Relatos/Partos

La vida por delante

Por Lucila Dominguez*

Una madrugada nos fuimos a acostar con tu papá viendo un documental de National Geographic sobre la gestación del ser humano. Yo estaba embarazada de 18 semanas. Apenas vi los primeros 5 minutos me quedé dormida, inmersa en un viaje de conexiones celulares y mágicas. Las imágenes científicas del documental se grabaron en mi cerebro como estrellas en el firmamento. ¿Cómo es posible que de la fusión de dos seres humanos se forme uno nuevo?
Esa noche me dormí muy temprano. Me desperté a las 5 de la mañana después de soñarte. Te vi, eras nena y eras larga: te ponía sobre mi pecho extendida y cubrías todo mi tórax. Se me vino a la mente una medida: 60 cm. Te vi la carita por primera vez, mirabas hacia arriba y sonreías asombrada, abrías la boca en una mueca de alegría… Tenías la naricita redonda y los ojos rasgados, casi almendrados y oscuros como los míos. Las cejas también tupidas como las mías y las de tu abuelo, la boca grande como la de tu papá. Parecías más grande que un recién nacido. Mirabas todo girando la cabeza de lado a lado, tu cara redondita y blanca, siempre sonreías… Eras tranquila, plácida.
Grabé este sueño en un audio para no olvidarlo y no tener siquiera que prender la luz para escribir. Unas semanas mas tarde la ecografía nos confirmaba que eras mujer, como soñé. Y hoy te miro, hija, y sos tal cual te describí: larga, ojos almendrados, sonrisa curiosa, cara redondita y blanca. Desde que naciste ya parecías más grande de lo que eras. Me sorprendo y a la vez, no. Ya había empezado nuestro viaje de conexiones celulares y mágicas.
Nina nació el 21 de Mayo de 2017 (el primer día de Géminis) a las 12.35 pm. Es Ascendente Leo y Luna en Aries. Puro fuego, puro aire, poca tierra, nada de agua. Nina en quechua significa fuego. No me sorprendo, sonrío.
Estuve embarazada 41 semanas y 5 días. De mi fecha probable de parto al día real del parto pasaron 11 días eternos, interminables. Trataba de esperar con calma, de pensar en otra cosa, de no sugestionarme… Sabía que mi hija iba a nacer el día que ella quisiera, pero esta idea de “la fecha de parto” me rebotaba como una pelota en la cabeza, justo a mí que me gustan los aciertos y las coincidencias, que soy prolijita y cumplidora. “¿Qué pasa que no hay señales?” pensaba. Llegué a preguntarle a mis parteras: “¿Y si no quiere salir? ¿Y si nunca nace?”.
Mi embarazo fue hermoso. Empezó en invierno y terminó en otoño. Pasé una primavera y un verano divinos: viajando, comiendo, viajando y… comiendo. Nina, su papá y yo nos bañamos en mares, lagos, lagunas, cenotes, piletas, bañeras y duchas. (Y ahora me vengo a enterar de que tiene poca agua en la carta, qué picardía). Engordé en total 16 kilos y me sentía la ballenita y después la hipopótama más linda del mundo. Brindo por las hormonas del embarazo.
Durante la gestación pinté dos murales: uno en el Jardín Botánico de Buenos Aires (el sueño de mi vida!) y otro en un bar en San Francisco. Lo lindo del primero fue estar cumpliendo un sueño sabiendo (en secreto) que un porotito crecía en mi panza. Lo curioso del segundo fue enterarme, mientras pintaba, de que el nombre del bar al que había viajado especialmente para pintar iba a ser ANINA. ¿Cuántas probabilidades había de que un grupo de norteamericanos treintañeros expertos en bares se inspiraran en una película uruguaya de animación que lleva por nombre ANINA, contrataran a una pintora argentina para pintar un mural en su nuevo bar y que la pintora quede embarazada antes de viajar y elija para su bebé en camino casi-casi el mismo nombre que ellos para el bar? Dicen que los hijos vienen con un pan bajo el brazo y a mí me gusta pensar que el pan de Nina está hecho de harina mágica.
Creíamos que ibamos a tener una hija Taurina y es Geminiana. Creíamos que ibamos a tener un parto natural y fue cesárea. Creíamos que iba a nacer en casa y nació en una clínica. Si hay algo que la maternidad me está enseñando, es que nada es como se planea. Todavía estoy masticando la desilusión de recibir a mi bebé en un quirófano frío sin poder sentir mi cuerpo, dormido por la anestesia… sin haber podido ver el cordón umbilical que nos mantuvo unidas nueve meses ni la placenta (ese órgano único que creamos entre las dos para asegurarnos su alimentación y crecimiento), sin haberla visto respirar por primera vez, sin haberla visto salir de adentro mío después de soñar tanto ese momento…
“Entregaste tu cuerpo para que te abran y tu hija pueda nacer” me dijeron mis parteras un tiempo después, y rompí en llanto. No entendía, la cicatriz de la cesárea me dolía al amamantar, al reír, y yo no entendía por qué no había podido parir a mi bebé por más que me explicaran los detalles biológicos una y otra vez… Siempre creí que la vida es un misterio, pero hoy esa frase tiene otro color, se reafirma y me abraza. La vida también contiene a la muerte.
Con la maternidad nace un hijo y muere la mujer que éramos antes. Pero también nace una madre! Y un amor para toda la vida! ¿Quién dijo que iba a ser fácil? Todas las advertencias y consejos que me dieron durante el embarazo vuelven a aparecer de a poco, flotando como camalotes en el río del puerperio y lo mejor que puedo hacer es sonreirle a las coincidencias, abrazarme a mí misma extrañando a la que fui, y también llorar de vez en cuando a moco tendido, a veces de emoción, otras de felicidad, otras de tristeza. ¿Quién es este nuevo ser que nos mira con sus enormes ojos?
Creíamos que ser padres iba a ser una gran aventura y lo es: un colorido tobogán de emociones y aprendizajes. El aprendizaje mayor: fluir con el caos. Ya me lo había dicho una amiga doula que conocimos en nuestro divino verano, y todavía me lo repito como un mantra cada vez que me despierto con la idea de hacer algo que con el transcurrir del día nunca llego a hacer (algo chiquito, con suerte algo creativo, como un budín de limón o dibujar una florcita) o cuando cambio las sábanas por tercera vez en una semana porque amanecen mojadas mientras Nina me sonríe… “Nadie te mira como lo hace tu hijo” me habían dicho también y recién ahora lo entiendo. Un bálsamo fresquito que acompaña al mantra que aprendí.
Ahora que ya me siento mamá con todas las letras, que Nina ya tiene cuatro meses y se ríe con nosotros, sostiene su cabecita y ama estar sola en el piso rodando, pienso en cómo me gustaría ser Amazona y vivir entre árboles y pájaros, despertarnos con el sol y dormirnos al caer la noche, bañarnos en el río, no tener que ponerte pañales, hija, ni que escuches el motor de los colectivos cuando salimos a pasear… Yo, que amaba la ciudad porque “acá siempre pasan cosas” hoy me iría a vivir al bosque o a la selva para poder ser mamíferas tranquilas y que nos pasen cosas pero otras, de índole naturalista como vos bebé, que sos pura intuición, puro sentir, que estás conociéndolo todo, aprendiendo a cada instante, de cada luz, forma, color, sonido y movimiento que se te aparece… Por ahora disfrutamos de salir juntas a saludar a las plantas del patio y regarlas con lluvia de manguera. Y cada tanto amanecemos temprano con el canto de un pajarito. Ya nos iremos a vivir al bosque. Paciencia. Cada día es nuevo, tenemos toda la vida por delante.

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Lucila Dominguez es artista visual, ilustradora y muralista. Amante del dibujo, la botánica y los viajes. Vive y trabaja en Buenos Aires. Podés ver más de sus trabajos en http://lucilismo.com/
 Les dejamos el link de la peli ANINA http://www.anina.com.uy/  y el video del mural que filmó en el Botánico https://vimeo.com/195804319
Foto/ Antú Martín.