Nostalgia del futuro

El color de la noche

Por Janice Winkler*

Mi mamá me ama. Pero no me mima. No recuerdo juegos con mi madre. No la veo sentada en la alfombra conmigo, inventando historias, haciendo de los muñecos personas con voz. Sé que me quiere, me lleva a los médicos, al dentista, me compra un helado de premio. Me lleva a la escuela y después me trae. Tiene un auto importado, rojo. Es alta como nadie, como ninguna otra persona que conozca, más alta que los gigantes de Gulliver, y se lleva el mundo por delante. Mi mamá me ama, pero no me mima. No me lee un cuento antes de ir a dormir. No me lee cuentos en ningún momento. Yo tengo una hermana que tiene casi mi misma edad, y nos veo jugando, ella sí juega conmigo, pero no nos llevamos bien, no me gustan nuestros juegos.

Mi deseo de ser madre se despertó una noche cualquiera. Habíamos visto la película japonesa De tal padre, tal hijo, que pone la importancia de la crianza por sobre los lazos biológicos. A la hora de terminada la película, yo seguía llorando. Sí, yo, la que no quería tener hijos a pesar de lo mucho que el entorno me rompiera las pelotas, a mí y a mi marido, ¿cómo podía ser que una pareja feliz no quisiera tener hijos? No sé cómo, pero así era. Hasta que el deseo apareció. Gastón no entendía por qué seguía llorando, se estaba preocupando. ¡Es que me parece que sí quiero tener hijos! ¡Yo también!, me respondió y al poco tiempo, suertudos, quedé embarazada.

No tengo recuerdos de rituales familiares. El año pasado hice un curso de poesía en la Universidad de Iowa, y cuando llegó el momento de escribir sobre alguna tradición familiar, quedé desnuda. Casi todxs mis compañerxs eran estadounidenses y tenían muy presentes sus comidas de Thanksgiving y sus navidades. Yo no tengo recuerdos, ni uno. Enseguida pensé que quería armar algún ritual con mi familia elegida, con mi hija, para que ella sí tuviera recuerdos como sogas fuertes a las cuales agarrarse, sostenerse. ¿Y qué tal si empezamos a festejar navidad? O alguna de las fiestas judías, que nos vienen con el ADN.

Hice el ejercicio para el curso. Inventé una Navidad. Hablé de lo que sí recordaba: mi vieja en la cocina, brindándome su amor en forma de tortas heladas y postres con vainillas.

No recuerdo juegos con mi papá, pero sí nos veo sentados en la alfombra frente a su pequeña biblioteca. Buscábamos información, cualquier cosa que nos diera curiosidad. Éramos unos googleadores de avanzada. También nos recuerdo en su cama con las National Geographic desplegadas. Algunas eran en inglés, ¡me volvían loca! Ahora las veo y son pura publicidad. Con papá repasaba para las pruebas de historia, me tomaba lección y me felicitaba.

 

Parí en un décimo piso. Los últimos tres pujos no dolieron porque ya me habían dado la peridural. ¡Pinchame, ya ya ya! Algo así gritaba. Me desplomé de placer sobre la camilla. Ahora me veo de afuera como a lxs adictos a la heroína en las películas. El efecto inmediato. Pero dejé de sentir el movimiento que tanto había practicado en el curso de preparto. Dejé de sentir y le preguntaba a la partera si lo estaba haciendo bien. Que sí, que tranquila, que siguiera igual, ella me avisaba.

Con mis pujos y mi dolor cambié el color de la noche. Parí en un décimo piso con vista al amanecer. La recepción era tan fría como todas. Daba lo mismo ir a parir que esperar al otorrino o al dermatólogo. Los gritos de una mujer en pleno delivery traspasaban las paredes, y la recepcionista se quejó, me dijo que esa parturienta exageraba. Una familiar también, más tarde, trató de exageradas a las mujeres que gritamos al parir. Dijo que ella no. A quién le importa.

Hay un instante del que no se puede volver. Tenés que hacer un último esfuerzo, el más definitivo, explotar el mundo, sacar tus entrañas hacia afuera, desafiar a la anestesia, sentir sin sentir, sacar un cuerpo dentro de tu cuerpo, con todos sus órganos.

Estiré el brazo izquierdo y con la punta de mis dedos llegué a rozar el pelo grueso y aplastado, viscoso, de la beba, mi beba, Catalina, y supe que mi último pujo debía ser certero. Un hilo ínfimo entre la vida y la muerte, pero no me salió muy bien, ella seguía ahí, así que el orangután anestesista se me subió encima y empujó, la bajó, y me dejó sus dedotes marcados en la panza. No eran estrías.

Desde que se me despertó el deseo de ser madre, me propuse hacerlo con la mayor alegría posible, sin miedos, tratando de estar presente, más allá de la presencia del cuerpo; de disfrutar, de que el juego fuera el ritual. No hace falta la Navidad. Claro que hay momentos para jugar en soledad, para conocerse e inventar mundos propios, pero yo quiero que mi hija me recuerde sentada con ella en el piso, que recuerde mi voz y la asocie con cuentos y poemas. No soy ni seré la madre perfecta. No creo que exista tal cosa, ni que la búsqueda de la perfección lleve a buen puerto, en la maternidad ni en nada. La búsqueda de la perfección, a mi entender, sólo encuentra insatisfacción. No tengo un manual. Nunca estoy en modo manual. El modo manual no me resulta solidario, sororo, no creo que ayude a nadie, ni a la propia dueña del manual. ¡Hay tanto que se va resolviendo sobre la marcha! ¡Tantos momentos de pura y plena frustración! Y también plenitud, y también rutina. Pero al menos a mí me resulta acordarme de que sólo existe el presente y que con amarla no alcanza. Amar, mimar, jugar, compartir, y también hacer mis cosas, encontrar mis espacios, para que los compartidos sean puro presente del cuerpo, la mente y el espíritu.

Cuando no podía dormir (casi nunca hasta los seis años), iba hasta la cama de mi mamá y mi papá. Él me mandaba de vuelta a la mía. Mamá me aceptaba y me abrazaba, y yo me apretaba contra ella, sintiendo su olor, y me sabía a salvo. Nunca nos entendimos del todo, no nos llevamos muy bien, pero ese recuerdo, tal vez ese calorcito que calmaba los monstruos en la noche, sea nuestra soga.

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Janice Gonzalez Winkler/ se recibió en 2004 de Traductora Literaria y Técnico-científica en inglés. Estudió ELE (enseñanza de español como lengua extranjera), Técnicas para la Redacción y Corrección de Textos; Performance poetry, New Writing in English,con la Dra. Claudia Ferradas, Digital Storytelling, entre otros talleres, porque le gusta mucho estudiar. Completó el curso Power of the Pen: Identities and Social Issues in Poetry and Plays,de la University of Iowa. En 2013  y 2014, coordinó el taller de escritura en el área de Salud Mental/Adolescencia del Hospital de niños Dr. Ricardo Gutiérrez. Desde 2004 traduce del español al inglés material de profesionales de distintas áreas, sobre todo, artistas e investigadores que envían sus trabajos a congresos y concursos en el exterior, y guiones para productoras de cine y publicidad. Trabaja a distancia en amoroso equipo con Simone Calbi, su socia y amiga neoyorquina. En 2011, tradujo al español la adaptación a guión de la novela In the country of last things, de Paul Auster. Como autora publicó los poemarios Un Sánguche deAmor (Sacate el Saquito Ediciones, 2013) y Burbuja negra (Modesto Rimba, 2016). Es la mamá de la humana Cata y el perrito Bowie.