Relatos/Partos

Puérpera (continúa de Parir)

Por Laura Cedeira*

Es la madrugada del 13 de noviembre de 2019 y estoy sentada en una cama del Hospital Italiano de Buenos Aires con Lorenzo de 18 horas de vida. Tengo las tetas como dos ladrillos e intento sin suerte que mi bebé se prenda a alguna de ellas. Los pocos minutos que lo logro siento dolores parecidos a los del parto. Son  contracciones que arrancan en el útero, atraviesan la vagina y llegan hasta el pecho. Me dicen que se llaman entuertos y parece que es algo normal que puede ocurrir con las primeras succiones. Las molestias son en estéreo: a las piedras que siento rodar por mis ex pequeñas tetitas se le suman- ¡al mismo tiempo!- las puntadas en el vientre y la vagina. Todo mientras pretendo alimentar a mi hijo.

-Esto es una tortura! Le digo a Juan y lloro -ruego- por algo que me calme los dolores. Al otro día y frente a la misma escena, suplico también por algo que alimente a mi hijo. “Si su supervivencia depende de mí creo que su vida corre riesgo”, pienso mientras me intentan bajar la temperatura de la zona del pecho con paños de agua fría y masajes.

Para el tercer día de internación la glucemia de Lorenzo está muy baja, mis tetas siguen como dos rocas y mi ánimo imposible. Luego de una gira por mi habitación de médicos, enfermeras y puericultoras con distintos consejos, recomendaciones y advertencias finalmente cedo ante la tan repelida leche de fórmula y entrego a mi hijo a las garras de la mamadera. Van a pasar seis días antes de que volvamos a casa: hay que lograr estabilizar la glucemia de Lolo y bajar mi angustia respecto a la lactancia.

Estos primeros traspiés que relato fueron la puerta de entrada a mi puerperio. Hoy, 9 meses después de esas escenas, recuerdo con mucha ternura que en la parte sobre lactancia del curso de pre-parto no presté atención. “Eso debe ser lo más fácil”, dije. Lo metés en la teta y listo, se engancha y come, ¿qué puede fallar? Todo, Laura. Especialmente que tus emociones de postparto se disparen tanto que impacten en tu deseo de amamantar. No se me había ocurrido que tal vez dar la teta podría no ser algo que me hiciera feliz. No se me había ocurrido que los entuertos me iban a provocar una especie de rechazo hacia mi hijo y que todo ese comienzo tan accidentado de la lactancia no iba a tener vuelta atrás.

“No sos menos mamá por no darle la teta, eh”, me dijo un mes después Melisa, la puericultura. Era 31 de diciembre y estábamos en mi casa cuando sus palabras sonaron como si una bruja rompiera con el hechizo que me tenía atrapada desde las horas que siguieron al parto de mi bebé. “Prefiero parir mil veces a pasar por esto de nuevo”, fue mi respuesta. Y así en ese encuentro de fin de año logré exorcizar un poco mis angustias y aceptar que no iba a darlo todo por evitar la leche de fórmula. Que amaba a mi hijo pero no podía más y que -lo más importante- no quería más.

Lo dije en voz alta, para terminar de convencerme: no me siento una con el universo cuando doy la teta, no me hace mas feliz sino que me genera una carga, me duelen las tetas, me molesta sentir que toda la responsabilidad del alimento de mi bebé es mía. Pero siento la presión. Siento las voces de la medicina y la nutrición, de las influencers, de las otras mamis y del patriarcado entero diciéndome que soy la peor madre porque no lo doy todo.

Finalmente acordamos con Melisa en que iba a intentar continuar con la lactancia mixta. Si mis angustias persistían o empeoraban aceptaría que hasta ahí llegaba mi deseo. Seguiría dando teta hasta donde Lorenzo y yo dijéramos basta; y eso  ocurrió dos meses después.

Fue una decisión que se fue dando sola, de a poco pero acompañada de las olas de mis cambios de humor repentinos y de mi irritabilidad. Cuando llegaban las 6 o 7 de la tarde me invadía la angustia y el miedo. Sí, mi puerperio hizo que le tenga miedo a la noche. Sabía que venían los despertares constantes, la falta de sueño, los llantos, los brazos acunando sin descanso. Pero luego llegaba el día y todo volvía a la calma. Un subibaja de emociones. En la cima del sol la quietud y el disfrute; cuando tocaba tierra, el fastidio, los temores y la impaciencia.

Estos fueron los primeros meses de Lorenzo y los míos como su mamá. Sobrevivimos; hoy tiene casi un año y siento que mi puerperio va terminando. Fueron tiempos de mucha ambivalencia, como ahora entiendo que es la maternidad en su esencia. Tal vez no haya forma de vivir este viaje sin sentirla. Es que un día – bueh, unos minutos- moris de amor por ese ser que trajiste al mundo y al rato te preguntás por qué lo hiciste y asegurás que si te hubieran avisado de las partes no tan lindas quizás lo pensabas mejor.  Creo que el permitirme decir esto no me hace una mala madre, porque estamos tirando abajo ese concepto también. Ya no tiene que haber buenas ni malas, ni mejores ni peores, solo mujeres haciendo lo mejor que podemos, ¿no?

 

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Ella / Laura Cedeira. Nací en 1979, en el mismo hospital de Buenos Aires en el que llegaría al mundo -40 años después- mi hijo Lorenzo. A los 16 años edité el fanzine La 99, mecanografiado, en fotocopias y de distribución puerta a puerta. Ese precoz amor por el periodismo floreció a través del tiempo hasta transformarme en Licenciada en Ciencias de la Comunicación. En los últimos años escribí una novela infantil y colaboré en las revistas Debate, Billiken, Gata Flora, Rumbos, La Agenda, Brando, Tercer Sector, Haciendo Cine, Vice Argentina y Ohlalá.

Podés ver más de su trabajo en:
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