Relatos/Partos

Cómo se pregunta un misterio

Por Victoria Sayago*

La sensación es recordar perfectamente todo y simultáneamente no estar segura de nada. Escribir es sellar el relato y eso me genera dudas.

Mi obstetra, porque así le digo aunque hayan pasado más de 5 años y viva en otra ciudad, es famoso. De esos que escriben libros, hablan por la tele y militan por la despenalización del aborto. Lo amo y lo odio. Y cada tanto, pero muy seguido, pienso en él y lo amo y lo odio. Mi parto tiene algunos misterios. Cuál no lo tiene. Alguna vez le escribí un mail para preguntárselos. Accedió cariñosamente. Y a eso le siguió mi silencio de todos estos años. ¿Cómo se pregunta un misterio?

Era sábado por la mañana y era mi último monitoreo. La partera que me lo hizo, se había quedado evidentemente dormida y llegó una hora tarde, con su pelo rubio y su voz edulcorada. Percibió mi bronca y no pidió perdón. Estaba con mi mamá y no me importó nada. Clara estaba bien.

Volvimos a la casa de mi mamá y decidí decirle lo que había estado tramando los últimos meses “El día que nazca Clara quiero estar sola con Bruno, te aviso todo pero no quiero que venga nadie”. Lejos de empatizar y abrazar los deseos torpes y desesperados de su hija se convirtió en una madre judía: “Cuando tengas a tu hija y te haga algo como esto vas a saber qué se siente”. Era una novela. Mi mamá, la independiente, profesional progre que trabajaba en derechos humanos, la que siempre se llevó bien conmigo, me crió sola, me acompañó, me odiaba. Era el comienzo de una larga lista de disidencias sobre la maternidad.

Sostuve lo dicho y me fui a un local espléndido de la plaza de Belgrano R a comer cosas ricas con mis amigas desde los 6 años. Mientras terminaba supongo que una torta, a eso de las 4, empezaron las contracciones regulares. Mis amigas me miraban atónitas. Eran re regulares, indiscutiblemente regulares y yo decía “tranquilas, no va a nacer ahora”. Una de ellas me odiaba, otra más. Me decía que ya estaba entrando en la semana 41, que cuándo creía que iba a nacer.

Me obligaron a tomar un taxi y en casa, me recosté y riéndome con ellas, como siempre, las contracciones se calmaron. Un día antes había sido mi cumpleaños 33.

Era domingo. En mi casa chorizo, como en todas, las habitaciones se sucedían una después de la otra. La de Clara estaba en el medio, era nuestro estudio de impresión fine art y me había pasado el embarazo entero tratando de desarmarlo sin éxito. Ese domingo obligué a todos a venir a mover un plotter que pesaba más de 100 kilos. Había que llevarlo hasta la habitación del fondo, pasando por un patio, un pasillo por el que apenas entraba y un diminuto jardín. Ayudé como uno más. El plotter casi se cae y yo sentía que hacía más fuerza que el resto.

Tipo 12 am me puse a pasar un trapo con lavandina por el cuarto de clara que por fin estaba vacío. No lo iba a usar por meses, no tenía ni cuna ni nada, pero yo le pasaba un trapo. Bruno me decía “estás loca”.

8 horas después tenía turno con mi obstetra famoso. Era mi ultimatum. En la semana 37 me había dicho “en la 38 la sacamos” y sacó a relucir toda una batería de estadísticas sobre el aumento de muerte fetal intrauterina a medida que pasaban las semanas. También habló de mis caderas chiquitas. Yo confiaba mucho en él y en mí, así que le dije “¿hasta que semana me esperás?” “hasta la 41” respondió. Y cerramos trato. Él tiene fama de cesarista, es obvio, pero siempre me cayó muy bien y con mi carácter y el suyo habíamos logrado una buena combinación. Hasta la 41 llegué, y ese deadline era mi consulta del lunes 8 am. Yo sé que días antes él me había hecho la maniobra de no se qué. No preguntó ni avisó y no estoy muy segura si la hizo.

A la madrugada me despertaron dolores menstruales. Acá vamos, pensé. Pero estaba destrozada, cansada de cargar plotters y pasar trapos así que dormí. Prendí la tele para tener un reloj. Bruno roncaba. Ni pensé en despertarlo. Yo, virginiania, obsesiva, prolija, con códigos de comportamiento samurai como me dice él, en el trance del trabajo de parto no le hice caso a nadie. No anoté una sola contracción. Para mí eran todas cada diez minutos. …

Hasta que tipo 6 am desperté a Bruno. Le dije “llamá a la partera y vamos arrancando”. Yo vivía en Nuñez y paría en Almagro. Era lunes a la mañana… No obstante, le dije ¿me traes un yogurt o algo?”. Llegué a comer dos cucharadas pero sentía ganas de vomitar. Quería expulsar todo. Le mandé un mensaje en clave a mi amiga hermana para avisarle que ya estaba pasando, era nuestro código. En la hora que siguió, me comencé a partir en dos. Me doblé. Quise ir al baño tres veces. ¿qué es la fase expulsiva?. Yo no había leído nada, me había entregado a ese embarazo y a ese parto con una confianza, una ingenuidad, un amor infinito con cero letras.

Llamé a otra gran amiga, como estaba previsto, para que me venga a buscar en auto. Vino enseguida pero yo ya no podía ni caminar. Bruno entró a la casa super tranquilo a buscar la batería de la cámara que se había olvidado. Cuando subió al auto, en el que yo ya me había puesto algo así como de costado, llamó de nuevo a la partera. Se ve que el relato fue más inquietante porque enseguida llamó mi obstetra: “la quiero ver antes en mi consultorio”.

La avenida estaba totalmente atascada, llovía, la barrera de lacroze estaba baja por el paso del tren y mi amiga decía como un oráculo “no te preocupes, ya se levanta”. Por Corrientes yo gritaba ”subite a la vereda” y Bruno me filmaba mientras yo lo puteaba. Mi amiga me decía con calma “tranquila las contracciones todavía son cada dos minutos”.

Esperé a mi obstetra famoso ante la mirada desesperada de pacientes y secretarias. ¿No querés ir a la guardia?. “No no, me dijo que lo vea acá primero”

Entré, lo saludé creo que con una puteada solapada y entré al baño a cambiarme. Estoica. Me saqué las botas, me puse la bata y todo. Me hizo tacto y dijo alarmado “Ya! a la guardia”, ¿está todo bien? pregunté asustada, “re bien, tenés 9 de dilatación”.

Me caminé todo el hospital por dentro, son manzanas enteras, gigantes, enormes. Monstruoso. Cada tanto paraba y me agachaba. Llegué a la guardia caminando y soportando ese dolor que ya me había partido en dos, exactamente en dos. Me estaba convirtiendo literalmente en el número dos.

Me dejaron sola en una sala con luz tungsteno, Bruno se fue a llenar papeles, y yo sola me desarmé. Entró un residente, chiquito, del hospital escuela, yo lo miré con cara salvaje y le dije entre lágrimas “jurame que me va a dejar de doler”. Qué bronca. El dolor se había hecho intolerable ahí sola en esa sala de luz verde. Todavía me acuerdo de su cara de asustado.

Me dieron la epidural y ya no sentí nada más. Fue maravilloso, sí. Pero desesperante. Mientras mi obstetra venía, el de guardia me decía “pujá cuando venga una contracción” pero yo ya no sentía nada. Igual pujé. Bruno estaba pero yo ni lo veía. Y la partera me decía entre sonrisas para nada cómplices ¿Qué te pasó?? señalando “la sorpresa” de mi dilatación completa. También agregaba “Feliz cumpleaños” porque Bruno había llenado los papeles así como pudo.

Era la rubia del monitoreo, que esta vez le decía a mi obstetra por teléfono “dipea dipea”, que quería decir que el ritmo cardiaco de Clara bajaba demasiado o algo así. Me rompió bolsa sin avisarme por supuesto, y había mucho meconio en el líquido. Todo era signo de sufrimiento fetal dicen. Mi obstetra entró y dijo “a operar” Acepté como una reina.
En el quirófano nunca dejé de ser la que venía siendo los últimos días. Pedía al anestesista que me rasque la nariz, y hablaba con mi obstetra mientras me operaba; “ah, nunca iba a salir” dijo, y me explicó, creo, que Clara estaba de cara.

Me incorporaron, la vi, me la acuerdo perfecto. Me la acercaron a la cara. Ella lloraba a los gritos. Le hablé y se calló inmediatamente. Otra residente de cero años me decía “mami, me la tengo que llevar, acá hace mucho frío” pero yo la retaba loca de amor como estaba “me la dejás acá, no te la llevás” y ella me hacía caso.

Obvio que mi mamá vino y yo no le dije nada.

Ya en la habitación con la vía puesta y después de muchísimas horas de felicidad y amor irrefrenable, operada y con las tetas que explotaban, llamé a la enfermera para que por favor me subiera un poquito los calmantes. La enfermera me miró asombrada y me dijo “tenés la vía cerrada, no estabas recibiendo nada de analgésicos”.

Estoica, ingenua, feroz, irracional, testaruda, llena de amor. Ahí estaba con mi nena. Partida en dos para siempre.

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Ella/ Victoria Sayago «Tengo 38 años, nací en Córdoba pero crecí en Buenos Aires. En el 2016 nos mudamos a Bariloche con Bruno y nuestra hija Clara. Desde mis 20 me dedico a la realización, docencia e investigación de cine y video experimental. A la fotografía me dedico de manera un poco más desprolija pero no por eso menos intensa. Di clases en varias universidades como la UNTREF, FUC, IUNA y también en proyectos como el IVA Labardén y Cine + Chicos. Gané una Beca Nacional del Fondo nacional de las Artes y el Primer premio de la BIM con un documental “Puyehue” que hicimos con Bruno Stecconi cuando erupcionó el volcán y la Patagonia se cubrió de cenizas. Editamos junto a MQ2* Editora el libro + dvd “El cine experimental de Narcisa Hirsch”. Mi obra estuvo en varios festivales y muestras como 60 Oberhausen Kurzfilmtage, Muestra Premio MAMBA Fundación Telefónica, 15º Videobrasil, Curriculum Cero Galería Ruth Benzacar, entre otros. También soy profesora de Ayur Yoga Vital, un sistema argentino que rescata y pertenece a la tradición más antigua de yoga, la de los Natha Sidhas.»

PH: Bruno Stecconi «Nací en la ciudad de General Roca, provincia de Río Negro en el año 1981 y viví ahí hasta los 16 años. Estudié en Buenos Aires, cursé la tecnicatura en la Universidad del Cine, tras un fugaz paso por la carrera de Ciencias Políticas. Estudié fotografía con Alberto Goldenstein y con Guillermo Ueno, y realicé talleres con Claudio Caldini. Participé del Talent Campus del Festival de Berlín, La Bienal del Fin del Mundo, convocatoria de Arteuna por los 30 años del golpe de estado, Bienal De Almería, muestra Gente de mi ciudad 2006.»