Magia/Poesía

Virginia Higa

              Niño de otoño (notas desde el puerperio)

 

“No tengo una teoría feminista de la maternidad.
Solo tengo estas notas, estos párrafos, algunas intuiciones (…)
Somos parte de una resistencia. Porque la necesidad no se detiene
lo suficiente como para que podamos analizar.
Solo tenemos breves iluminaciones que registramos
en medio de las interrupciones y que ponemos por escrito,
una junto a la otra, con la esperanza
de encontrarles sentido algún día.” 

―Susan Griffin

 

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Desde que tuve un hijo me volví sensible a la vida pequeña. En todas las cosas chiquitas lo veo a él: una flor amarilla en el asfalto, una araña, pichones, las crías de todos los mamíferos. Empecé a sentirme hermanada con las hembras de otras especies, sobre todo con las cerdas, que dan de mamar echadas de lado. Ellas descansan mientras los cerditos van y vienen y se prenden a voluntad. 

La posición de amamantar de costado en la cama es una habilidad que me enseñó mi mamá cuando me vino a visitar, a los pocos días del parto. Es una posición que permite que el bebé tome sin tener que levantarlo, y así quedan los brazos libres para acariciarle la cabeza o sostener un libro. 

 

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La condición materna es la condición humana exacerbada. Luces y sombras. El bien y el mal no existen: son invento de los hombres.

 

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Mi hijo es un niño de otoño, de sombras largas y árboles dorados. Un abismo, y después la oscuridad del invierno.

 

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6 semanas: nariz, ruidito; ¿reflujo?; granitos en la cara; ¿cuándo puedo cortarle las uñas? Chupete??

 

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Hoy se le cayó el cordón umbilical, cuatro días después de llegar a casa (¡muy pronto!). Lo encontré en la cama cuando estiraba las sábanas. Lo puse en la maceta de la planta de café. Es la primera parte de su cuerpo que vuelve a la tierra.

 

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Mi mamá me contó que cuando éramos bebés, ella nos hablaba, nos explicaba las cosas, y estaba convencida de que nosotros la entendíamos. A Uli yo le hablo pero no estoy segura de que me entienda. A veces cuando está un poco dormido presta atención si le cuento un cuento. La cadencia de la voz que narra lo mantiene atento unos minutos.

 

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Desde que nació mi hijo, cambió mi memoria. Me cuesta muchísimo recordar cosas que pasaron hace un rato. Me es casi imposible recordar cuál fue la última teta que le di. Me es más fácil recordar posiciones y movimientos, de qué lado estaba su cabeza, o mi brazo, por ejemplo. Me olvido de cosas simples que pasaron hace una hora. Todo es un presente perpetuo, no hay tiempo, todo es repetición. Los momentos crean una materia, el cuidado crea una materia. El amor crea una materia. ¿A dónde se va el amor cuando la gente se muere?

 

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Noches y noches despiertos paseando al bebé que llora. No sé qué hacer. Nadie sabe qué son los cólicos ni por qué desaparecen. Es el nombre que le dan al misterio del llanto. Hora de brujas. El cuerpo es nuevo y está incómodo en el mundo. 

 

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El bebé duerme y me hago un café. Y mi alegría, el momento de belleza de hoy, es elegir la taza en la que lo voy a tomar. Un segundo. Un momento mínimo en la masa sin tiempo que es mi vida.

 

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Sueños violentos, furia, enojo. Me despierto con rabia, aunque no sé contra quién. 

 

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Uli cumplió tres semanas el viernes. Está durmiendo peor que antes y comiendo en sesiones más cortas y más frecuentes. También caga menos. Debe ser que su estómago está creciendo y le cuesta más completar el proceso. A veces parece enojado. En su mundo, el aspecto fisiológico y el emocional son la misma cosa. ¿En el nuestro también y no nos damos cuenta? ¿Todas las emociones tienen un origen físico? 

 

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Calor=cercanía →amor

Luz solar=alegría

Frío = distancia

El bebé es abrazado y siente tranquilidad. Es abrigado y se siente seguro. Las metáforas humanas más básicas están arraigadas en las sensaciones del cuerpo. La poesía no es un estado de excepción, es la esencia de lo humano. 

 

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Preguntas para la pediatra:

  • Se despierta cada dos horas, inconsolable. 
  • ¿Qué puedo hacer para ayudarlo a dormir?
  • No le gusta pasar tiempo boca abajo
  • Tengo miedo de bañarlo por si se me cae, pero no le quiero transmitir miedo al agua. ¿Qué hago?
  • Duerme siesta muy larga. ¿Lo despierto?
  • Mastitis

 

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No escribí nada en dos meses. Ahora que las cosas se empiezan a acomodar, que las impresiones del mundo vuelven a ser parecidas a lo que eran antes, siento que tengo que dejar registro de los primeros momentos, porque los estoy perdiendo. Atesorar el horror.

 

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La gente me rehúye, no quiere pasar tiempo conmigo, que estoy sola todo el día con el bebé. Deben oler mi desesperación. Quédense, quédense, háganme compañía, puedo en cualquier momento. No los culpo, yo también lo he hecho. Las madres recientes tienen (tenemos) un aura de locura. 

 

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Me visitó Ida, la novia de Ugo. Es jovencita. Hizo galletas navideñas y me dio charla como dos horas. Me contó de su tesis y de sus compañeros de la universidad. Podría haber sido un alien contándome de sus problemas para arreglar su nave espacial, pero aún así: Gracias, Ida, gracias para siempre.

 

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Uli parece tener muy poca tolerancia a la frustración. Cuando quiere girar y no puede, o cuando quiere agarrar un juguete y no llega, se enoja mucho y se ofusca. Eso quizás le venga de mí. Mi tarea va a ser enseñarle perseverancia, que yo también tengo que aprender.

 

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Esfuerzo, método, perseverancia, son virtudes que hacen falta para “enseñarle” al bebé a dormir solo y sin tomar la teta por la noche.

¿Son virtudes el esfuerzo, el método, la perseverancia? ¿No será mejor cultivar la intuición, la espontaneidad, la confianza en la propia naturaleza? ¿Qué valores quiero enseñarle a mi hijo? ¿Está mal si no le enseño el valor del trabajo y el esfuerzo, como me enseñaron a mí?  

 

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Ahora aprendió a gritar y grita muy fuerte, todos los días, desde las seis de la mañana. Quiere estar parado todo el tiempo, pero no puede solo y tampoco se arrastra ni gatea. Yo pensaba que mi tarea era enseñarle perseverancia. Pero, ¿no es soberbio pensar que puedo elegir qué cosas le voy a enseñar?

Quién sabe lo único que puedo hacer es quererlo y qué él aprenda lo que quiera.

 

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Alarmas, fiebre, bebé enfermo: descenso a los infiernos.

 

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¿Por qué leer es tan incompatible con tener un bebé? Es incluso más incompatible que escribir estas notas.

 

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Ahora: escribir en contra de la esperanza.

Ahora: escribir en contra de la imaginación.

 

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Las mujeres somos fértiles, los hombres son fecundos.

 

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Cuando estoy sola con Uli y mi única tarea es cuidarlo, extraño hacer otras actividades manuales, domésticas incluso: romper unas nueces con un palo, ocuparme de las plantas (que no tengo), cosechar verduras. Es como si añorara una forma de vida que nunca conocí. Lo único que puedo hacer para procurarme alimento es ir al supermercado, una actividad triste y monótona. Se supone que tengo que estar agradecida por esta existencia sin carencias, sin hambre. Y lo estoy, de alguna manera. Pero siento también que hay algo poco natural en una vida en soledad con un bebé, sin ninguna otra ocupación que las tareas de cuidado y sin ninguna otra compañía adulta durante el día. Mi cuerpo, que se liberó del cerebro moderno, recuerda patrones atávicos, quiere vivir en comunidad. 

Lo más parecido que tuve a vivir en comunidad fueron las dos experiencias de navegación en el mar: diez o doce personas en el barco, repartiéndonos las tareas, relevándonos cuando hacía falta, cocinando para los otros y compartiendo todo. Relaciones materiales y afectivas, aún sin ser amigos. La vida debería tender hacia eso para que la crianza no sea un espacio de tanta soledad.

 

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Criar a un bebé en un barco.

 

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Qué hacer con los mocos?

Comida? Tres comidas

Estornudos

Eccema

Vitamina D? Cinco o seis gotas?

 

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Algo hecho para otro. Algo que no tiene que ver con la propia supervivencia. Cada vez que él se enferma, yo me enfermo. Tener un bebé es vivir al ritmo de otra vida.

 

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Mensaje de Laura:
“Hay unos pajaritos que apenas nacen necesitan comer la comida regurgitada, no pueden comer la comida como viene. Pero la madre no lo sabe instintivamente. Entonces a los primeros pichones les da la comida sin regurgitar y se mueren. Es muy raro que sobreviva alguno. La madre va aprendiendo y con la segunda camada ya lo hace bien y sobreviven. Imaginate lo que opina la madre naturaleza de la maternidad”.

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Ella/ Virginia Higa nació en 1983. Su primera novela, Los sorrentinos, se publicó en editorial Sigilo en 2018. Desde hace casi cuatro años vive en Estocolmo con su pareja y su hijo Ulises que nació en el otoño sueco de 2019

Ilustración/ Marcelo Alzetta en Museo Genaro Pérez.