Nostalgia del futuro

Que ganen los buenos

Por Eleonora Garriga*

Cuando Ana y Ulises nacieron, la palabra “recuerdo” cobró un sentido muy diferente en mí. Me puse a pensar en los recuerdos que pongo en la cajita más conocida, como los nacimientos, celebraciones, viajes, entrega de diplomas, las primeras veces de. Colores más, colores menos, todos esos mojones que van marcando nuestra línea de tiempo para que no sea tan recta y monótona. Pero, sobre todo, me puse a pensar en los otros, acaso más profundos y que no sabría bien en qué cajita meter. Todos esos momentos que no tienen foto, ni personas alrededor de una torta con velitas, ni fechas en el calendario señaladas como especiales.

Terminada la etapa de bebés, comencé a intentar detectar si ya estaban grabando algunas imágenes. Quería saber si podía reconocer el momento en que comienza a valer lo que pasa, esto sí se lo van a acordar, esto sí que es importante, ojalá que esto no lo retengan. Cuáles serían los recuerdos que cada unx de lxs dos va a incluir en las películas de sus infancias, que lxs llenarán de felicidad, de indignación, de tristeza, que lxs atormentarán para siempre. Una especie de culpa materna disfrazada de otra cosa, donde la frase “la infancia dura poco y pesa mucho” se volvía un mantra.

Pensé en mis propios recuerdos y en la escena número uno. En ella yo soy una niña de no más de tres años, estoy en una esquina, y a mis hermanos, mayores, se los lleva el viento. O eso, al menos, es lo que me dicen gritando, que los salve, que por favor los retenga, que no quieren dejarme, todo mientras se van caminando hacia atrás con sus brazos girando como aspas de molinos. Yo corro hacia ellos, no importa nada más que salvarlos, y los salvo, y, entonces, ellos explotan en carcajadas. Cuarenta años después, todavía puedo sentir aquel viento en mi cara.

Le pregunto a Ana cuál es su primer recuerdo. Se sorprende con mi pregunta, le gusta pensarlo. Al cabo de un minuto, muy segura, me responde que es en un cumpleaños mío, ella tenía dos o tres años y se había tragado la hoja de un rosal. Su tía le dio agua rápido, ¡me salvó!, me dice, y en seguida agrega, tengo más, eh, me acuerdo de muchas cosas. Pero yo le digo que está bien, que luego podemos seguir. Su recuerdo incluye un peligro y un salvataje.

Uli me dice que no recuerda nada, que no sabe. Insisto: ¿cuál es la primera imagen que recordás?, ¿haciendo qué?, ¿cuántos años tenías?, ¿no te acordás de la seño Cris de salita de dos? Levanta sus hombros y, al final, dice que bueno, que es el día en que adoptamos a nuestro gato Lolo y de cómo confió en él antes que en el resto. Es algo fresco, de no más de un año, un recuerdo amoroso, feliz.

Sigo con mis pensamientos. Ellxs me miran sin saber bien qué estoy buscando. Yo tampoco lo sé.

¿Será que no hay palabras que expliquen lo que significan esas imágenes?

Desde que abrieron sus ojos y nos vimos, mi mente empezó a llenarse no sólo de nuevos recuerdos, sino también de preguntas sobre cómo todas esas cosas les llegaban a ellxs. Aún aquellas que, aparentemente, no recuerdan como la vez en que Ana casi se cae de un balcón y un timbre la salvó. O la vez que Uli se perdió en una playa y las olas no se lo llevaron. Yo todavía no me atrevo a contárselas, están demasiado cerca pese a que han pasado años. Son recuerdos que siguen ahí bien vivos y, cada vez que vuelven, mi cuerpo revive mi desesperación. Prefiero seguir y ahora lo veo a Uli con dos años, es un autito a fricción que no descansa jamás. Se aleja de mi lado y se va al fondo de la plaza, allí se sienta en el piso y se queda absorto en algo. Está tan quietito que me preocupa. Me acerco sin que me vea y descubro lo que lo tiene inmovilizado: es un camino de hormigas que van y vienen con alimentos. Ana es pequeña y le encanta caminar por el barrio. Observa los dibujos de las baldosas, huele las flores, junta hojas de plátano, tilo, roble, esquiva el gato blanco de la casa verde porque rasguña, juega con su sombra y, también, mira a los ojos a todas las personas que pasan. Mamá, ¿por qué eso señor está triste?, ¿por qué esa señora dijo hola si no la conocemos?

Me pregunto qué cosas de todas las que viven serán seleccionadas por sus mentes como recuerdos, por qué algunas sí, por qué otras no. Qué cosas de las que hacemos juntxs, de las que hacemos cuando estamos lxs cuatro, de las que yo hago ante/con/contra/entre/hasta/para/por/sobre/tras ellxs evocarán al pensar en su infancia. Sus historias cuando salen de la escuela, que se escaparon del patio en el recreo, que pidieron ir al baño para contarse chistes con una amiga, nuestras noches de los viernes con pizza y algo rico de postre que no sea fruta, el cuento del ai de Ema Wolf que los hizo morir de la risa durante meses, mi furia que me pone los ojos aún más oscuros cuando dejan los miles de papelitos, cartones, hilos y pegamentos tirados por todos lados cuando antes les dije qué lindo lo que están haciendo, las vueltas en bici sin rumbo donde papá les dice que ellxs guían el camino, el volcán en el que me convierto cuando mi paciencia se acaba y quiero construirme una casa en la copa del árbol más alto,  el cine que inauguramos los fines de semana en cuarentena y se quedaron, las miles de veces que me piden que me siente a jugar con ellxs y les digo que no, que ahora no puedo, que estoy ocupada, los perros callejeros que adoptamos durante nuestras las vacaciones, las marchas del 24 a las que lxs llevamos porque es donde hay que estar y que ellxs se quejan por sentirse apretados y aburridos, su primera vuelta a la manzana en bici solxs con su libertad ganada , ellxs pidiendo una y mil veces escuchar Mr. Jones o Popotitos que tanta gracia les dan, un llamado a mitad de la noche porque extrañan y no quieren hacer pijamada.

Mi mente los repasa a diario, los mismos, otros nuevos que se van sumando, los que la memoria había ocultado durante un tiempo. De alguna manera, antes de dormirme, cuando el silencio lo cubre todo, necesito encontrar posibles buenos recuerdos en potencia, que siempre sean muchos más que los otros, por favor, que ganen los buenos, como en las películas con final feliz, porque es verdad que crecen rápido y que la infancia se termina a la vuelta de la esquina.

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Ella/ Eleonora Garriga nació en Buenos Aires en 1977. Es Diseñadora de Imagen y Sonido por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Producción Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid. Es escritora, guionista, docente de Escrituras Audiovisuales en la UBA y realizadora audiovisual especializada en stop motion en @soymegz. Como autora infantil, publicó En Pausa y Todo lo que pasa (donde no pasa nada), Lecturita Ediciones.

IG/eleonoragarriga