relevan para que nuestros hijos vivan. Son los corazones que dibujo en los tachitos donde viaja la leche, son las camadas de bebés y de familias que vemos llegar e irse mientras nosotros seguimos aquí, en este pasillo, en esta sala de Neonatología.

Son todas las veces que dije ‘gracias’ antes de irme, son todas las veces que sentí que eso era insuficiente.

¿Qué mide el tiempo?

Las cuadras de casa a la clínica, los pasos, los escalones y las ventanas, las luces y las sombras que me siguen sorprendiendo según la hora del día, como dibujos que me esperan mientras yo espero.

*

Feli nació el 8 de julio de 2021 y pasó casi cuatro meses internada en neo. Dos semanas después de su nacimiento, fue diagnosticada con síndrome Cornelia de Lange. Llegó a casa con una internación domiciliaria. Gracias infinitas a la Dra. Graciela Schavlovsky y a todo el staff de Neonatología de la Clínica Materno Infantil de Lomas de Zamora – ese laburo tan puro y tan genuino que hacen todos los días fue lo que nos permitió sentirnos como en casa durante toda nuestra estadía en neo.

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Ella/ Lala Mártin es Licenciada en Comunicación Social por la Universidad CAECE y actualmente es la Coordinadora del área de Comunicación del MACSur (Museo de Arte Contemporáneo del Sur). Comparte sus fanzines de poesía en @lalu_martin