Magia/Poesía

Belén Zavallo

Yegua
El pelo brilla aunque el cielo
esconda los rayos del sol
la fuerza repta entre mis piernas
y la piel late
mientras inspira el olor
del otro cuero
verijas aprietan verijas
y el miedo
-una culebra-
trepa hasta el gañote
y se hace grito en la garganta
palabra que suelta
otras chispas
que aún arden.
Qué será el tiempo
esta espera dulce y agria
hambrienta de certezas.
Los minutos rechinan
los engranajes de las puertas
que ya no se abrían.
Qué será el tiempo
para la mano que crece
empuñada en otra piel.
Cuando la garganta tocó tu nombre
sostuvo en la boca nubes
y flotamos.
El tiempo será una lengua
lamiéndote para limpiar su lengua
y en vos el tiempo
será un silencio
jamás escuchado.

 

Parada bajo un árbol
Miro a unos chicos
que patean piedras
sin saber
que espantan
males
con sus tobillos
descubiertos.
Soy un árbol seco
en invierno
pidiéndole las plumas
prestadas a los pájaros.
Y los cantos
a los niños.
Aturde lo que se calla.
Mi papá no nos habla
porque está enojado.
Yo tengo pocos años
pero le meto historias
a los renglones vacíos
que habitan mi casa.
Las manos de mi madre
cantan
que hay trabajo
que hay comida
que hay frazada.
Escondo mi cara
debajo de una cama cucheta.
Meto peluches
y armo una casita.
Ahí hablamos todos
en la mesa que imagino.
El silencio
deja de aturdirme
y dibujo en las tablas de madera
otros pájaros
como los que me quedo mirando
mientras otros nenes
le ponen palabras
y plumas
a lo que aturde
cuando se calla.

 

Mi papá no fue un gran hombre
Un día la lluvia fue tan abundante
que el patio de casa
se convirtió en un tajamar.
Bajamos con mi hermano
al pasto mojado
como las calandrias a buscar pan.
Parecía una alfombra
dibujada de tréboles
abajo de nuestros pies
y los dedos se hundían
hasta las raíces del diente de león.
Un día la lluvia abundante
dejó de caer
y la tierra se deshizo en barro.
Acaricié con la planta
de mis pies
las espinas escondidas
y supe que mi padre no fue un gran hombre.

 

Biografía de la máquina Olivetti
Las teclas sonaban
como las botas de los soldados
que daban pasos firmes
imprimían letras a través de la cinta
y atrás de las palabras
la historia de los dedos
esos que también supieron
hacer cantar a un piano.
Mi mamá y su máquina Olivetti
fueron el ejército contra el silencio
cada renglón un golpe
contra la boca
que imponía una dictadura
y quitaba el aire a la lengua
para que no diga
que sin palabras
no se ama.
La máquina Olivetti
no se calló nunca
eligió de trinchera un escritorio oxidado
en el que compartió con libros de estenografía
otros signos
para guiñarse los ojos.
Me digo que se mostraron papeles
como jugando al truco
que se llenaron de tinta
y de manchas
que perduran
porque todo lo que no se dijo
aún no se calla.

 

Arriba de donde enterré
mis mascotas
nacen flores,
dice mi hija mientras acaricia
las margaritas diminutas
ignorando sus palabras.
Las toca como si fuesen
las orejas de su coneja
la cola de su perra
las plumas de su pato.
Antes, cayeron ahí los pétalos de las flores del ciruelo
imitando el papel picado de una fiesta
las horas del sol chamuscaban
mi piel en la siesta
y los esqueletos de una parrilla caída
eran el signo de la familia
que se sentó antes en ese juego de sillas.
Leemos las pruebas de vida
en un fondo de casa
como en los restos de la olla
donde quedaron las sobras que nos dicen
que ahí antes se comió bien.

 

Hay una boca
Hay una boca adentro
de mi boca.
Se abre lenta
mientras traga lo que no sé comer.
En un nido
otros picos
lanzan sus lenguas
y cortan el aire con un canto.
Allá, mamá hace sonar la puerta de la heladera
y choca las ollas.
Tiene dos pulseras de oro en su muñeca
que tintinean
mientras ella imagina
en qué va a transformar esas cebollas.
La tabla suena
con el filo del cuchillo.
Ajo y perejil son una misma pasta.

Acá, los ruidos pueden ser música
cuando se los recuerda.
El tamiz de la memoria
esparce en el ombligo agujas que punzan
un nuevo tiempo.

Mamá anuncia antes de volver a su casa
que algo nuevo me espera.
Abro un cajón y brilla adentro
entre pastillas y limas gastadas de uñas
una esclava de oro que ya no está en su muñeca.

Hay una boca, mamá, adentro de mi boca
y un círculo dorado repite
las recetas que me diste.

Somos los picos abiertos
y nuestra garganta
es un aro
que espera otra lengua
para tragar sus historias.

 

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Belén Zavallo nació en Paraná en 1982 pero creció en Viale, una ciudad pequeña del interior. Da clases de Lengua y Literatura en escuelas secundarias desde hace quince años, coordina el taller Nos/Otros en el texto y está a cargo de la sección Entre versos de la Revista Análisis. Organiza encuentros literarios junto a sus amigos en Las trincheras del poema. Escribió siempre en diarios íntimos hasta que en 2019 publicó “Todos tenemos un jardín” con Ed. Camalote. Actualmente, está corrigiendo su primera novela que saldrá este año.

ilustración/ Alessandra Sanguinetti (fuente: https://www.bjp-online.com/tag/alessandra-sanguinetti/)