Nostalgia del futuro

La misma luz en todas partes

Por Belén Zavallo*

Pipi me pregunta cómo fue parirla y le hablo de los huesos moviéndose como las capas tectónicas. Me cambiaste el suelo y el paso, le digo. Fue otro el mundo aunque los líos afuera siempre sean los mismos. Pipi recompone mi memoria, alumbra el camino y enfoca la linterna adelante para que marchemos.

El 25 de noviembre pasado, yo había vuelto de caminar con Dani y Lolo por la costanera y nos habíamos sentado frente al río. Yo miré la luna desde su reflejo en el agua y no directo a su cara. De vuelta en casa, estaba por cocinar algo para nosotras, pero ella me dijo que se iba a lo de Dalila, agarró su juego de llaves y bajó. Salió y yo crucé los brazos en la mesa para apoyar la frente. Tuve ganas de llorar. Pensé en el cajón colgado en la pared de la administración de la escuela. Tiene una tapa de vidrio y adentro ganchos de donde cuelgan las llaves de cada lugar. Cuando alguien ubica mal la del salón de actos o de la biblioteca, Paula desde su escritorio pega un grito de queja. Pero yo estaba en mi mesa apoyada con la cara y los ojos colorados porque una emoción no estaba en el lugar correcto. Pipi volvió sin que me diera cuenta y se sentó enfrente, me preguntó qué me pasaba con una sentencia inapelable para que le cuente. Me salió un creo que estoy embarazada. Antes de pararse se le levantaron las comisuras de sus labios y asomó la risa única que tiene. La risa de Pipi es la misma luz siempre. Una luz que se reparte parejo, la risa de Pipi es la sábana blanca tendiéndose al sol y la capa de escarcha que cae en la helada. Me abrazó y yo lloré sobre su pecho como si fuésemos madre e hija pero invertidas, un vínculo que puede darse vuelta como las medias y guantes, como lo que nos abriga los extremos de la carne. Antes de volver a irse con su amiga, sentenció a lo que íbamos a saber después que se llamaría Francisca a tener tales rasgos y le armó la cara. A mí también los gestos me volvieron a colgar del gancho acertado.

Pipi se levanta y bosteza. La miro desde la ventana de mi pieza. Está en el patio tomando sol en pijama. Se inclina y tuerce la espalda y se la imagino sonando. Todo el movimiento lento termina en un paso de twerk. Baila sola con una bata desatada sobre el pasto seco. Al fondo en el limonero hay azahares como en el patio en el que crecí. Un día Pipi me dijo que le gustaba sentarse y acariciar el pasto porque ahí abajo estaban enterradas sus mascotas de cuando era chica. Pipi me dice siempre para que escriba.

Entre las cosas que leo durante el desvelo por estas últimas noches con la panza moviéndose, aparece la palabra microquimerismo. Dice algo de las células de un cuerpo en otro, un resabio que nos queda del origen. Al lado mío, Pipi duerme. Dejamos en las mesas de luz papeles de chocolates que comimos juntas mientras elegimos qué serie ver. No miramos ninguna, ella estuvo con tiktok y yo charlando en el grupo con Cari y mamá o con Muri. Nos distraemos fácil de las pantallas que encendemos. Escuchamos a los tres gatos que nos desfilan durante el día, ahora, de noche, en una orgía con gritos que simulan voces de bebés. En la oscuridad imitamos sus voces y decimos disparates. Perdemos la idea de los horarios para las carcajadas. Como en una pijamada esperamos el shhh de alguien, pero estamos solas y juntas y nos reímos.

Pipi pone música en el living y prepara todas las tardes mate de limón que tengo que cebarle. Nos lo pasamos mecánicamente, no hablamos porque cada una asume su rutina. Cuando nos acordamos de algo, lo escupimos como asaltadas por la idea de olvidar el chisme sin compartirlo. No sabés, boluda, me olvidé de contarte. Empieza ella con una microhistoria que a los dos minutos ninguna recuerda.

Pipi no cocina nunca pero me dice qué quiere comer, hace poco aprendió a preparar una receta de torta de mandarinas. Antes de cortarla, le saca fotos lindas. Cuando toma té se le levanta el meñique. Con los cubiertos aún tiene dificultades, se acostumbró a tener los ojos encima desde chica, mamá le cortaba siempre la comida y es débil haciendo fuerza. A Dani le acerca el vaso para no sostener ella la jarra de vidrio con agua. Se ata a la amabilidad de la infancia y camina en el patio en medias sin pantuflas. Pasa días de pijama, tiene uno rosado con lunares blancos de plush, otro negro con un ribete blanco de seda, otros con agujeros de Balbi, otros armados de remeras de viajes. En su pieza todo es blanco y beige. Cuando era chica en los bolsillos no había pañuelos pero sí labiales. Le sacaba alguno a su abuela y repetía el mismo círculo de mi mamá sobre sus labios. Sin mirarse siempre se pintó la boca como ella. Ahora, tiene cajones de maquillaje en donde ubica los de la piel, los de los ojos, los de los labios, los de las pestañas. Yo nunca me maquillo pero descubro en ella una forma de pincelar la cara para que sea otra sobre la misma.

Pipi siempre tiene ganas de salir con sus amigas y mientras pudo hacerlo tuvo la asistencia perfecta que no tuvo nunca en la escuela. Me avisaba a la madrugada si volvía sola o con las chicas, si quedaban a dormir en la casa otra, si estaba abajo sin llave. Algunas noches llegaba antes, desfigurada, lloraba y no quería contarme por qué. Otras le sostuve la frente de cara al inodoro. Está bien sacar el asco, hija. Me salió decirle alguna vez pensando en otro tiempo. Otras vueltas la reté por la demora. Hablamos pasando por todos los tonos. Entre nosotras decirnos es como abrir el abanico de los colores que te dan en una pinturería para decidir cómo vas a renovar las paredes. Hemos sido crueles y nos hemos convertido en silencio. Hemos sido una misma lengua y un mismo grito. Hemos abierto la garganta como animales y hemos dejado a la lengua partirse como la de las víboras y enrularse como la de las mariposas. Pero nunca dejamos que el lenguaje se acabe.

Pipi hoy cumple diecinueve años y yo recorto escenas como anotando cosas que no quiero que el tiempo borre. Con Nazareno dibujaban casas de muchos pisos en las que iban a vivir de grande, en uno él y sus cosas de fútbol. En otra ella y su coneja, en otra sala solo había escaleras enredadas, plantas carnívoras, representaciones de sueños. Hoy dice que se va a inscribir en arquitectura y a mí me alegra que los lápices que gastó de chica aún estén con la punta afilada.

Porque Pipi lee en tuiter un poema de Calveyra y me lo manda, en un verso dice “Cosas que me pasaron durante la infancia me están sucediendo recién ahora.”

Abrazo a mi nena, a mi hija primera, a la chica que fui cuando la parí y a la que me da fuerzas ahora, mientras esperamos otra vida que nos encandile.

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Ella/ Belén Zavallo es docente y tallerista. Coordina Nos/Otros en el texto, está a cargo de la sección de poesía Entre versos de la Revista Análisis, se dedica a editar y corregir. Publicó Todos tenemos un jardín por Ed. Camalote en marzo del 2019. Actualmente trabaja en su primera novela Las armas.