Por Soledad Mauro*
Estábamos en semana 37 y mi hija no estaba creciendo lo esperado, empezamos controles cada dos días. El embarazo había sido hasta el momento lo que siempre había soñado, pero en mis sueños el embarazo culminaba con un parto vaginal y ahora estaba a punto de despertar en una pesadilla con cesárea.
Termino de mandar el mensaje y siento un ruido en la panza. Si, un pequeño ruido a roto. Empiezo a sentir un poco mojada la bombacha. Chequeo los apuntes del curso de preparto. Según mis anotaciones estaba todo bien, pero llamo a la partera que personalizamos para conocer su opinión. Me dice que vayamos al hospital que me iban a ver las parteras de turno y más tarde hablábamos.
Partera: Esta bebita va nacer rápido, Papá anda a buscar los documentos y vos mamá anda a cambiarte. Yo: Lista con el outfit de parturienta me instalé en la sala de dilación, estábamos solas, mi hija y yo. Apagué las luces y me senté a respirar esperando el dolor.
Yo: … Sí.
Llega Esteban y nos pasan a la sala de parto.
Yo: ¿Puedo?
Gaby: ¡Claro, es tu hija!
Hola hija, bienvenida! Te estábamos esperando.
No hubo dolor, no hubo llantos, ni gritos, hubo sonrisas y alegría. Fue mejor de lo que había soñado.
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Ella/ Mi nombre es Soledad, me lo puso la madre que me abandonó, mi nombre, me marcó pero no me determinó, fui criada por una familia de escasos recursos y mucho amor. Me formé como diseñadora de indumentaria en la UBA, de grande supe que mis primeros meses de vida habían transcurrido en un taller textil.Tengo un emprendimiento de accesorios para bebés. Ocupación: Mamá full time, enamorada de mi marinovio, me gusta cocinar y hacer collage. Actualmente cuerpo, mente y alma en refacciones.