Nostalgia del futuro

Acá comienza la historia

Por Luciano Sáliche*

Siempre llegamos tarde, y no está mal. No es impuntualidad, es inteligencia. Aunque la historia haya empezado, la mejor parte es cuando todo está encaminado, cuando nos evitamos el aburridísimo «Había una vez…». A mí me gustan las historias cuando ya arrancaron. Por ejemplo: cuando Jack rescata a Rose de caerse del Titanic está bien, es una buena escena, tiene dramatismo —sus manos unidas impiden la muerte—, pero lo mejor viene después: cuando escupen gargajos al mar, cuando se burlan de la alta sociedad, cuando cogen en un Brush Runabout en el depósito del barco… las vísperas del hundimiento y la desesperación. Que él es pobre y ganó el boleto en un juego de póker está bien, interesante, pero vayamos mejor al grano. Por mi trabajo suelo conversar con mucha gente; lo que repite mi cabeza cuando me empiezan a hablar es «vayamos al grano».

Me gustan las historias cuando ya arrancaron. Me gusta el momento en que se está formando la ola, no tanto agarrar la tabla y nadar hasta la parte profunda: me agota de sólo pensarlo. Me gusta ya estar en lo profundo, entrar ahí, en los instantes previos a la ebullición. El desierto y su semilla, la novela de Jorge Barón Biza, por ejemplo, arranca cuando ya están yendo hacia el hospital. En el inicio de Los pichiciegos de Fogwill, los saldados están resistiendo en Malvinas, viendo lo fea que es la nieve. Incluso en Operación masacre: los asesinatos ya ocurrieron, ahora Rodolfo Walsh presenta la investigación. Meterse en la historia ya en curso, un agregado de la trama, puro clímax. Lo mejor ahí está: ya viene.

Una historia de amor, como cualquier otra, tiene un comienzo, un desenlace y, lamentablemente, siempre hay un final. Separación o muerte: no hay vueltas. Pero, ¿vale la pena que les cuente cómo conocí a mi novia, mi mujer, mi compañerx? El terreno de lo íntimo es incansablemente estimulante, bellísimo, original, pero sólo para el protagonista. Cuando esa intimidad se hace pública el hechizo se rompe. Hay algo en la exposición que huele a inseguridad, a detergente barato, a Photoshop. Qué sé yo. ¿De qué serviría contarles que la noche en que la conocí estábamos en una fiesta con mucha cumbia, una casa de corte colonial, un living con luces rojas, un sillón de cuero, nosotros charlando algo ebrios sin dejar de mirarnos a los ojos? El amor te pasa y listo.

Esa historia hoy está en pleno desenlace. Ya pasó por las cursilerías del te quiero, te amo, te necesito. Ya surfeó las olas del narcicismo, de la eternidad, del miedo a la pérdida. Hoy la historia ya está en curso. ¿Y cuál es la escena por la que se puede empezar a narrar el cuento? ¿Cuál es ese momento que dice: de acá para atrás es pasado aburrido, introducción contextual; de acá para adelante es clímax, trama, intensidad? La escena es esta: un departamentito en el barrio de Congreso, la habitación en silencio, la luz tenue de un velador, una cama de dos plazas, una mujer acostada boca arriba, un hombre acariciando su vientre enorme y redondo. Adentro de la panza algo se mueve, algo patea y hace quilombo. Un nombre, una idea, una vida a punto de salir al mundo, los instantes previos a la ebullición. Acá comienza la historia y —lo sé— ya nada volverá a ser igual.

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Luciano Sáliche/ periodista cultural, licenciado en Comunicación (UBA), director de la revista Polvo y redactor en Infobae Cultura.