Nostalgia del futuro

madre trabajadora

Por Silvina Herrera*

Dar la teta es un acto de amor y una renuncia.
Es una iluminación interna, como una noche estrellada en un cielo lejano e inalcanzable.
Es un reencuentro con la ternura más visceral, un regreso a la infancia y una conexión multiplicada.
Me dejo por un rato, mi cuerpo se retira, como en una celebración de entrega y devoción, me convierto en mamífera primitiva y brutal.
Me siento útil como nunca, una utilidad práctica y vital, fuera de las leyes y las normas de los días sociales en el mundo.
De día y de noche soy leche para vos, alimento desde lo más interno de mi soledad que se diluye en las horas colapsadas.
Estoy tan agotada que ya no siento el sueño, no sé si dormí dos horas, o tres o cinco o ninguna, mi cuerpo se acostumbró a sobrevivir sin dormir, una máquina ajustada a la circunstancia.
Me resigné a no ser para estar viva más que nunca.

Ser madre y trabajar es un oxímoron.

Afuera todo es oscuridad, adentro hay un cúmulo de luz detenida que me encandila
abro la puerta resignada a una vida predeterminada, como los encastres de colores con los que te gusta jugar, piezas que se ponen y se sacan sin posibilidades reales de hacer la diferencia
camino dos cuadras hasta la estación José María Moreno del subte E, paso negocios de remises, de autos en alquiler y de invitaciones a remodelar las casas, todas ideas de cambios que son sólo eso, una ilusión imposible.

Trabajo para mantener mis comodidades, mis pequeños disfrutes cotidianos tan banales que me dan vergüenza pero no los puedo dejar, una adicción a los pequeños puntos de fuga que me mantienen vital y móvil, y así poder seguir quejándome. La queja está peor vista que la soltería eterna, pero quejarse nos mantiene críticos y atentos, una mini resistencia mental que nos permite seguir creyendo que somos fieles a una idea digna de sí mismos.

Adentro queda el amor, la inocencia detenida como un espantapájaros en el mar.
El día es una encrucijada sin fondo, un destello de cotidianidad que me obnubila.
Pienso que necesito salir un rato, que me hace bien despejar y a veces hasta me olvido por un segundo que soy madre, pero cuando salgo del subte con la gente aplastándome me doy cuenta que lo que más quiero es quedarme con vos en la cama sin contar el paso del tiempo.
La pasividad me envuelve como una sábana seca.
La maternidad no me cambió, me hizo más yo.

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Ella/ Silvina Herrera nació en Buenos Aires en 1977. Es licenciada en Letras y periodista. Escribió el libro Edad Reproductiva, que ganó el Premio Sudaca Border y fue publicado por Eloísa Cartonera. Escribe en Página/12.