Nostalgia del futuro

Sobre mecer y guisar

Por Mariana Bolzán*

Me meto debajo del manto ruidoso de la ducha mientras se entibia. Apoyo la frente contra los azulejos, el agua es un abrazo de agujas calientes que no hieren, que son dulces y no hieren. Voy y vengo sobre mis piernas que repiten un movimiento que me antecede: a un lado y al otro, a un lado y al otro. Un dos tres / un dos tres/ un dos tres.
Yo soy la morocha/ la más agraciada/ la más renombrada de la población
Mi madre canta tango en un vaivén que nos aletarga. Tiene la cara iluminada por el velador y los brazos calientes y blancos. En la ducha ahora canto porque mecerme me regresa a esa voz sedosa que bascula en la noche.
Joga dentro do mar /a minha barquinha
O vento lento a soprar/ a minha barquinha
Hubo un tiempo en el que me mecí para dormir a mi hija y otro tiempo en el que me mecí aún cuando ella se hubiera dormido. Un dos tres/ un dos tres/ un dos tres ¿A dónde me lleva esta hamaca de agua, sangre y piel ablandada por el vapor? Un dos tres/ un dos tres. ¿A dónde esa casa? ¿A dónde y cuál es el color de sus ventanas?

*

No me gustaban los guisos de mi mamá porque eran aguachentos. Las papas y zanahorias flotaban en un caldo translúcido que no llegaba nunca a cocerlas del todo. Le agregaba arvejas que me resultaban horrendas y usaba una carne flaca cortada en trocitos.
Mi abuela en cambio hacía unos guisos dignos del restaurante del mismísmo Dios: todos los sabores perfectamente ecualizados conversaban adentro de una olla pesada y negra. Las papas podían volverse puré de sólo mirarlas fuerte. Sabor, olor, densidad todos asistentes a la fiesta de la mesa de mi abuela. Lo que sobraba quedaba reposando en un líquido cobrizo cubierto con lamparones de grasa que habían sido el espíritu, la quintaesencia celestial del plato, hasta la noche, en que volvían a encenderse las hornallas para derretir las grasas y volvíamos a comer sabores recargados por el reposo. Comemos guiso en todo el mundo y desde hace siglos. Es la comida con la que salvamos el hambre, es la comida más barata y también -y quizá por eso o por reminiscencias de eso- la comida del amor o de lo amoroso y del abrigo. En la olla se puede guisar todo.

Atravesamos paisajes enteros en busca del alimento y arrancamos del camino todo lo que hubo al paso para cocinarlo y hacerle frente al frío y a la noche: son los vapores de la olla y el fuego los que nos guardan de su inclemencia. Por eso las carnes, los granos, las hierbas, las especias y las raíces todos son echados a bailar una danza perfumada que mata no sólo el hambre si no también la pena.
—Má, no me gusta mucho tu guiso.
Lo comía igual, aunque no fuera un guiso para relamerse y quedarse flotando luego en el rumor ingrávido de la sobremesa. Mi madre llegaba a la una de la tarde a trabajar. Cortaba cebolla, pimiento, ajo, chacachaca, carnecita más o menos magra para que no fuera tan pesado y se pudiera seguir con el día, que era largo porque tenía que ayudarme a mí y a mi hermana con las tareas, le ponía arrocito gallo que jamás se pasa, zanahoria medio metida tarde porque no se acordaba que tenía, papas en daditos y lavaba ropa mientras, me gritaba esta tarde sacamos los piojos, Mariana y vigilaba que mi hermana no se trepara por el tapial a lo de mis primas chachachaca, una latita de arvejas como para estirar y que rinda. Y así, guiso de madre, sí. Pero también de mujer trabajadora divorciada y cansada. Guiso rapidito porque hay que alimentarse sí, pero seguir, sí. Dele que dele todo el día con la gurisas.
En quince minutos tenía un guiso listo, el lavarropas marchando y la cocina limpia para volver a cargarse de platos.
«Al guiso hay que darle tiempo, se hace lento y al mínimo», «No hay que tapar la olla porque si no hacés un estofado y no es lo mismo», «Podés espesarlo con un poquito de maicena». Todas esas son recomendaciones que mi abuela me escribió en una notita que se llama «Recomendaciones para hacer un buen guiso para Mariana de tu abuela Esther».
—Amo tus guisos, Abue.
La abuela ya había criado a su hijo envuelta en la temporalidad frenética de la maternidad. La abuela ya no trabajaba afuera y estaba mi abuelo, que era un partenaire todo terreno. Y tenía otro tiempo: el tiempo lento del guiso mientras me esperaba llegar los sábados. Fuego corona y remover cada tanto, como el guiso se merece. Como todos nos merecemos.
Guisar para dar amor y alimento. Guisar para que alcance, con lo que hay, con lo que se tiene. «Wisa» es la expresión germánica que le da nombre a la palabra que hoy conocemos. «Wisa» que es manera de ser, el modo, la voluntad. «Wise», en inglés, es él o la que sabe, él o la que maneja con maestría. ¿Ahá? Mi guiso es a fuego medio y rápido, express y magro, como el de mi madre. Chacachacachaca. Esta es mi manera. Qué rico tu guiso mamá, qué rico el tuyo abuela, qué ricos los dos y el mío. Todas las cosas van a la olla y todas las maneras de guisar nacen del ímpetu salvaje y acertado del amor.

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Ella/ Mariana Bolzán (1985 Paraná, Entre Ríos). Es comunicadora social y escritora. Coordina el área de Comunicación en la Subsecretaría de Cultura de la Municipalidad de Paraná. Participó del Proyecto de Extensión de la Facultad de Ciencias de la Educación (UNER) denominado Poesía en la Calle. Fue seleccionada para la Residencia Artística Túnel Cultural 2014 en Curadora, San José del Rincón, Santa Fe, organizada por el Gobierno de la ciudad de Santa Fe y la Municipalidad de Paraná. La Editorial Bicéfalo (Paraná) editó en 2015 una serie de poemas en un fanzine que se llamó «Make Up o textos escritos en situaciones de urgencia». En 2019 publicó su primer libro de poemas «Un Rayo en el Mundo» (Ana Editorial, agotada en su primera edición. En 2020 se publicó la segunda. Obtuvo el Premio Provincial de Poesía «Juan L. Ortiz» 2018 (Entre Ríos). Sus textos están publicados en la Antología Federal de Poesía de la Región Centro editada por el Consejo Federal de Inversiones (CFI). Algunos de sus cuentos están publicados en la revista Orsai Digital, La Palabra Precisa y La Agenda Buenos Aires.