Relatos/Partos

Parirás con Deseo

Por Victoria Viola*

Florentino nació 5 horas después de su fecha probable de parto. Semana 40.5. Porque sí. Lo de los 9 meses es una mentira del marketing. Generalmente son como 10 meses. En mi caso, 40 semanas y 5 días. Como soy muy detallista con las cosas que me interesan, hice un taller de movimiento para el parto que me ayudó a conocer mi cuerpo y sus maravillas y personalizamos una partera: Verónica Ferrando se ocupa de traer vida al mundo con la misma destreza con que una hace sus tareas diarias pero con un aporte a la humanidad mucho mayor.
Ese sábado durante el día tuve dolores muy fuertes en la zona de la boca del estómago. No eran contracciones. No sé cómo lo supe, creo que porque no cesaban, no había calma. Llamé a la partera y nos fuimos al Austral. Ilusión, pánico, pelota, bolso y yo muerta de dolor: tengo una foto mental de mi mano agarrándose del techo y los pies dando contra el tablero del auto. Llegamos. El monitoreo arrojó que no eran contracciones, si no que Floro estaba pateándome la costilla, el esternón o no se qué hueso que por lo general no te patean. Nos dijeron que volvamos a casa porque tenía 1 de dilatación, la nada misma.
Volví bastante asustada, sintiendo que me había lesionado antes de una maratón. Recuerdo que hablé con mi profesora de “gimnasia mami” y me dio una charla digna de entrenamiento olímpico. Me mentalizó para pelear por la medalla. Le hice caso, salimos a caminar y comer un helado.
Esa madrugada de domingo empezaron las contracciones. Empezamos a contarlas como dos novatos y luego de dos horas le compartimos a Vero lo que habíamos registrado con la app. Porque sí. Existen Apps para eso. Se rió y nos dijo que dejemos de contar porque faltaba mucho. “Duerman”. Fran re obediente hizo caso, yo me quedé mirando al techo con mucha atención, creando formas con las manchas de humedad que tanto me hicieron llorar cuando explotó el tanque de agua del techo arruinando toda la casa recién pintada. El resto del día se fue sucediendo como un espacio atemporal, una nebulosa que mezclaba ansiedad, alegría, entusiasmo y terror. Recuerdo que corté una cantidad importante de verduras para una sopa y estuve charlando sentada en la pelota de Pilates hasta que a las 6 pm empezaron a venir contracciones posta. Acá es cuando a Francisco lo recategorizaron y pasó de personaje grupal a principal. Lo fue en ese momento y lo es ahora: calmo, acertado, compañero, servicial.
Me di un buen baño de inmersión, de ratos él venía a sostenerme la mano, en otros me quedaba sola. La música y el agua fueron gigantes aliados para recibir a nuestro pisciano. Armamos una playlist a lo largo del tiempo que tenía sonidos hindúes, africanos, Los Beatles y meditaciones de Moby: un popurrí digno del caos que se avecinaba.

La partera me recomendó telefónicamente que saliera de la bañadera e hiciera todo lo que había aprendido. Salir fue muy jodido, el agua calma o reduce las contracciones que azotan como un látigo en el sacro. Pasé de pez que se sacude a fiera enjaulada. Sobre la pelota, en el mat de yoga, en la cama, me retorcía con movimientos puramente instintivos buscando un resuello. Fran siempre ahí. Presente y en foco. Yo quería intentar parir sin anestesia así que el gran trabajo debía realizarlo en casa. Me volví a meter en la bañadera. Esta vuelta la cosa ya fue sin risas. Él sostuvo mi mano hasta que se la pulvericé. El terror entre dolor y dolor era enorme y Fran tenía la ardua tarea de recordarme cuando no dolía.

Eso es lo alucinante del trabajo de parto: duele como nada que te imagines y de golpe, cuando se va la contracción, la paz y bienestar son igual de increíbles. El problema es la cabeza, que se agarra del sufrimiento y no puede habitar esa pausa. No aguanté más. Necesitaba cambiar de escenario y la única opción era el hospital. Ya eran las 11 de la noche. El auto me daba mucho miedo. No poder moverme hasta el hospital era lo que me preocupaba. El movimiento era mi aliado para acompañar a Floro a la salida sin quedarla en el intento. Todo el viaje me enrosqué como una arroba. Si me concentro puedo rememorar el espanto. Llegamos al Austral y como no sabíamos que había valet parking él me dejó y se fue a estacionar. Yo ya estaba en planeta parto; fuerte. Me tiré al piso en 4 patas como 3 veces hasta llegar al 6to piso de obstetricia. Me puse en 4 inclusive en el ascensor, e inclusive con gente mirando. Me pidieron el DNI entre gemido y gemido. Porque sí. A la burocracia y la muerte no le escapa nadie. Vero llegó a la par, eran las 12 am del lunes. Nos hizo la internación y tacto. No dijo cuanto tenía, sospeché que era por algo pero el monitoreo mostró que Floro venía bien así que nos mandó a un cuarto a hacer nuestros trucos: oa con la voz, pelota, bañadera. Yo no podía creer que había que volver a empezar pero como presenté un plan de parto que pedía cero intervención sin mi permiso, ella fue respetuosa de eso y fue haciendo con nuestro consentimiento. Luego de una hora más donde yo ya no podía enfocar, le pedí que me diera la peridural. Me sugirió que esperase. Fue guardiana de mi deseo. Me ofreció ir a la sala de partos, hacerme tacto y pincharme la bolsa para desencadenar las contracciones finales. El agua de un termotanque me salió por la vagina mientras saltaba sentada en la pelota con el camisolín semi abierto. Tenía 10 de dilatación y Floro aún no bajaba. La partera le enseñó a Fran una maniobra para exprimirme las caderas mientras yo pujaba parada. Con Floro ya más bajo y yo dilatada por completo volví a pedir anestesia. El agobio ya era demasiado y Fran me recordó mi palabra de poder: flexibilidad. Ya había acompañado a Floro hasta abajo, aceptar que necesitaba calmantes era parte del proceso. A veces me caso con ideales que solo me esclavizan. Me costó aceptarlo pero cuando Vero me dijo que así relajaría el cuello del útero para el final, comprendí que era útil. La aguja larga como un antebrazo ingresó en mi columna vertebral y no me enteré, un Scania me había pasado por arriba. Fue una bendición: sentía las contracciones pero a lo lejos, como un eco. Me acostaron. Se me viene la imagen de estar agarrándome las rodillas, Fran de un lado llevándome una hacia el pecho y la partera del otro. Pujé, pujé, pujé como nos enseñaron: en cada exhalación llevaba el pubis al techo y hacia fuerza para hacer pis. La luz era baja, Fran había llevado música a la sala de parto y sonaba algo medio africano, juro que no puedo creer lo útil que fue ese sonido tan tribal en ese momento. Me largué a llorar, sentí que no podía más y ahí la partera me dijo: tocate, no falta nada! Me ayudó a incorporarme y ahí sentí la cabeza de Florentino saliendo de mí. Tanto el obstetra como ella coincidieron en que los pujos eran los correctos y que en dos saldría. Pujé hasta que sentí las sienes estallar, recuerdo un pequeño enchufe en la pared de enfrente, recuerdo mirarlo como si fuera el origen del universo. Último pujo y escuché su llanto. Tan violeta, tan chiquito, tan alien. Me lo pusieron en el pecho y cantaron su hora de nacimiento: 5.21 am. Presté atención porque quería sacar su carta astral luego.

Estaba en el cielo y en la Tierra. Atravesada. Lloramos, agradecimos, el gordo se prendió de la teta y se quedó ahí quietito. Mi pecho, su refugio. Un rato más tarde Fran se fue con él y me contó que le habló mientras lo medían y lo pesaban. Nuestro guardaespaldas. La otra voz que sonó en su mundo de agua hasta que salió al nuestro.

Un vez en la habitación, un olor muy particular, muy nuestro y súper desconocido a la vez lo perfumó todo. De estreno, de leche, cansancio y emociones varias. Decidimos no recibir a nadie el primer día porque la manada se reúne por el olfato y no queríamos que Floro percibiera algo por fuera de eso. El segundo día llegaron todos a visitarnos y el amor se multiplicó, como siempre que se comparte. Tuvimos la libertad absoluta de traer al mundo a Floro como deseábamos y él quiso. Estaré agradecida para siempre por eso.

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Victoria Viola nació en Mar del Plata en 1984. Actualmente sólo sabe que es hija única, de escorpio y madre de Florentino. Licenciada en Comunicación, le gusta actuar, escribir, dirigir y hablar. Lo último es lo que mejor le sale. No por eso deja de intentar hacer el resto.