Nostalgia del futuro

Escenas del destete

Por Malena Rey*

No pensé que fuera tan difícil dejar de darle la teta a mi hija. Me lo vengo proponiendo hace meses de distintas formas: más explícitas, más mentales, como promesa que cumpliré en tal fecha, como explicación que voy dándole a ella, que ahora tiene un año y ocho meses. Seguimos intentando. Para darme ánimos pienso en que todas las personas que conozco –y que no conozco también– que tomaron teta alguna vez, la tuvieron que dejar y lo lograron. Un razonamiento similar ponía en práctica cuando estaba embarazada y le temía al parto. Veía a la gente por la calle desde el auto y pensaba: “Bueno, todxs al final nacieron”.

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Cuando Nina estaba en mi panza el parto no me asustaba tanto, igual. Tenía el presentimiento tranquilo de que iba a estar bien. Lo que me preocupaba más era poder amamantarla, compartir ese vínculo desde bien pequeña, alimentarla de mis propios fluidos; que mis tetas fueran algo más que dos curvas silenciosas abajo del corpiño. De hecho, mejoró muchísimo mi relación con mis tetas desde que pude darle. Ahora las amo.

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Nina creo que también ama la teta. Por ahora, no puede vivir sin ella. Ni prácticamente dormirse de noche sin ella si se despierta del sueño. Cree que son suyas. Que puede meterme la mano por debajo de la ropa. Que están a su disposición. Y lo cierto es que lo estaban hasta ahora.

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Antes de decirme Mamá, Mamita, Nina pensaba que yo me llamaba Teta.

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Yo era de la que no mostraba mucho las tetas. Escotes sí, pero tetas al aire, no. Ahora siento que mis tetas son una parte fundamental del universo y quien quiera verlas, pues ahí están cuando doy de mamar.

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En algún momento sé que voy a dejar de pensar en la ropa que me pongo en función de cuán cómoda sea para amamantar. Todavía no me pasa. En algún momento volveré a usar corpiños con aro, tal vez. Y mis tetas volverán a ser solo mías, y se las mostraré a quien yo quiera y no a quien está justo enfrente nuestro cuando Nina quiere tomar.

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Soy de las que disfrutó la lactancia exclusiva hasta los seis meses cumplidos. La que tuvo sacaleche manual, ese adminículo tan específico que aprendimos a usar y a esterilizar. Me ordeñé durante varios meses, de a pocos mililitros, para dejarle a Nina mientras yo me iba a trabajar.

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Estoy decidida: agosto será el mes en que Nina deje de tomar teta, y el mes en que yo deje de darle. Agosto: un mes al que le tengo muchísimo respeto. Otras veces me creí que estaba decidida y reculé. Con cada gripe o malestar suyo o mío, retrocedíamos varios pasos en el destete progresivo. Al contrario: nos juntábamos cada vez más a sentirnos mejor piel con piel. Quiero que sea progresivo, respetado. A la vez, siento que el destete empezó mucho antes de proponerme esto. Viene madurando en la relación entre nosotras.

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También soy de las que se tomó un martes a la mañana y fue a la Charla de Destete de la Fundación de la Lactancia Materna. Tengo apuntes con máximas que me parecieron esclarecedoras pero que no pude llevar inmediatamente a la práctica. “No ofrecer, no negar”. “Dejar las tomas para la intimidad de la casa”. “No adelantarnos al pedido de teta”. “Un cambio a la vez y darles tiempo”. Las releo, me detengo en cada una de ellas. Busco sus claves.

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Otras madres me cuentan sus experiencias. Mi propia madre me dice que yo decidí sola dejar de tomar teta –pero no dice que ella justo quedó embarazada de mi hermano. Tengo amigas que dejaron de amamantar a los 9 meses, cuando sus hijes no entendían tanto como la mía ahora: tiene más del doble de edad. Amigas que casi no dieron. Amigas que no se enroscaron con el destete porque se ve que son más metódicas. Amigas que hicieron fiestas y rituales con sus hijas como despedida.

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Una mamá me preguntó en las redes si estaba encarando el destete porque puse un minivideo en el que se escucha a Nina gritar “teta, teta”, como llorando, con mi cara en primer plano medio desesperada, cubierta por una de esas máscaras de conejito. Me dijo que ella practicó un método infalible: se untó los pezones de una sustancia amarguísima, hecha de aloe del cabo. Sus hijos probaban y les daba tanto asco que le dejaron de pedir. Dice que el destete fue de un día para el otro. Un verdadero éxito. Estoy considerando hacer la prueba cuando me fallen otros métodos, pero a la vez me parece medio cruel, maléfico. ¿Cómo va a creer que ese sabor amargo sale de mí, si hace veinte meses toma de mis tetas ese elixir dulce?

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Otra pregunta recurrente que me hago para adentro: ¿cómo se darán cuenta mis tetas de que ya está, de que esa fue la última leche que tienen que producir? ¿Cómo volverán a la normalidad cuando no haya succión? ¿Se va a estancar la leche ahí por un tiempo? ¿Se me van a inflar tanto que no voy a poder dormir boca abajo?
Otra vez me digo: todas las que dejaron de darle teta a sus hijes volvieron a una normalidad de pechos menos funcionales. Pero qué misterioso el organismo.

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Me cuesta mucho negarle algo que ella quiere rotundamente. Algo que me pide, que me exige. Y que yo tengo a mano. Que no me cuesta nada. Me cuesta muchísimo decirle que no si mi teta está ahí.

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Cuando a Nina le salieron los primeros dientes me empezó a dar más impresión que tomara. Sufrí algunas mordeduras fuertes. Ahora siento que sus labios y su boca se acomodan de un modo a la comida y la bebida, y que guardan para mis pechos otra apertura.

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A veces, cuando le cambio la ropa, ella se toca sus tetitas de nena. Hacemos la broma de que yo le pido teta y ella me la niega. Nos divertimos imitando y exagerando las voces que pone para pedirme teta intensamente. “teeetaaaa mamaaa”.

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“Dejar la teta le va a hacer bien a ella también”, me suelen decir. Y pienso en los procesos que se acortan y estiran, en los rituales que van a ir desapareciendo y que ahora titilan, como indicando una presencia y una ausencia al mismo tiempo.

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14 de agosto. Ayer fue un día bastante importante porque por primera vez me fui de casa diez horas seguidas y Nina estuvo 14 horas sin tomar. Fue rarísimo, sobre todo para mí. ¿Este será mi destete? Lo más interesante pasó cuando volví: me esperaba llorando en la vereda con el papá, pero al verme nos pusimos como a conversar y a reírnos y jugar, y no me pidió teta hasta muy entrada la noche, después de cenar y hasta de comer un pequeño chocolate.
Fue algo muy importante que solo nos importó a nosotras: eso también es destetar. Hoy igual todo volvió al estado anterior, pero estamos cambiadas.

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Hay algo con el tema de la teta que nos atraviesa a las madres de manera completamente distinta y que a la vez no me parece nada opinable. No se puede juzgar a alguien que no dio, ni a otra que decidió dar hasta los cuatro años, ni a la que no disfrutó amamantando, ni a la que se asustó por la dependencia. Es una cuestión de entrega tan especial que así como hay millones de tetas distintas hay millones de maneras de estar dándola o negándola. Nos iguala como mamíferas, y a la vez nos diferencia como mujeres.

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Los animales se destetan solos. La madre entiende que ya está y se va. O les enseña a sus crías a buscar su propia comida, y hasta ahí llegó su función. ¿Y las vacas y ese ordeñe permanente?

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Revisando algunas fotos en el teléfono me detuve en varias en las que se nos ve en situación de teta a Nina y a mí. No miramos nunca a la cámara: nos estamos mirando nosotras. Eso me pareció increíble. También hay toda una secuencia en el verano en la que ella trata de pedirme y yo le hago como el chiste de que no le quiero dar. Ponemos caras. Pasa su manito de beba por debajo de mi musculosa. Hay otras fotos que me sacó una gran amiga en la que estamos de noche tomando teta en el jardín de casa. Están medio borrosas pero nosotras tenemos un brillo especial.

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Avanzado agosto, Nina dejó de tomar teta durante el día. Ahora jugamos. Me busca más con la mirada, está atenta a que le preste mucha atención. Si me pide, si llora o lloriquea por la negativa a darle, le busco la vuelta con algún juguete. Los animales de peluche le explican por mí que ella está grande y que la teta es para lxs bebés. También aprovechamos las reuniones familiares o los momentos públicos para preguntarle a distintas personas si toman o no teta. Vamos unx por unx haciendo la pregunta y todxs dicen “no” con más o menos contundencia. Siento que eso le hace bien, que le da la idea de que no está sola en esto ni que es algo que le impongo solo a ella.

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Terminó agosto y el destete avanzó muchísimo. Me gusta que no hayamos cumplido los tiempos del calendario, pero a la vez fue importante haberse puesto ese mes como límite. Nina creció un montón este mes. Se estiró. Aprendió muchísimas palabras nuevas.

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Es domingo 2 de septiembre. Tuvimos un lindo día familiar, mucho juego, mucho sol y aire libre. Se bañó con el papá. Cenamos sopa y pizza. Es la hora de dormir y Nina no tiene sueño. Le insistimos. Nos acostamos los tres en nuestra cama. Charlamos, cantamos. En ningún momento me pide teta. Ni me las toca. Ni me mira inquisidora. Ni lloriquea. Con Nicolás mantenemos una complicidad silenciosa que implica que yo no le voy a ofrecer y que no vamos a salir de esa situación hasta que no esté dormida. Finalmente, cae rendida como a las 12 de la noche y yo me quedo despierta un rato más después de pasarla a su cama. ¿Esto fue todo? ¿No necesita más mi teta para dormir?

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Es lunes, 3 de septiembre. Abro los ojos y veo que ya hay claridad. El baby call está prendido en la mesa de luz pero se hizo de día y Nina no me llamó en toda la noche. Miro a Nicolás que duerme al lado mío y abre los ojos. Nos damos cuenta casi al mismo tiempo de que dormimos ocho horas seguidas. Ocho horas seguidas en nuestra cama solos por primera vez en 20 meses. Nina se despierta al rato de un humor hermoso.
El país se cae a pedazos pero esta es nuestra propia noticia.
Una que nos importa solamente a nosotras.

 

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Texto/ Malena Rey nació en Buenos Aires en 1983. Es Licenciada en Letras por la UBA y trabaja como editora y periodista cultural. Hace más de diez años que forma parte de la editorial Caja Negra y fue editora de la revista Los Inrockuptibles. También escribe en Las 12, entre otros medios, y da talleres literarios para chicas y chicos.

Foto/ Paula Carrubba