Magia/Poesía

laura oriato

Tambor

La música de este pequeño tambor
habla de raros tesoros.
 Alberto Laiseca

Preparo la mamadera mientras suena Beck,
intento acostarlo en su cama pero no quiere,
hace una semana que duerme entre nosotros.
Trepa, estira la sábana, se cubre con ella.
Toma el nesquik y comienza el ritual que anuncia la siesta:
me toca la oreja izquierda, entierra su otra manito en mis tetas,
como si buscara monedas en un bolsillo.
Sobre el colchón algo suena a tambor: son sus latidos.
Y desde el living se escucha Heart is a drum.

 

 

Evolución

Admire me, admire my home
admire my son, he’s my clone.

Pearl Jam

 

Salí a comprar pañales y me crucé con un ex compañero de colegio.
En esta ciudad, salir a la calle significa encontrarse con un conocido
y detenerse para hablar de algo.
Le cuento que una de mis amigas se está haciendo una casa,
dos embarazadas y todas trabajan.
¡Cómo evolucionaron! me dice.
Nunca entendí por qué se felicita al tener un hijo
o al comprarse un auto,
como si fuesen parte de lo mismo.
¿Será eso la evolución que él menciona?
Le cuento que estoy viviendo acá,
responde que él también.
Remato: al final, todos volvemos.
Termino la frase con un gusto amargo
y aunque pienso que no volví entera, no se lo digo.
Nos despedimos.
De regreso a casa, recuerdo una frase que me escribieron una vez:
Hasta el ripio se hace manso.
Paso delante de la casa que quiero alquilar,
doblo en la esquina por la que suelo doblar,
de fondo suena un tango, el sillón de playa vacío,
la mujer que normalmente lo habita
debe haber ido hacia adentro a buscar algo.
La imagen es más poética con esa ausencia.
Diez metros más adelante un déjá vu acústico:
la misma canción sale desde otra radio.
Sobre la vereda de enfrente camina mi vecina,
una vez la escuché decir que andaba depre.
La imaginé sola, yendo al supermercado después de haberse bañado,
la cena y mirar la tele sus únicos planes de un sábado por la noche.
La miré caminando paralela a mí,
iba rápido por ser una anciana.
Me vi en el futuro,
Hasta el ripio se hace manso, volví a pensar.

 

 

Ocupación
Ese cuerpito que hace cuatro años alzamos por primera vez
anoche durmió bajo otro techo
y yo velé por él lo que duró la oscuridad,
como si estuviera al otro lado del pasillo,
como si fuera un recién nacido.
Después de cuatro años ya me olvidé de algunas cosas
¿Es conveniente recordarlas?
Supongo que por eso escribo.
Y mientras estas líneas se reproducen
me pregunto si la poesía es algo que existe
por pereza o falta de tiempo.
Yo sufro de ambas,
sin embargo, no soy poeta:
Soy madre, amante y ama de casa.

 

 

Corazón solitario
En la oscuridad de la habitación, los tres ya acostados,
mi hijo corta el silencio:
Tengo miedo de morir. Y de que mueras.

Su padre despierta como si lo hubieran nombrado
Y de que vos también mueras.
Intentamos calmarlo
queda su angustia en mí
cabalgan los pensamientos.

Paradójicamente, la vida me dirige a la muerte y viceversa:
Pienso en un segundo hijo. Lo pienso pero no lo deseo.
Pienso en las tragedias: Accidentes familiares, lo inevitable.
La única certeza es el ahora. ¿Para qué un hermano?
Alguien dijo que su hermana fue el sostén cuando murió su mamá.
Pero yo siento que el dolor no se puede trasvasar de un cuerpo a otro,
de un corazón a otro.
El corazón no sólo es un cazador solitario,
también es una presa solitaria.
Me quedo dormida.

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Ella/ Laura Oriato (Casilda, 1984). Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Rosario. Participó en la antología de narradoras rosarinas Nada que ver (Recovecos- Caballo Negro, 2012). Ilustró tres libros infantiles: Caserío (2014), ¿Qué es? ¿Dónde está? (2015) y Chispero (2016), publicados por la editorial rosarina Libros Silvestres. Trabaja como correctora.

Ilustración/ Diana Cheren Nygren.